Volver sin nada es un fracaso

Volver sin nada es un fracaso







Cha habla perfectamente castellano y no necesita un intérprete para contar su historia: que estaba obsesionado con salir por segunda vez de Senegal. Asegura a RTVE.es que casi era una cuestión de «vida o muerte», y buscaba una salida a la depresión que le estaba consumiendo por dentro. A sus 42 años, la mirada de este padre de dos hijos no oculta la tristeza, la frustración y la incertidumbre que siente. Camina a las afueras del campamento de Las Raíces (Tenerife) con los ojos clavados en el suelo, mientras intenta reconstruir las razones que le llevaron a entregar dos veces su destino al Atlántico

El Ministerio del Interior calcula que desde enero han llegado a Canarias por vía marítima al menos 32.878 personas. Cha es uno de los supervivientes de una de las rutas migratorias más mortíferas del mundo. «Sufría aquí y sufrí por haber vuelto a mi país», confiesa con tono enfadado. La primera vez que hizo la travesía fue en 2005, con 24 años, gracias a la ayuda de su tío pescador que consiguió que le dejaran embarcar en un cayuco. No recuerda el día exacto. «Hacía mucho frío y no tenía ni idea de lo peligroso que era», confiesa casi 20 años después. Se fue con lo puesto y los dos primeros días fue bien, pero después todo fue «muy mal», asegura. En aquellos años, aún no era una ruta tan frecuente y muchas menos personas se abrazaban al mar para llegar a Europa. Tampoco había tanta información en los países de origen. «Al principio me parecía mentira poder llegar a Europa, no conocíamos el riesgo ni que aquí todo sería muy complicado», explica. 

Llegó a Canarias y tras 43 días le derivaron a Madrid. «Llamé a un amigo de mi padre en Mallorca y me dijo que fuera». Estuvo cinco años seguidos en las Islas Baleares en situación irregular, escondiéndose de la policía y trabajando en negro. «Me llamaban para fregar platos en hoteles, en restaurantes o para hacer limpieza», cuenta. También trabajó en la venta ambulante y en el campo. «Necesitaba salir adelante, pero siempre evitaba que me detuviesen», zanja.

A finales de 2019, el número de inmigrantes que residían de manera irregular en España era de entre 390.000 y 470.000 personas, según el informe Extranjeros, sin papeles e imprescindibles: Una fotografía de la inmigración irregular en España, de la Fundación Por Causa. «Esta horquilla supone entre el 11% y el 13% de los inmigrantes extracomunitarios y alrededor del 0,8% de la población total» en España, recoge el estudio, que añade que cuatro de cada cinco inmigrantes sin papeles tienen menos de 40 años y siete de cada 10 está por debajo de los 30. Además, las mujeres son mayoritarias en la población inmigrante irregular de nuestro país y, según el informe, el conjunto del continente africano aporta el 9,2% (alrededor de 43.000 personas) de los inmigrantes irregulares que residen en España, de los que más de la mitad proceden de Marruecos. 

“No ganaba dinero para poder ayudar a mi familia”

Cha asegura que «sin papeles no podía trabajar y no ganaba dinero para poder ayudar» a su familia. Recuerda el asesoramiento de personas cómo Cristina, pero le fue imposible solventar las trabas de todo el proceso. Hasta que le llegó la noticia de que su madre estaba muy enferma por una diabetes y decidió volver a Senegal. «Cristina me dijo que podía intentar volver con visado y de forma legal con un contrato que se hace estando en el país de origen», argumenta. Sin embargo, «volver fue un fracaso»

«La palabra fracaso no dice nada, pero es lo que representa el contenido de esa palabra a nivel social, quizás respecto a las expectativas culturales que se tienen del proceso migratorio», explica la psicóloga de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), María Ángeles Plaza. «Socialmente no está permitido romper con el rol de la masculinidad, el rol socialmente atribuido a los hombres de su país, es muy difícil ponerle palabras a todas las consecuencias psicológicas», añade la especialista en salud mental. A esto se suma que «casi el 90% de las solicitudes de asilo son denegadas, con lo cual las expectativas son irreales», aseveran desde CEAR.

Cha se detiene en explicar con calma esta parte de su historia. «Volver a Senegal fue la peor decisión de mi vida», dice. Cuando llegó se encontró con un país donde no había trabajo y no se admitía a un hombre regresar de Europa con las manos vacías. «Sufrí un choque porque yo era distinto», y «volver lo veían como un fracaso», dice una y otra vez. Al ser de una familia humilde, toda la esperanza la habían depositado en él, por lo que se sintió «inútil y fracasado». Explica que la presión social es atroz y que «nadie» quería conocer su sufrimiento. Se puso a trabajar, desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde por 1,5 euros.

Más vergüenza que culpa

Él volvió a su país y todo había cambiado. Su familia había cambiado, su comunidad, su sociedad. Su mirada de ver y de interpretar…, todo había cambiado. Lo que antes le parecía normal, ahora ya no, explica la psicóloga María Ángeles Plaza. De hecho, al ver el panorama en Senegal, no dejó de intentar volver a España con un contrato y de forma legal. En Senegal se casó y tuvo dos hijos que ahora tienen siete y cuatro años. «Mi mujer, al concluir que no lograría volver a España, me dejó», lamenta Cha, que recuerda que tenía presión por todas partes. Le invadió el desarraigo, no se sentía de España, pero tampoco de su país. “Si vuelves a Senegal sin casa y sin nada eres una mierda”, insiste.

La psicóloga recuerda que, en muchas ocasiones, es la comunidad la que pone el dinero para que el miembro que considera más apto haga la travesía y ayude al resto, lo que genera unas expectativas que la persona que cruza a Europa asume. Carga con una responsabilidad y una deuda constante. «Yo diría que se siente vergüenza más que culpa por no haber sido capaz de cumplir con el rol establecido socialmente que le han asignado como hombre dentro de la familia y la comunidad”, explica Plaza, que cree que hay una renuncia al proyecto personal por el proyecto familiar. «El problema es que, en este caso, el país de origen le devuelve una mirada de fracaso», matiza. 

“Mi madre rezaba por mí, pero yo entré en una depresión de la que no lograba salir”, reconoce Cha. Esta desesperación y rechazo le llevó a ir a Mauritania, donde comenzó a trabajar y a ahorrar. Sin decir nada a nadie, el pasado 31 de agosto volvió a Senegal para emprender de nuevo la travesía. “He estado 14 años intentando volver de forma legal, vi que era imposible y decidí volver a intentarlo por vía marítima”, asegura. Fueron siete días de trayecto en una barcaza en la que iban unas 207 personas, entre ellas al menos tres mujeres y varios menores.

«Esta segunda vez tomó la decisión sabiendo cómo era el proceso y siendo muy consciente de lo que podía pasar”, explica a RTVE.es la experta de CEAR, que señala que Cha volvió a enfrentarse a un viaje muy exigente a nivel físico y emocional y cuyo coste era muy grande. En ese precio está el coste de llevar cuatro meses sin ver a su madre o a sus hijos.

«Se repitieron los días y las noches horribles»

«La gente no sabía a lo que se enfrentaba, pero yo sí. Se repitieron los días y las noches horribles”, explica Cha. Al principio del viaje les daban galletas y agua, pero a partir del tercer día se quedaron sin comida. Llegaron a El Hierro, donde a los cuatro días fueron trasladados al centro Las Raíces, en Tenerife. Allí les han hecho pruebas médicas porque un hombre del grupo tenía tuberculosis. Ahora sabe que necesita armarse de paciencia y comenzar de cero. «Yo les intento explicar a los demás todos los pasos», dice.

Cha nota como esta segunda vez, a diferencia de hace 19 años, llegan hasta Canarias muchas más personas y eso hace que todo vaya más despacio. Les han pedido confesar quién es el patrón del cayuco, pero asegura que no lo sabe. «A veces no entiendo nada, estamos tardando más que el resto en ser derivados», explica.

Él quiere quedarse en Canarias. Antes de terminar la entrevista se le acerca Omar, juega con él y se dan un abrazo. Omar dice tener 15 años y una hermana mayor en Francia. «Yo vine para estudiar y ayudar a mi madre», afirma agarrado a Cha. Tiene aspecto de niño, está esperando la comprobación de la edad, pero por ahora permanece en un centro de adultos. Un caso que no es excepcional, según han denunciado las distintas organizaciones humanitarias como la Asociación Hay Raíces. «Quiere estudiar mecánica y se sabe todas las marcas de coche», cuenta Cha, orgulloso de ese niño que tanto le recuerda a sus hijos. «Sé que les volveré a ver cuando ya sean muy mayores y esto es lo que más me duele», concluye.

Fuente: www.rtve.es