Zadie Smith: «El racismo es producto del negocio de la esclavitud, no la causa»
Zadie Smith (Londres, 1975) se mudó a Nueva York para burlar su destino de escribir una novela histórica y, diez años después, ha vuelto a Londres, a su barrio de siempre, con su primera novela histórica bajo el brazo. Un fracaso épico y un triunfo fenomenal que ha cristalizado en ‘La impostura’ (Salamandra), ajuste de cuentas con la Inglaterra victoriana y celebrada sátira en la que los caminos del escritor William Ainsworth y su ama de llaves (y algo más) Eliza Touchet se cruzan, estrellan más bien, con el caso Tichborne, una embarullada batalla judicial que causó sensación a finales del siglo XIX. En ella, un carnicero australiano que decía ser en realidad un rico heredero dado por muerto en el mar alborotó a la sociedad inglesa durante casi un año. «Creo que en mi cabeza se conectaron el juicio a O. J. Simpson y el cuento de Borges sobre el caso», explica Smith, de visita en Barcelona para participar en la Bienal de Pensamiento de la ciudad. En su novela, el testigo clave del caso, un criado jamaicano llamado Andrew Bogle, le permite reflexionar sobre el pasado colonial y esclavista de su país.—¿Por qué tantos reparos con la novela histórica?—No debería ser injusta, porque hay muchas que me encantan, pero la novela está en el nombre; se supone que es novela. Y me considero una escritora contemporánea. Todavía lo creo. Esto no es realmente una novela histórica en el sentido tradicional, no suena como una novela victoriana. Es una novela contemporánea sobre los victorianos.—¿Qué tiene la época victoriana que se ha convertido en una suerte de centro sentimental de la historia inglesa?—Hay dos versiones. Existe una que es acogedora y que forma parte de nuestra industria turística y que tiene mucho que ver con Dickens. Y luego está la otra versión, que es simplemente un paisaje infernal de injusticia y horror. Ambas versiones me parecen ingenuas, así que esta novela es un intento de pensar en cómo podría haber sido realmente.—En ambos sentidos.—No importa lo que pienses sobre el período victoriano: es una época de falta de derechos civiles básicos y también uno de los mayores períodos de reforma en la historia británica. —¿Cómo afronta Inglaterra su pasado esclavista? ¿Se estudia?–Es algo oculto, igual que lo es la historia de la reforma socialista, porque de eso se trataba el período victoriano. En las escuelas británicas, al menos cuando yo era joven, la historia victoriana se explicaba como una serie de relatos de individuos notables: la reina Victoria, los inventores del ferrocarril… Pero también es la historia de los cartistas, los abolicionistas, el movimiento de las mujeres y los comienzos del movimiento gay. Ambas partes están disfrazadas.–El caso Tichborne ofrece un buen retrato del populismo y la volatilidad de la opinión pública. Hay quien incluso lo ha visto como una manera de hablar del trumpismo sin necesidad de mencionar a Trump.—Si eres escritor y estabas en Nueva York en 2016 Trump se aparecía en tus sueños, en tu trabajo. Es una figura muy fuerte en ese sentido, pero supongo que quería pensar en el populismo de izquierda para intentar entender cuáles son los propósitos del populismo. Porque si tu única respuesta al populismo es que todas estas personas son idiotas, simplemente no es de mucha ayuda. Cuanto más leía sobre este juicio, más pensaba en cómo se sucedían estos procesos año tras año: se condenaba a la clase trabajadora por delitos y se les imponían castigos ridículos por pequeñas infracciones. El tribunal en sí era irracional, así que no me sorprende que la gente decidiera boicotear el juicio.—Como una venganza.—Sí, es una venganza. Y la política de la venganza ocurre cuando no hay otra opción.—En un momento de la novela, Bogle el criado jamaicano, dice sentirse como «un fraude bien alimentado».-Una buena analogía sería la de los raperos. Cuando piensas en alguien como Jay-Z, que pasó de ser muy pobre a una posición de extraordinario poder, dinero e influencia… Eso es algo muy extraño que suceda en una sola vida. Entonces tienes que imaginar a toda la gente que vino del Caribe a Londres en ese momento. Qué experiencia tan extraordinaria habría sido, qué sensación tan esquizofrénica. Smith posa en el CCCB, sede la Bienal del Pensamiento ADRIÁN QUIROGA—El tono es de comedia, a ratos de sátira feroz.—Así es la vida, divertida y trágica. Sería de mejor gusto escribir un libro sobre las miserias de la esclavitud y luego un libro diferente sobre las hipocresías de la vida literaria inglesa, pero me llamó la atención que ambas cosas siempre están sucediendo simultáneamente. Ahora mismo hay tres guerras terribles y aquí estamos, haciendo promoción literaria. —Luego está, además, esa mirada mordaz sobre los escritores y el activismo de las clases altas.—Tengo 48 años, así que he vivido mucho activismo de sillón. Gente sentada hablando de la guerra de Irak. Hay mucha gente sentada en sus sillas hablando de las guerras que se están librando. Y siempre ha sido así. No es que los escritores no puedan influir a veces. Lo hicieron en la Inglaterra del siglo XIX. Dickens fue el primero entre ellos. Pero me parece que lo que realmente funciona al final son los movimientos de masas de los trabajadores. Si piensas en India, todo un régimen colapsó y no fue por la gente que escribía; fue por la gente en la calle.—¿De qué sirve entonces escribir?—Puede ser muy útil, también para cambiar, pero es importante que los escritores reconozcan sus límites. No es algo negativo. Para mí, obviamente, hay héroes, personas como Frederick Douglas, un activista y escritor que provocó cambios increíbles.—«Soy novelista, las noticias se escapan a mi entendimiento», dice William, el protagonista, en la novela.—Los escritores son muy propensos a exagerar su importancia política. Creo que hay escritores que han logrado cosas extraordinarias, pero no tantas como imaginan. —Por cierto, ni matando a Dickens en el libro consigue librarse de él.—No lo leo desde que era niña, pero soy muy consciente de su influencia en mí y en cualquier escritor inglés. Es una presencia constante gracias, en parte al impacto de algunas de sus historias, especialmente ‘Un cuento de Navidad’. Tal vez cada mil años un escritor da con una historia de tamaña influencia. Y eso sin mencionar lo profundamente arraigado que está en nuestro sentido ético.—William Ainsworth iba para heredero de Sir Walter Scott, su ‘Jack Sheppard’ se vendió más que ‘Oliver Twist’ y, sin embargo, ha acabado sumido en el olvido. ¿La posteridad también tiene algo de accidente?—Creo que es una mezcla de cosas. Simplemente, no lo sabes. Y además, para el escritor no hay diferencia, ya que está muerto. Así que, en este sentido, es irrelevante. El caso de William no es tan misterioso. Su escritura era mala y su popularidad se debía a que había mucha pornografía en sus libros. Esto fue antes de la época de los derechos de autor, otro logro de Dickens, así que muchas de esas secciones de los libros de Williams se recortaban y se vendían por separado. Así que había mucha violencia y mucho sexo, que siempre vende. Noticia Relacionada estandar No Zadie Smith, Juan Villoro, Bernardo Atxaga y Carlos Areces, protagonistas del Ja! Festival sobre Kafka ABC En su XV edición, reivindica el peculiar humor del autor de ‘La metamorfosis’ con su biógrafo Reiner Stach y figuras como Manuel Vilas, Ignacio Echevarría, Monika Zgustova, Rodrigo Cortés o Juan Tallón—Se habla mucho, muchísimo, de dinero en ‘La impostura’. —A veces, cuando lees sobre la esclavitud, podrías pensar que su objetivo era el odio primario hacia los negros, pero el objetivo de la esclavitud era el dinero. El racismo es el producto de ese negocio. Era una cuestión de tierra y dinero. La raza era solo una coartada. Necesitaban una narrativa que permitiera crear una categoría de personas a las que se les pudiera hacer cualquier cosa. Así que la raza se inventó más o menos al mismo tiempo que la esclavitud. Si te fijas en Inglaterra en 1314, si lees ‘Otelo’, la raza no juega este papel. No es una experiencia antigua, es moderna.—Usted vive en el mismo barrio en el que nació, pero su clase social ya no es la misma. ¿Afecta eso a la manera de mirar el mundo?—La posición es diferente, pero tomo decisiones. No voy a volver a ser pobre, pero participo en los bienes comunes de mi barrio. Mis hijos van a la escuela pública, voy al NHS… Soy parte de mi comunidad, aunque un miembro privilegiado de mi comunidad. Pero trato de seguir participando en los bienes comunes, que es en lo que personalmente crecí y en lo que creo.—En Inglaterra, ha dicho, el círculo de la nostalgia es muy estrecho.—Oasis es un buen ejemplo. Ya no se necesita tanto tiempo en Inglaterra para que la gente esté al borde de las lágrimas recordando algo que para mí sucedió ayer. Tal vez los sociólogos podrían tener una teoría al respecto, pero me parece que cuando una cultura está en un estado de entropía se vuelve muy nostálgica por cosas que son muy recientes.