sin vacaciones para poder comprar neumáticos
«Ser campeón del mundo de MotoGP sería la plenitud en mi vida. Somos un claro ejemplo de que los sueños se cumplen. Solo queda uno…», explicaba Jorge Martín a finales del año pasado en un documental que recogía su trayectoria. Ese sueño que quedaba se acaba de cumplir en Barcelona, donde Jorge Martín se ha coronado campeón del mundo. Ya dejó encarrilado el campeonato hace quince días tras la caída de Pecco Bagnaia en la carrera al esprint y hoy lo ha consumado. Atrás quedan años de sufrimiento. De él y de su familia, que lo apostó todo al 89 que luce el piloto del Prima Pramac en su casco y en el carenado de su Ducati satélite, aunque pilota una Desmosedici GP24, la pata negra, la misma que conduce Bagnaia o Bastianini.
El sentido abrazo con sus padres, Ángel y Susana; su hermano pequeño, Javi; su pareja, María Monfort; y su agente, Albert Valera, condensa una trayectoria en el final de un camino que inició con apenas dos años, cuando sin saber hablar prefería las historias de la revista ‘Solo Moto’ que su padre apilaba en casa y le leía por la noches antes que los cuentos infantiles. Martín ha cumplido su sueño y el de todos los suyos, una familia de trabajadores que se ha sacrificado para que Jorge pudiera dedicarse a las motos, heredando la pasión de sus progenitores que antes de tener hijos disfrutaban recorriendo los circuitos. «Jorge es una resaca de Jerez 1997», bromean en casa. En aquella carrera de mayo, la tercera del Mundial, la ganó Crivillé, ídolo de los Martín-Almoguera, que en la grada lucieron una bandera española con un toro en el centro. La misma bandera que Martinator pasea cuando gana una carrera.
Martín ha tocado el cielo, pero sus inicios no fueron idílicos. Desde su casa, colindante al circuito del Jarama, se oían los rugidos de los motores y ahí soñaba con correr el pequeño Jorge cuando era un crío. «Mamá, música celestial», clamaba cada fin de semana que había carreras. «Nunca me planteé ser piloto cuando era pequeño. Solo pensaba en divertirme. De pequeño no te das cuenta de nada y no era consciente del esfuerzo que estaba haciendo mi familia», recuerda Jorge en su documental. Y es que el motociclismo es un deporte caro. «Todos hemos sacrificado mucho por esto. Todo lo que ganábamos se iba a las motos. Nos olvidamos de las vacaciones para poder pagarle los neumáticos», explica Susana, la madre del piloto. Hubo algunos momentos en que solo las victorias del chaval podían pagar los gastos que generaba, sobre todo cuando ambos progenitores se quedaron en el paro. Martín no lo olvida: «Hacía falta presupuesto y mi familia no tenía recursos. Con la crisis llegaron los malos momentos y se tuvieron que esforzar mucho. Mis amigos se iban de vacaciones y yo me quedaba en casa. Mis padres lo dieron todo para que yo llegase hasta aquí». «La cesta de la compra pasó a ser cerdo-pollo-macarrones y dejamos de hacer muchas cosas», rememora Susana, que incluso vendía pulseras para poder pagar los neumáticos de su hijo. «Cada carrera nos costaba 1.700 euros», recuerda Ángel, que explica que «un equipo nos llamó para correr el campeonato de España, pero nos pedía 200.000 euros y ni los teníamos ni nos podíamos endeudar».
Más tornillos que huesos en el cuerpo
KTM decidió apostar por su talento cuando en 2014 ganó la Rookies Cup y le hizo un hueco en Moto3. Ahí captó la atención de Albert Valera, representante de Jorge Lorenzo y Aleix Espargaró, y pudo colocarle en el equipo de Jorge Martínez Aspar, donde curiosamente coincidió dos años con Pecco Bagnaia. Fraguó una buena amistad con su actual rival, con el que compartía litera y se picaba con los videojuegos. «Era muy explosivo, muy nervioso. Teníamos que sentarlo, pero le vimos mucho potencial», recuerda Jorge Martínez Aspar. En 2018 ganó el Mundial en Moto3 y lució la bandera del toro, la que sus padres ondearon la noche que le engendraron. Pero sus triunfos fueron acompañados de continuas lesiones. Cada vez que se caía se rompía un hueso, o varios, lo que llevó a que le realizaran estudios sobre la fragilidad de su esqueleto. «Tiene más tornillos y placas en el cuerpo que huesos. Por eso el mote de Martinator: mitad hombre y mitad robot», desvela Javi, su hermano pequeño, que orgulloso de la trayectoria de su hermano lamenta que «le veo poco, es mi referente y me gustaría estar más tiempo con él». Especialmente duro fue el incidente que sufrió en Portimao en 2021, durante los entrenamientos libres y que es la tercera caída más dura de la historia de MotoGP tras la de Marc Márquez en Sepang 2019 y la de Loris Baz, también en Malasia, en 2016. Según los datos recogidos por Alpinestars, la marca encargada de fabricar su mono, Martín llegó a soportar 26 G de fuerza en su caída, con varios impactos que superaron las 20 G. En el accidente, el madrileño sufrió un fuerte traumatismo craneoencefálico, se fracturó ocho huesos y tuvo que someterse a tres operaciones simultáneas.
El año pasado Martín estuvo a punto de lograr el campeonato. Un exceso de confianza en Indonesia y un error en la estrategia con la elección de los neumáticos en Australia impidieron su triunfo final tras recortarle 66 puntos a Bagnaia, que acabó logrando el Mundial. Este año ha sido diferente. Seguramente la influencia de su pareja, María Monfort, le ha aportado el punto de madurez y serenidad que necesitaba. Su gran actuación en Aragón en septiembre (segundo en la esprint y en la carrera del domingo) aderezada con la novena posición de Bagnaia en la esprint y su caída al día siguiente, permitieron al madrileño uparse a un liderato que ya, no solo no abandonó, sino que fue consolidando en los siete siguientes Grandes Premios (San Marino, Misano, Indonseia, Japón, Australia, Tailandia y Malasia) hasta ganar el Mundial en Barcelona este fin de semana. Título que celebró dando la vuelta de honor disfrazado de Terminator…