Un impenetrable Jannik Sinner se corona en Shanghái y deja a Djokovic sin su título 100
Ni Carlos Alcaraz ni Roger Federer quisieron perderse esta final. Un duelo de supervivencia en este tenis que comienza a entender que entra en otra era sin las grandes leyendas que lo han hecho enorme aunque permanece un Novak Djokovic de 37 años y rodillera que se niega a claudicar ante el tiempo. Al contrario, parece encontrar en los adioses de sus máximos rivales de siempre la energía para que ese otro tenis no desaparezca por el momento. Pero el serbio se encontró de frente con una versión suya evolucionada, más joven y fresca, que lo despachó de ese intento magnífico de conquistar su título número 100: un Jannik Sinner imperturbable, impenetrable y letal que conquistó en Shanghái su séptimo título del año (7-6 (4) y 6-3) en una hora y 37 minutos.
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7 | 6 |
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Tendrá que esperar el centenario porque Sinner simboliza una vez más que el Big 3 tiene un testigo digno de ellos. El italiano, el mejor del curso con los títulos del Abierto de Australia, US Open y cinco más, se ha hecho un rival temible, un robot capaz de maniatar cualquier estilo, que terminará el año como número 1 por primera vez de las muchas que se le auguran en su futuro.
En esta final de Shanghái se lo vio, no obstante, con alguna tensión inicial. Al otro lado era el Djokovic, tenista descomunal que cierra las fisuras con presteza cuando entra en modo ganador, con ese chip que cambia y pone en ebullición en las finales, el ganador de 24 Grand Slams, el que más semanas tiene como líder de la ATP, y más Masters 1.000 y más… todo. Y pesó durante buena parte de la final en la mano del italiano, que solventaba bien sus turnos de saque, pero, algo atenazado, no encontraba el chispazo necesario para desequilibrar el partido a su favor.
Se lo impidió la tensión y el propio Djokovic, que tuvo un 0-30 con 5-4 a favor, pero a Sinner también le cambió el rictus. Dos buenas derechas, apuradas a las líneas, un muro en el fondo e intratable con el saque, para desbaratar las opciones y obligar al rival a buscarse otra forma de llevarse el primer set, alargado al tie break cuando se cumplían 45 minutos de encuentro. Recibió una misteriosa toalla por parte de su equipo en el 6-5 y a partir de ahí se certificó su consolidación mental: un castigo desde el fondo de la pista, infinito para alcanzar todos los ángulos, impenitente para devolver con más velocidad, más fuerza, más saña lo que Djokovic probaba.
Una volea atascada condenó al serbio, sonrisa irónica tras el error porque Sinner es una roca y con saque a favor (logró ocho saques directos), una causa perdida.
Después de un año en el que centró todas sus energías para conquistar el objetivo de su carrera: el oro olímpico en París, no había encontrado más gasolina para ningún otro torneo, por primera vez en blanco. Pero rejuvenece en este otoño y alcanzó esta final con todos los honores y ciertos sustos físicos que anuló a la llegada de este duelo con Sinner. Sin embargo, el anhelado título número 100 tendrá que esperar. El italiano pareció subir de revoluciones en el segundo set y a Djokovic le faltaron las fuerzas para mantener el nivel.
Una rotura en el cuarto juego supuso el fin: a Sinner (22 ganadores y 18 errores)no le tembló el pulso ni la mirada ni la mano para seguir azotando desde el saque, con la derecha, con el revés. Más rápido, más contundente, más eficaz en cada uno de sus golpes. Una pesadilla que no muestra debilidades cuando está en modo ganador. Una versión actualizada del propio Djokovic. Y al serbio ya no le quedó más remedio que aceptar la mayor: encadenó además varios errores fruto de la frustración y la resignación. Djokovic sigue aquí, que nadie se olvide, recuperada la ambición tras el desgaste olímpico, pero Sinner vive en estado de gracia en este 2024.
Confianza, tenis, mentalidad. Un robot emocional, físico e imperturbable que suma su séptimo título de la temporada, después de Australia, Róterdam, Miami, Halle, Cincinnati y el US Open, con 23 años. Un número 1 del hoy y al que pocos pueden desequilibrar.