más de 2.500 menores murieron por el uso de amas en 2023
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“Todo ha ido cuesta abajo desde que mataron a mi hijo. Mi hija está traumatizada. Y yo no soy feliz. Noto que me hundo más cada día”, cuenta Vashunte Settles en un parque en Dallas, Texas, al equipo de En Portada para el documental EE.UU., la masacre silenciosa —disponible en RTVE Play—.
La vida de esta madre soltera de 35 años con tres hijos sigue tambaleándose casi dos años después de que su hijo de 11 años, De’Evan McFall, muriera tiroteado por una menor de 14. “Todo ocurrió muy rápido. Parecía todo bajo control y al momento siguiente la vi con un arma”, rememora reconstruyendo cómo una discusión entre su hija con otra chica derivó inexplicablemente en un tiroteo.
“Apuntaba a mi hija, que salió corriendo, y empezó a dispararla en medio del aparcamiento, sin más”, continúa. La fatalidad quiso que una de las balas alcanzara al pequeño D’Evan, que se había escondido tras un coche. El niño murió poco después en el hospital y la menor con la pistola fue condenada a 13 años en prisión.
La historia de Vashunte Settles no tiene nada de excepcional. El 63% de los menores fallecidos por un tiro murieron en homicidios, y la mitad eran niños y adolescentes negros, según los datos provisionales de 2023 del Centro de Control de Enfermedades.
Las armas de fuego son la principal causa de muerte de los menores en EE.UU., por encima de los accidentes de tráfico o enfermedades como el cáncer. Siete menores murieron cada día por un disparo y no todos mueren en homicidios: el 30% de los menores se suicidan con una pistola y el 5% por un tiro accidental.
Una crisis de dimensiones desconocidas
“Se puede decir que es una crisis de salud pública que crece cada año desde 2015”, afirma Bindi Naik-Mathuria, jefa de Cirugía Pediátrica del Hospital de Galveston en Houston, Texas, que señala que no solo hay que fijarse en los fallecidos porque “son muchos más los que sobreviven con secuelas físicas y mentales de por vida”. Se calcula que podrían ser 5.000 los niños y adolescentes heridos de bala al año, pero no hay obligación de registrarlos y los datos quedan dispersos entre hospitales, policía y servicios de emergencia.
“Son muchos más los que sobreviven con secuelas físicas y mentales de por vida“
La cirujana Naik-Mathuria centra su investigación en integrarlos para obtener una foto más nítida del problema que ayude a reducir esas cifras porque de esos menores, nadie habla ni se ocupa. Dependiendo de dónde hayan sido disparados “pueden convertirse en personas con una discapacidad o arrastrar enfermedades intestinales, pulmonares o cardíacas”, señala Naik-Mathuria.
El calvario de los que sobreviven a los tiros es doble: lo sufren los menores y también sus familias. En Grand Rapids, Michigan, Bianca Bridgeforth lucha porque su hijo Javeon vuelva a tener la vida que le toca, la de un chaval de 13 años. No lo tiene fácil. “Ha perdido la visión y la audición del lado derecho, tiene un coágulo en el cerebro y sufre estrés postraumático después de que un amigo de su edad le disparara accidentalmente con una pistola que encontró en un coche”, nos cuenta Bridgeforth en su casa.
“Mi otra hija me llamó para decirme que a su hermano le habían disparado en la cara“
Todo ocurrió en un baño público en un parque junto al instituto Alger Middle School. Ella sigue sin entender cómo “el director de la escuela expulsó del recinto a mi hijo y su amigo sin avisarnos. Me enteré de lo que pasó porque mi otra hija me llamó para decirme que a su hermano le habían disparado en la cara”, denuncia indignada.
Los mitos de la violencia armada
El impacto de la violencia armada en los jóvenes es mucho más complejo de lo que solemos mostrar los medios. Los menores muertos en tiroteos escolares apenas suponen un 2% de las víctimas.
“Suele ser al revés, esa violencia armada desencadena trastornos mentales en las personas que las han vivido“
Justin Heinze, profesor en la Universidad de Michigan e investigador en el Instituto de Prevención de Lesiones por Armas, señala las falsas creencias asociadas a la violencia armada: “El primer mito es que hay tiroteos masivos todo el tiempo, el segundo mito es que no se pueden predecir, y el tercer mito es que son enfermos mentales los que disparan”, enumera el profesor Heinze, que añade que “suele ser al revés, esa violencia armada desencadena trastornos mentales en las personas que las han vivido”. Según el profesor Heinze, desterrar esa retórica de la resignación es el primer paso para pasar a preguntarse qué se puede hacer para prevenir estas tragedias.
En eso trabaja, a ras de suelo, Big Mama’s Safe House, un programa para interrumpir la violencia comunitaria en uno de los barrios más desfavorecidos de San Antonio, Texas. “Trabajamos con la rehabilitación de pandilleros e intentamos también llegar tanto a los autores de esa violencia armada como a los que todavía no han recurrido a ella”, nos explica el responsable, Bennie Price, un expandillero que montó este proyecto tras salir de la cárcel por matar a tiros a un hombre cuando tenía 16 años.
Detrail es uno de los jóvenes del barrio que ha recurrido a los servicios de Big Mama’s Safe House. Allí le han ayudado a encontrar un empleo y a recuperarse del tiro que le pegaron en la pierna con 18 años. “Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado”, nos cuenta Detrell, que ya había perdido a dos hermanos por las balas. “Los jóvenes del barrio ven las armas como un trofeo, conseguir una pistola es como estar en la cima del mundo”, nos cuenta Detrell.
Diamond, otra joven sentada a su lado en una reunión de grupo, le refrenda: “escucho muchas veces a gente que creció conmigo decir: En cuanto cumpla esta edad, voy a comprarme un arma. Creo que el hecho de que haya tanta gente con armas hace que los demás quieran tenerlas para protegerse. Hasta yo he pensado hacerme con una para protegerme, porque me muevo caminando y no tengo coche. Es aterrador”.
Niños armados, un hecho cultural
“La gente suele traer aquí a sus hijos”, nos cuenta Ramón Reyna, vendedor e instructor de armas en Top Gun Range, en Houston, Texas. “Tenemos un límite de edad: a partir de los 11 años”, nos explica.
“Los padres suelen traer un arma de casa que montan a la medida para sus hijos“
“Mucha gente quiere que sus hijos aprendan de pequeños y los padres suelen traer un arma de casa que montan a la medida para sus hijos”, nos explica. “Es algo muy de la cultura de las armas en Estados Unidos”, concluye.
En esta armería y campo de tiro se ofrecen cursos básicos para menores. Como instructor, Ramón Reyna les da clases, siempre con presencia de los padres. “A los niños siempre les digo que esto es algo serio, que no es un videojuego, y que están allí para aprender una lección de vida”, nos cuenta.
Ramón Reyna nos muestra también los diferentes dispositivos de seguridad a la venta para impedir el acceso de los menores a las armas en casa. Candados que bloquean el gatillo, fundas con candado o cajas fuertes son las opciones más habituales a disposición de los padres responsables que tienen armas.
Y es que este aspecto, el del almacenamiento seguro, es crucial para evitar que los menores protagonicen tiroteos escolares, muertes accidentales y, sobre todo, suicidios, un fenómeno en aumento.
El papel y la responsabilidad de los padres
Hasta 26 estados de EE.UU. tienen aprobadas leyes que penalizan y sancionan a los padres de menores que disparan un arma que tengan en casa. Michigan, donde vive Gwen La Croix, es uno de ellos. “Si esa ley hubiera estado en vigor cuando mi hijo Jonah se suicidó, su padre estaría todavía en la cárcel. En cambio, tengo que compartir con él la custodia de mis otros hijos”, nos cuenta.
Su hijo Jonah, de 17 años, se suicidó con una pistola que el padre tenía guardada en el cajón de un armario. “Pensé que el estado vendría y se llevaría a todos nuestros hijos, pero nunca pasó, no hubo cargos”, recuerda Gwen La Croix, enfermera psiquiátrica de origen británico.
Eunice Benavidez es voluntaria del programa BeSMART, una campaña educativa que intenta que los padres “guarden las pistolas descargadas y alejadas de la munición” para proteger a los menores. Ella perdió a su hermano Alejandro, de 14 años, por un disparo accidental.
“Cogió un arma que habían estado usando los adultos pensando que no estaba cargada, y disparó“
“Fue a pasar la noche del sábado a una casa con su mejor amigo, que cogió un arma que habían estado usando los adultos pensando que no estaba cargada, y disparó”, rememora Eunice Benavidez. A ella le costó darse cuenta de que también era una víctima aunque no le habían disparado y, desde entonces, comparte la historia de su hermano para ayudar a otros.
Eunice afirma que hay muchos padres propietarios responsables con sus armas, pero cuesta que algunos cambien de mentalidad porque “quieren tener el arma lista por si tienen que defenderse”. Pero insiste en que hacer inaccesibles las armas a los menores en casa “evita accidentes, suicidios e incluso tiroteos escolares”. Se calcula que hay más de cuatro millones de hogares con niños donde las armas están al alcance de los niños.
Este último año, por primera vez, la justicia estadounidense ha condenado la negligencia de los padres con las armas que tienen en casa. En primavera de 2024, los Crumbley se convirtieron en los primeros padres condenados por homicidio involuntario.
Su hijo mató a cuatro estudiantes en el Instituto de Oxford, en Michigan, con un arma que le habían comprado, enseñado a usar, y que no hicieron inaccesible. Y en Georgia, el padre de Colt Gray, afronta cargos similares por el tiroteo de su hijo en el Instituto Apalachee el pasado septiembre.
Un problema prevenible
“La investigación ha demostrado que impedir que los menores cojan las armas puede salvar vidas”, afirma Jessica Roche, Directora Gerente del Instituto de Prevención de Lesiones por Arma de Fuego de la Universidad de Michigan. Una institución que se ha convertido en un referente nacional en estrategias preventivas probadas científicamente para reducir el impacto de la violencia armada, responsable de cerca de 50.000 muertes al año, más de la mitad suicidios.
Sin embargo, una parte considerable de la población interpreta que la investigación y las estrategias preventivas en esta materia podrían cercenar el derecho consagrado en la Segunda Enmienda de la Constitución a tener armas. “Es un gran desafío y abordamos el asunto de manera apolítica”, nos cuenta Jessica Roche que insiste en que “no se trata de quitarle las armas a nadie y que hay que investigar y probar varias estrategias el problema no tiene una única solución”.
“La polio o la rabia reciben mucha más inversión pública que las lesiones por armas de fuego“
En los años 90, una enmienda presentada por el republicano y miembro de la Asociación Nacional del Rifle, Jay Dickie, cerró el grifo a que se financiara públicamente cualquier investigación en esta materia. Y así se ha mantenido hasta que se ha revocado, hace cuatro años, con una inversión todavía insuficiente para las dimensiones del problema.
“La polio o la rabia reciben mucha más inversión pública que las lesiones por armas de fuego. Este es un campo muy nuevo y queda mucho por hacer”, afirma Jessica Roche. La investigación de la cirujana Naik-Mathuria fue una de las primeras en recibir ese dinero público. “Es un problema de salud pública que necesita más inversión en investigación”, según la cirujana.