Sin democracia no hay libertad ni Estado de Derecho

Sin democracia no hay libertad ni Estado de Derecho







Fue la mujer con más poder en el mundo. Angela Merkel ha permanecido al margen de la política desde que dejó la Cancillería alemana hace tres años. Regresa para presentar sus memorias, escritas a cuatro manos con su confidente y asesora, Beate Baumann. Su objetivo es contar las vivencias de la política en torno a hechos históricos de un modo que la gente corriente pueda entender. Merkel se presenta en paz consigo misma y como una firme defensora del orden internacional liberal.

Calificada en su día como la líder del mundo libre, repasa su vida en dos Estados alemanes: 35 años en la República Democrática Alemana y 35 años en la Alemania reunificada. Escribe sobre su infancia y juventud, sobre la caída del muro de Berlín en 1989, tras la cual comenzó su vida política, sobre sus encuentros y conversaciones con las personas más poderosas del mundo y arroja luz sobre cómo se tomaron determinadas decisiones. Es su visión: el relato de los entresijos del poder y un alegato por la libertad de una Merkel más emocional. Y advierte que «el blanco y el negro se imponen cada vez más a la capacidad de ver matices de gris y llegar a compromisos».

Merkel nunca fue una visionaria, sino más bien una gestora que daba estabilidad y seguridad, una pragmática, no una transformadora. «Fui canciller durante 16 años, así que todos los puntos fuertes y débiles del país son también míos hasta cierto punto. Por supuesto, no todo ha funcionado a plena satisfacción, algunas cosas incluso han sido deficientes», dice en una entrevista con el semanario Der Spiegel, con motivo de la publicación de sus memorias.

Se mantiene fiel a sus decisiones, a pesar de que sus críticos califican su era como la de las oportunidades perdidas y de los errores: falta de digitalización, infraestructuras en mal estado, retraso en la transición energética, su política de asilo, la actual recesión, la dependencia del gas ruso y su política hacia ese país, la guerra de Ucrania o el ascenso de la ultraderechista Alternativa por Alemania. «El legado de Merkel parece cada vez más terrible», titulaba en octubre el diario británico The Economist.

La decisión de impedir el ingreso de Ucrania en la OTAN

No son pocos los que consideran un error histórico que Merkel impidiera a Ucrania y Georgia obtener el estatus de candidato en la decisiva cumbre de la OTAN de 2008, en Bucarest. La excanciller duda que ambos países hubieran ganado más seguridad: «Me pareció ilusorio suponer que el estatus MAP (asesoramiento y apoyo de la Alianza a países que quieren adherirse) hubiera dado a Ucrania y Georgia protección frente a la agresión de Putin, que este estatus hubiera tenido tal efecto disuasorio que Putin hubiera aceptado los acontecimientos sin hacer nada», escribe Merkel, que consideró que la intervención de la OTAN en caso de conflicto era tan inconcebible como un mandato del Bundestag para la implicación alemana.

Pero Merkel admite que el compromiso alcanzado finalmente fue insatisfactorio para ambas partes: «El hecho de que Georgia y Ucrania no recibieran un compromiso para el estatus MAP fue un no a sus esperanzas. Para Putin, que la OTAN también les prometiera un compromiso general para su adhesión fue un sí a la adhesión a la OTAN para ambos países, una declaración de guerra».

No obstante, la excanciller está convencida de haber hecho lo correcto y asegura que vio riesgos en relación con la presencia de la Flota rusa del Mar Negro en la península ucraniana de Crimea. «Semejante enredo con las estructuras militares rusas no se había visto antes en ninguno de los candidatos a la adhesión a la OTAN. Es más, sólo una minoría de la población ucraniana apoyaba entonces la adhesión del país a la OTAN«, recuerda Merkel.

«Me pareció una gran negligencia debatir el estatus del MAP para Ucrania y Georgia sin analizar también la visión de Putin sobre las cosas. Desde que Putin accedió a la presidencia de su país en 2000, había hecho todo lo posible por convertir de nuevo a Rusia en un actor de la escena internacional al que nadie pudiera ignorar, especialmente Estados Unidos. Quería contrarrestar el hecho de que Estados Unidos había salido victorioso de la Guerra Fría. Quería que Rusia siguiera siendo un polo indispensable en un mundo multipolar tras el final de ese periodo», asegura la excanciller y añade que «la Rusia nuclear, potencia mundial, es una realidad. Era y es geopolíticamente indispensable, aunque sólo sea porque, junto con Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y China, es uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU con poder de veto».

Merkel describe al presidente ruso, Vladimir Putin, «como alguien que siempre estaba en guardia para evitar que lo trataran mal y siempre estaba dispuesto a arremeter, incluyendo juegos de poder con perros y dejando que otros lo esperaran. Todo esto podía parecerte infantil, censurable, podías sacudir la cabeza ante ello. Pero no borraba a Rusia del mapa«. Lo que sí le quedó claro a Merkel en Bucarest es que «en la OTAN no teníamos una estrategia común para tratar con Rusia».

La falta de química con Donald Trump

Durante su primer encuentro con el presidente de EE.UU., Donald Trump, en marzo 2017, este le preguntó por su relación con Putin. «Obviamente, estaba muy fascinado por el presidente ruso. En los años siguientes, tuve la impresión de que los políticos con rasgos autocráticos y dictatoriales le cautivaban», asegura Merkel. Sus relaciones con el populista y misógino Trump nunca fueron fáciles. «Hablamos en dos niveles diferentes. Trump en el plano emocional, yo en el plano de los hechos. Trump lo veía todo desde la perspectiva de un promotor inmobiliario que quería un terreno. Para él, todos los países competían entre sí, y el éxito de uno era el fracaso del otro. No creía que la prosperidad de todos pudiera aumentar mediante la cooperación», recuerda la defensora de un orden mundial multilateral.

Merkel deja claro en sus memorias, terminadas antes de las elecciones norteamericanas, que deseaba un triunfo de Kamala Harris, como también lo hizo con Hillary Clinton en 2016 en la contienda con Trump: «Había seguido de cerca la campaña electoral entre Hillary Clinton y él y me habría encantado que hubiera ganado». Las relaciones con Barak Obama terminaron en amistad y será el expresidente norteamericano el que estará con ella durante la presentación de Libertad en Estados Unidos.

La crisis de los refugiados

Otra de las decisiones de Merkel que fue y sigue siendo polémica fue la de abrir las puertas a los refugiados, en septiembre de 2015: «En aquel momento, tuve la sensación de que, de lo contrario, habría puesto en peligro la credibilidad de los discursos sobre nuestros grandes valores en Europa y la dignidad humana. La idea de instalar cañones de agua en la frontera alemana, por ejemplo, me parecía terrible», responde en la entrevista a Der Spiegel.

Se mantiene fiel a esa decisión, pero reconoce también haberse tomado siempre muy en serio el temor de la población a un exceso de inmigración irregular o al terrorismo yihadista. «Si vas a una fiesta pública y tienes miedo de que alguien vaya a sacar un cuchillo, es muy inquietante, aunque ese peligro pueda no existir en ese momento. Pero también hay un segundo grupo en la población que teme que nos volvamos demasiado intolerantes y duros. Como canciller, tengo que tener en cuenta a los dos grupos», asegura y recuerda que nunca hay que dejar que «los terroristas nos arrebaten nuestros valores de libertad y dignidad humana, porque, entonces, habrían ganado».

Infancia y juventud en la RDA

Aunque el libro parece reflejar dos vidas, en realidad, es una, como reconoce la propia Merkel, pero no se puede entender la Merkel política, la de la libertad, sin la primera, la de la Alemania comunista.

Angela Merkel nació en Hamburgo, en la República Federal, pero su padre, un pastor luterano, decidió trasladarse a la República Democrática para ejercer su pastorado, siendo ella muy pequeña. Escribe que tuvo una infancia feliz y que su madre siempre estaba a su lado cuando la necesitaba, pero «la vida en la RDA era una constante vida al límite. Por muy despreocupada que empezara un día, todo podía cambiar en cuestión de segundos y poner en peligro tu existencia si traspasabas los límites políticos. Entonces, el Estado golpeaba sin piedad. Averiguar exactamente dónde estaban esos límites era el verdadero arte de vivir».

El título de sus memorias recoge bien ese deseo de libertad que tanto le faltó durante sus 35 años bajo el régimen germanooriental: «¿Qué es para mí la libertad? Esta pregunta ha ocupado toda mi vida. Políticamente, por supuesto, porque la libertad requiere condiciones democráticas, sin democracia no hay libertad, ni Estado de Derecho, ni protección de los derechos humanos. Pero la pregunta también me preocupa a otro nivel. Para mí, libertad significa descubrir dónde están mis propios límites y caminar hasta ellos. Para mí, libertad es no dejar de aprender, no quedarme quieta, ir más allá, incluso después de dejar la política».

La primera mujer canciller

Entró en política tras la caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989. Su mentor, el canciller Helmut Kohl, la llamaba la chica, pero ella se emancipó y le plantó cara cuando el escándalo de las cuentas secretas y acabó al frente de un partido de hombres, católicos y del oeste, ella, una mujer, protestante y del este. Y se convirtió en la primera mujer canciller, aunque nunca hizo bandera ni del feminismo ni de su procedencia del este.

El 18 de septiembre de 2005, ganaba las elecciones, aunque por un escaso margen, frente al canciller socialdemócrata, Gerhard Schröder, que se negó a reconocer su derrota y, en un debate televisado la misma noche de las elecciones, se preguntó: «¿Creen ustedes seriamente que mi partido aceptaría una oferta de diálogo de la señora Merkel en esta situación diciendo que le gustaría ser canciller federal?».

Y, luego, dirigiéndose a Merkel, de forma desafiante e irrespetuosa, le dijo: «No podrá formar una coalición con mi Partido Socialdemócrata bajo su liderazgo, eso está claro, no se engañe». «Me repetía a mí misma: no te enzarces con los demás, porque entonces también empezarás a desentonar», recuerda Merkel. Era plenamente consciente de que estaba viviendo algo especial, pero todo sucedía inconscientemente. Dudaba mucho que Gerhard Schröder se hubiera comportado de la misma manera con un hombre«, sentencia.

El 22 de noviembre de 2005, Angela Merkel, se convertía en canciller y, contra los pronósticos de Schröder, lo hacía al frente de una gran coalición con los socialdemócratas. «Ahora me tocaba a mí. Tenía 51 años». Empezaba una nueva etapa en su vida, la era Merkel, que no acabaría hasta 16 años después.

Fuente: www.rtve.es