Un Madrid que cantaba por los cuatro costados
Clamores, Galileo, Libertad 8, el Búho Real, Costelo, la sala Sol, el Rincón del Arte Nuevo, Candela, Moby Dick, Caracol, la sala Aqualung, Revolver, el Clandestino…; son muchas las salas que fueron, las que programaban a diario bolos que permitían mirar a los ojos a los cantantes. Conciertos que reunían a cincuenta o cien personas, otras veces a una veintena, pero que nos permitía elegir en una oferta de cantantes que plegaron sus maletas para no volver a ponerlo tan fácil. Un martes cualquiera, uno podía pasarse por Clamores y ver a Germán, el dueño, como terminaba de preparar un concierto de Antonio Vega. Entradas disponibles, claro, porque ese Madrid no se apuntaba en lista de espera ni en colas de puerta para un segundo turno de cena. No se escuchaba ni una tos. El único santo era Antonio y los demás, devotos del milagro que comenzaba a eso de las nueve de la noche. O a Darío, el mítico fundador del Búho Real que programaba los conciertos en la barra de su templo y que fue primer escenario de gigantes como Bebe. La recuerdo cantando mientras miraba fijamente a Borja, mi amigo. No éramos más de quince o veinte personas antes que Virgin se diera cuenta de que esa mujer detenía el tiempo cuando hacía temas como «tanto tiempo sin sentir», canciones que se perdieron porque no fueron grabadas en sus primeros álbumes. Luego Carlos Jean y Javier Liñán la hicieron gigante con una producción musical que la sacaría del Búho Real para llenar las plazas de España entera. Pero fue nuestra algunos años. En Libertad 8 ensayaba un joven Quique González que, en más de una ocasión, vino acompañado de Enrique Urquijo por aquella obra maestra de «Aunque tú no lo sepas». Dolía cuando la cantaba el madrileño líder de Los Secretos . La noche parecía entonces un atardecer lleno de magia que regalaba oportunidades repartiendo emoción cada dos calles. A Galileo subía del sur Carlos Chaouen. Hasta que no le tuve delante por primera vez no entendí de qué iba eso de cantar a pelo con una guitarra. Sus cuerdas vocales se rasgaban y se confundía el sonido del instrumento con su propia garganta. Te dejaba pasmado enlazando versos que se grababan en la memoria mientras los vasos de las copas se colaban entre sus frases al posarse en las mesitas. Era casi un ritual, con un silencio atronador que se partía cuando comenzaba a arpegiar su «Semilla en la Tierra». Un artesano de canciones vestido de negro, al que después tenías al lado de la barra porque Madrid se bebía entera sin distinguir entre unos y otros.Noticia Relacionada estandar Si Aquella Malasaña del ilustre Pigüi Alfonso J. Ussía Llevaba una chupa de cuero desgastado que le quedaba grande. Su patria era la plaza de San Ildefonso, aunque por las noches se dejaba ver por la de la Luna El Candela, que está a punto de ver de nuevo la luz de su cueva, era la frontera que muchos no tenían el coraje de cruzar. Para mí era un sueño ver a Joselín Vargas hacer percusión a golpes con la mesa, mientras su primo Antonio Carmona entonaba a capela una letra a medio tiempo que hipnotizaba a todos los que allí paraban. Por eso amanecía de noche. Porque el duende se despertaba a eso de las doce y se pedía un whiskey con hielo para que se calentaran las gargantas. El Clandestino de la calle Barquillo era una bóveda de ladrillo en la que el humo de los cigarros le hacía parecer un valle de Norteña despertando en la neblina. Halloween no se celebraba, y quizá por eso te topabas con algún que otro muerto en vida que gastaba sus noches en la prórroga de sus días. Allí de pronto comenzaban los conciertos bien entrada la madrugada porque nadie tenía prisa por volver. Sólo por llegar. Antes de dormir uno podía tomarse unos espaguetis o una fabada en Lady Pepas, y encima, igual te llevabas a casa un recuerdo de ver a Krahe sobre sus tablas. Ese Madrid que cantaba por los cuatro costados no entiende de reguetón ni de autotune. Los jóvenes prefieren ahora fumar shisha de fresa y escuchar monotemas con sus teléfonos móviles mientras se escriben por whatsaPp lo que no se dicen a la cara. Por eso ahora de noche suena casi todo a lo mismo. Y Sabina dejó de escribir en los bares y Antonio se fue al cielo. Y Carlos Chaouen a la India y Bebé a otro ritmo y tiempo. Quique González a Cantabria, Joselín a Nueva York, Darío traspasó el Búho y Germán se cansó de programar conciertos. Isaac de Lady Pepas, Miguelito de El Candela… Madrid sigue mirando cómo crece todo mientras algunos huecos no se llenarán jamás.