Un apagado Alcaraz tropieza en el estreno de la Copa de Maestros ante Ruud
En este torneo en el que todo se presenta como una producción de Hollywood, ocho actores en un escenario de luces, música atronadora y atenciones personalizadas, Carlos Alcaraz es el segundo favorito para la afición turinesa. No hay duda de eso en el Inalpi Arena, colas desde tres horas antes del partido para ver al español, y en el recibimiento a su entrada a la pista. Pero, hora y media después, el protagonista no responde a lo que anhelaba el pabellón, y se marcha cabizbajo el murciano, acompañado de aplausos de ánimo tras un resbalón de los grandes, contra Casper Ruud (6-1 y 7-5), porque no era este el estreno que esperaba, ni la actuación que quería ofrecer. No era este el Alcaraz que se presentaba de palabra capaz de levantar esta Copa de Maestros tan difícil.
Él quería entrar de lleno en el papel de favorito, confirmar que ha aprendido la lección a la que lo invitó Juan Carlos Ferrero de que el año no iba solo hasta septiembre, sino hasta noviembre. Ha conseguido estirar la energía más allá del verano, levantándose del bajón anímico tras la plata olímpica que le supuso caer en segunda ronda en el US Open y estallar de rabia y frustración en la primera ronda del Masters 1.000 de Cincinnati. La corona en Pekín, y ante Sinner, fue la demostración de que el aprendizaje estaba haciendo mella. Pero, por el momento, se complica la situación en el torneo de la exclusividad, porque su derrota es en dos sets y se obliga no solo a ganar a Andrey Rublev y a Alexander Zverev sí o sí, sino a esperar el resultado de sus contrincantes para ver si hay opciones de, al menos, alcanzar las semifinales del año pasado.
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6 | 7 |
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1 | 5 |
El español tenía entre ceja y ceja este torneo casi maldito para España. Solo dos maestros, y una maestra: Orantes en 1976, Corretja en 1998 y Muguruza en 2021. Cuesta la pista, la falta de más torneos para preparar bien la adaptación, los movimientos, la postura del cuerpo, más bajo de lo normal porque la pelota va vertiginosa pero tampoco sube como en otras superficies. Y bajo techo, que también influye porque todo suena distinto y el poder controlar todos los elementos (sin viento ni sol) aumenta la velocidad de los intercambios: menos respiro, menos opciones para recuperar en caso de algún despiste, menos estrategia y mucha menos paciencia. Y sumado al tenis de hoy, un cóctel molotov.
En ese duelo, presagia el personal que Alcaraz se mueve mejor, llega mejor, y que a Ruud le pesará esta segunda parte del curso gris: ocho últimos torneos perdiendo en primera o segunda ronda. Pero el noruego ha sido tres veces finalista en este torneo, en las tres ediciones que ha disputado, y aprieta de lo lindo en el estreno, incluso para levantar dos bolas de break en el primer juego, para meter medio colmillo en el cuarto, para levantar otras cinco bolas de break en el quinto, y para meter el colmillo entero en el sexto. Un 6-1 en 36 minutos que enciende las alarmas del personal.
Alcaraz ayuda a esta especie de sorpresa, que Ruud juega bien pero no para este asedio. Le cuesta el inicio, como ya le pasó el año pasado, y aunque muestra energía esta vez, le falta el enlace correcto entre ideas y ejecución y le sobra precipitación. Juega con prisa y, a la vez, aletargado, con demasiados errores con la derecha, de la que ya renqueaba en los entrenamientos de la previa, poco saque (solo seis puntos a favor en el primer set) y rabia que le cuesta disimular. No está, atrapado en una nube demasiado densa que se refleja en sus pasos por el banco, repantingado, cabizbajo, sin sonrisa.
El murciano ha protagonizado muchas de estas, consciente de que es superior a casi cualquiera y que todo está en su mano, sobre todo ante rivales como Ruud, pundonor y buen nivel. Se niega a renunciar a este torneo que lo haría único en el tenis español del siglo XXI. Sabe que el camino es muy largo y aunque aquí se cuenta cada set y cada juego, y ya por detrás, empieza a confiar en su primer servicio, que le marca el camino en el segundo set, por mucho que el noruego siga firme. El uno es la muestra de la constancia y el trabajo hasta donde alcanza; el otro, el que también se mueve en la mina si es preciso pero tiene oro para brillar y pasar del desánimo a los fuegos artificiales. Pero también al contrario.
El ánimo es otro, aparece el despegue, y la sonrisa, y la derecha que por fin entra y con intención, para manipular a su antojo esta vez al noruego, sin el atrevimiento de antes, y que asume la primera rotura en contra. Lo que en la primera media hora no ha entrado en la segunda va con alfombra roja de lado a lado, de esquina a esquina, de línea a línea. La conexión entre ideas y ejecución que iba cortada al principio fluye a la perfección. El ceño fruncido se abre y aparecen los dedos hacia arriba, el gesto desafiante. Un 5-2 que celebra el Inalpi Arena entre gritos de «Carlitos, Carlitos».
Pero el despegue dura lo que dura. Sigue sin estar, sin ser él. La trampa vuelve a caerle con fuerza a pesar de los ánimos de la grada, que quieren ver brillar al que consideran el digno oponente de su héroe local. Ruud es, no obstante, el que tira más de oficio, más regular, más templado y el que obra la remontada y logra recuperar la rotura y forzar la del español, otra vez cariacontecido porque lo había intentado y pensaba que estaba ya todo hecho y volvió a apagarse la derecha.
Resopla al final Alcaraz, asumida la enésima desconexión, negando con la cabeza cuando ve cómo el saque de Ruud lo remata con un ace. No empieza bien las ATP Finals, otra vez. Y algo peor incluso que el año pasado, que cedió en el estreno contra Alexander Zverev, pero en tres sets, que contó lo suyo para poder pasar a semifinales. Ahora toca esperar el resultado de sus rivales, pero sabe que tiene por delante dos finales si quiere seguir persiguiendo el sueño de una Copa de Maestros que se resiste y se resiste y se resiste.