Los 10 partidos épicos de Rafa Nadal
Rafa Nadal, ganador de 22 ‘Grand Slams’, ha anunciado este jueves que se retirará del tenis profesional a los 38 años. Su último partido será la disputa con España de las Finales de la Copa Davis, que se celebrarán en Málaga del 19 al 24 de noviembre. Esta es la selección de los 10 partidos más épicos del tenista español más laureado:
1
Río 2016, una amistad forjada en oro
«Especial e inolvidable para el resto de nuestras vidas», definía Rafael Nadal este partido con el que conquistó la medalla de oro en Río 2016. Una alegría multiplicada por dos porque el podio, las lágrimas, los abrazos y la historia olímpica se compartía con su amigo Marc López. Para siempre también esa imagen con los dos tumbados en la pista, imposible esconder tantas emociones porque se forjaba en oro una amistad de toda la vida que culminó de la mejor manera posible tras un camino complicado.
Nadal, que siempre ha defendido Juegos Olímpicos casi por encima de todo, tuvo su momento mágico en Pekín 2008, con ese oro individual, pero no pudo ser abanderado en Londres 2012 por la lesión en las rodillas. Tuvo que esperar dos ciclos para volver a disfrutar de la Villa, del maremágnum de modalidades deportivas alrededor, de ese espíritu olímpico que se ha encargado de encarnar una y mil veces. De hecho, llegó entre algodones, pues la muñeca lo había dejado en la enfermería durante la gira de tierra previa a Río. Y después estaría otros seis meses fuera del circuito. Pero en Brasil entró a lo grande y culminó todavía más arriba. Optó a la medalla individual, pero perdió contra Juan Martín del Potro en semifinales y en la lucha por el bronce contra Kei Nishikori; en dobles mixto, aunque no llegó a disputar ningún partido con Garbiñe Muguruza al retirarse antes de empezar, y se reservó todas las ganas para un sueño de infancia: el oro con Marc López.
Habían sido compañeros de dobles con notable éxito: título de Doha en 2009 y en 2011, Indian Wells de 2011 y 2012. Después, pendiente ya Nadal de su cuerpo y de limitar los esfuerzos, separaron sus caminos… hasta este torneo olímpico que ni siquiera entraba en los planes del catalán. Habían perdido los automatismos, pero nunca la complicidad, al contrario, fue la clave del éxito en este torneo acribillado por la lluvia y en la que Nadal se plantó en la lucha por las medallas dos horas después de su victoria individual ante Thomaz Bellucci.
Con la amistad como fuerza superaron a los austriacos Marach y Peya (6-3 y 6-1) y a los canadienses Pospisil y Nestor (7-6 y 7-6) antes de afrontar el reto de los rumanos Mergea y Tecau. No fue nada fácil a pesar de que en apenas 33 minutos se había resuelto el primer set para los españoles. Pero los rumanos plantaron cara y apuntaron al cansancio del balear y a los nervios del catalán. En el tercer set, más de dos hoas de juego, las imprecisiones fueron constantes en ambos bandos, pero el orgullo español, acompañado de una grada a favor, fue inclinando el triunfo hacia los sueños de Nadal y López.
No fue a la primera, ni a la segunda bola de partido, pero sí a la tercera, cuando ese remate de Mergea se marchó largo. Ahí, la locura. López y Nadal en el suelo, una amistad labrada en oro. «Hace 25 días estaba en casa, sin entrenar. Soñaba con poder competir algo y llevar la bandera de mi país. Para mí tiene un mérito muy grande. No me podía imaginar esto. Por todo, es un momento especial. Conseguir una medalla de oro en y, encima, con uno de mis mejores amigos, es único», sentenció el propio Nadal.
Fue la adrenalina, el momento, el escenario, los contendientes, la situación, el horario, lo que significaba para los dos, lo que significó para el tenis. Fue, según expertos y extenistas, el mejor partido de la historia: la final de las finales, aquel Wimbledon de 2008.
Llegaba Rafael Nadal con un recuerdo muy amargo. En la final de 2007 acabó llorando en el vestuario porque lo tuvo cerca, pero el suizo se levantó ante su descaro. Pensó el balear que nunca tendría otra oportunidad. Pero solo tuvo que esperar un año para cumplir su propia promesa de, esta vez sí, besar la copa de campeón en el torneo que siempre había anhelado.
Fue un año en el que completó un ya de por sí gran tenis y armó la cabeza de muchas más armas con las que desequilibró en la final al suizo, que ya llegaba con ciertos miedos a ese último partido en su jardín. Porque hacía apenas unas semanas, Nadal había arrasado en Roland Garros, un ciclón en cada ronda. También en la final, donde apabulló al de Basilea por un sonoro 6-1, 6-3 y 6-0. Y de aquellos vientos, la tempestad en Londres.
Costó, desde luego, que Federer no iba a ceder su trono en la Catedral sin lucharlo hasta el final. Buscaba su sexto título consecutivo y había ganado las dos comparecencias previas, 2007 y 2006, ante el balear. Hasta el final se descubrieron ambos como los dos tenistas que ya habían cambiado una época y que iban a liderar la siguiente. Cuando comparecieron aquel domingo 6 de julio, habían conseguido ganar catorce de los últimos 16 Grand Slams disputados. Fueron cuatro horas y 48 minutos para un 6-4, 6-4, 6-7 (5), 6-7 (8) y 9-7 que a punto estuvo de tener que aplazarse al lunes, pues ya se había retrasado su inicio por la lluvia -y lo haría varias veces más- y, por aquel entonces, Wimbledon no tenía luz artificial y era la noche y la luna quienes decidían la duración de los encuentros.
Todo parecía de cara para el español, que lideró el encuentro con sus piernas ágiles, su defensa y los efectos que incomodaron el revés del suizo. Pero este se levantó en el tercer set, aunque tuvo que canalizar la buena dinámica en dos partes porque la lluvia paró el juego durante 80 minutos cuando ganaba 5-4. No frenó su energía y acabó imponiéndose en el tie break. En el cuarto, la locura. Porque la igualdad los llevó de nuevo al tie break y ahí, Nadal dispuso de un 5-2 y dos saques para terminar el encuentro en tres horas y media. Pero cometió una doble falta y un error con el revés que permitieron a Federer animarse. Aun así, todavía tuvo que hacer frente a una bola de partido con 8-7 que consiguió el balear con un passing. El suizo respondió con otro igual de impecable para impulsarse y llevar la final al quinto set. Lo que el planeta tenis deseaba.
Tampoco la lluvia se lo quiso perder, y aplazó ese capítulo definitivo otra media hora. Sin tie break en el desenlace, estuvo Federer a dos puntos de conquistar su sexto título en Londres, pero se revolvió Nadal para darle la vuelta y romper el saque del rival en la siguiente oportunidad para ese histórico 9-7 con el que las lágrimas de 2007 se convirtieron en alegría en 2008. Su primer Wimbledon, ante Federer, en casi cinco horas. Mordisco de los grandes a la historia del tenis.
Era el debutante, pero ya era el favorito. Así llegaba Rafael Nadal a París en 2005, cuando todavía no había cumplido ni los 19 años. Lo celebraría en su primera incursión en la Philippe Chatrier, porque, aunque tuvo opción de jugar en 2003 y en 2004, una lesión en el codo y otra en el pie se lo impidieron.
Así que llegó con muchas ganas a esa edición de 2005 en la que revolucionó al personal con sus músculos, su camiseta sin mangas y sus pantalones piratas. También por cómo se manejaba en esa pista enorme en la que se hizo más grande todavía. Venció a Burgsmuller en la primera ronda (6-1, 7-6 (4) y 6-1) y a Malisse en segunda (6-2, 6-3 y 6-4); sufrió a una grada en contra cuando le tocó jugar con los locales Gasquet (6-4, 6-3 y 6-2) y, sobre todo, Grosjean (6-4, 3-6, 6-0 y 6-3); superó a su amigo David Ferrer en cuartos (7-5, 6-2 y 6-0) y a su archienemigo Federer en semifinales (6-3, 4-6, 6-4 y 6-3).
En la gran final, Mariano Puerta. «Llegamos como candidatos a pesar de no haber jugado nunca aquí, pero Puerta nos lo puso realmente difícil ese domingo. Tuvo pelota para ir al quinto set, pero ganamos y fue una alegría enorme», recordaba Toni Nadal sobre ese momento. Partido sufrido, pero que lideró con los efectos en su drive y la capacidad para moverse como si hubiera nacido en esa pista. (6-7 (6), 6-3, 6-1 y 7-5). «Jugué bien el partido, lo planteé bien, no me guardé nada. Nadal corrió mucho, se pasó gran parte del partido defendiendo, sobre todo en el primer y cuarto set. Yo salí conforme. Fue un partidazo. Estaba feliz, orgulloso de lo que había podido hacer frente a un jugadorazo. Se sabía lo que podía venir y mira lo que vino después».
Aquella primera Copa de los Mosqueteros se la entregó Zinedine Zidane. Veinte años después, el técnico francés compartiría otro momento histórico con la antorcha olímpica de París 2024. Una señal de todo lo que había empezado a construir con aquella final y aquel mordisco el 5 de junio.
4
Australia 2022, el milagro, Nadal se explica a sí mismo
2-6, 6-7 (5), 2-3 y 0-40. Y Rafael Nadal ganó este partido.
Todavía se busca el cómo, el cuándo, el por qué. Sobre todo Daniil Medvedev, que fue quien vio cómo, punto a punto, ese juego en el que tuvo tres bolas de rotura se fue no solo diluyendo sino que se fue convirtiendo en una victoria. Ahí, con una dejada, un error de revés del ruso, una contradejada que no pudo responder bien y un grito de ‘Vamos’ a su palco, Nadal estaba construyendo el triunfo, aunque el rival todavía no lo sabía, aunque el rival todavía hoy no se lo crea.
Nada parecía presagiar esa conclusión y no solo por los números que reflejaba el marcador, sino por las sensaciones de uno y otro. El ruso salió disparado, enchufado, sin remilgos ni respeto por quien tenía enfrente. Nadal se presentaba algo lento, que había terminado 2021 en la enfermería, acortada su temporada en agosto por la lesión en el pie izquierdo, y este era apenas uno de sus primeros torneos tras la recuperación.
Superó con soltura a Marcos Giron (6-1, 6-4 y 6-2) y a Yannick Hanfmann (6-2, 6-3 y 6-4), Karen Khachanov ya lo puso en más apuros (6-3, 6-2, 3-6 y 6-1), elevó el nivel ante Adrian Mannarino (7-6, 6-2 y 6-2), tuvo unos cuartos complicadísimos contra Denis Shapovalov (6-3, 6-4, 4-6, 3-6 y 6-2), y también Matteo Berrettini lo obligó a otro buen esfuerzo (6-3, 6-2, 3-6 y 6-3) antes de la final. Y así empezó el balear, algo cansado y sin velocidad para responder a las directrices del ruso. Incluso su palco veía perdida esa final conforme pasaban los juegos, los sets y los minutos. Sobre todo ahí, con ese 2-6, 6-7 (5), 2-3 y 0-40 con el que el torneo le daba un 4 % de opciones de ganar. Ante el mismo marcador, solo cuatro opciones de cien de terminar levantando los brazos.
Ahí, en ese ver solo el siguiente punto y no el final, en ese golpear a la siguiente pelota y no tres más allá, en ese darse otra oportunidad es donde Nadal es más Nadal, y excelente, y extraordinario, y único. Ninguna cabeza como la suya para convertir ese cuatro por ciento en un cien por cien. Porque esta es la final que ejemplifica a lo grande todo lo que Nadal ha sido en una pista de tenis, pero durante su carrera esta ha sido su filosofía y lo confirman miles de otros pequeños ejemplos de esta entereza y esa capacidad mental de prevalecer sobre las circunstancias trabajándose otra oportunidad que, ya se puede decir, nadie ha tenido de forma tan desarrollada.
Dos horas y media después de aquel punto de inflexión, Nadal completaba el milagro, como luego lo definiría el propio jugador. Arrodillado en la pista Rod Laver, manos en el rostro y sonrisa de recompensa, nada de sorpresa. Este es el partido Nadal, el que simboliza todo lo que es, todo lo que ha sido, todo lo que deja de legado. Y es mucho más que tenis. En esa misma pista, en 2014, ya había dejado parte de su esencia con aquel «no me retiro ni xxx» que inmortalizó ante Stan Wawrinka a pesar de una lesión en la espalda que lo martirizó.
Fue una final de cinco horas y 24 minutos en la que Medvedev ganó las primeras dos horas y media, pero Nadal ganó el resto. Y el Grand Slam número 21, que lo encumbraba a lo desconocido, pues superaba a Roger Federer donde nunca nadie había ganado en el circuito masculino.
5
Copa Davis-Roddick, el inicio del ciclón
No estaba destinado a jugar, solo era un compañero más en el vestuario español al que llevaron para que aprendiera de los mayores. No iba a jugar, que estaban los que lo habían hecho todo en el tenis español. Carlos Moyà, Juan Carlos Ferrero, Tommy Robredo, que habían llevado a España hasta esa final en Sevilla. Y también estaba un Nadal de apenas 18 años que fue el elegido para el segundo punto de la eliminatoria porque los capitanes, José Perlas, Juan Avendaño y Jordi Arrese, no veían a Ferrero demasiado bien como para atacar ese punto tan delicado y sí al balear. Descartar a Ferrero para los individuales es una decisión muy dura para nosotros. No es la primera vez que los capitanes tenemos que enfrentarnos a una decisión difícil en la Copa Davis, pero esta vez ha sido más duro si cabe. Ferrero es un gran jugador y tiene mucha experiencia, pero en los últimos días no se ha podido entrenar a tope por la ampolla que tiene en una mano y hemos creído que era mejor reservarlo«, explicaba Arrese en aquel momento. »Ha sido una decisión adoptada tras estudiarse los componentes técnicos y tácticos. Y hemos visto que Rafa está muy bien, a un gran nivel y es zurdo. Para nosotros esto no es una sorpresa, pero quizá para los estadounidenses sí. Y además, es zurdo«, proseguía. »Creo que podría haber jugado, entrené normal y sin vendaje y no tuve problema alguno. Pero es una decisión de los capitanes y hay que aceptarla«, asumía el valenciano.
Una decisión que cambiaría el rumbo del tenis con consecuencias actuales incluso, pero que fue el bautismo del balear en el panorama internacional. «Es uno de los partidos que marcaron mi carrera y nunca lo olvidaré. La gente recuerda mi actuación por la frescura y lo joven que era, pero el verdadero artífice de la victoria fue Carlos Moyà, que nos aportó dos puntos. Creo que gané porque la multitud estaba allí para apoyarme, era esencial. Tuve algunos partidos notables en cada etapa de mi carrera, y este es uno de ellos, especialmente después de la lesión (en el tobillo, por la que no pudo debutar en Roland Garros ese año). Jugué a un nivel muy alto», recordaba el balear sobre su actuación, una de las primeras ante un planeta que empezaba a intuir la magnitud que cogería con el tiempo.
Ahí, en el segundo punto de la final de la Copa Davis, están las maneras, la frescura, la valentía, los ‘banana-shot’, los efectos endiablados de sus golpes, su zurda ilegible, su potencia, su manera de defender, y de atacar, su arrojo. Su celebrar el triunfo con cuerpo a la tierra cuando el revés del estadounidense se fue largo. Todo lo que lo llevaría a ser uno de los mejores de la historia.
También lo recuerda Roddick, que pasó de superar al balear por un contundente 6-0, 6-4 y 6-3 apenas unos meses antes en el US Open, a sufrir de lo lindo hasta acabar rendido por 6-7 (6), 6-2, 7-6 (6) y 6-2 en la Cartuja de Sevilla después de tres horas y 40 minutos. «Orgulloso de ser un trampolín para este hombre. Una gran persona y un gran campeón. Granda, Rafa».
6
Australia 2012, abrazos y sillas
Necesitaron sillas. Así de dura fue la final del Abierto de Australia 2012 en la que Novak Djokovic se llevó un ajustadísimo triunfo por 5-7, 6-4, 6-2, 6-7 (5) y 7-5 en un encuentro de cinco horas y 53 minutos, la final de Grand Slam más larga de la historia, que terminó más allá de la una y media de la madrugada. Solo el tercer set duró menos de una hora, y fueron 45 minutos.
Fue la mejor final posible, con el serbio número 1 y el español, número 2, por un Grand Slam en el que el primero comenzaba a forjar una tradición. Sería este el tercer título de los diez que acumula en estos momentos. Quizá aquel fue el que determinó la contundencia por acometer todos los récords del tenis que se vería después. No por nada aquella final de 2012 fue la séptima consecutiva que ganaría ante el balear tras las de Indian Wells, Miami, Madrid, Roma, Wimbledon y US Open el año anterior.
Lo intentó Nadal (44 ganadores, 71 errores), se lo impidió Djokovic (57 ganadores, 69 errores). En medio, casi seis horas de puro agotamiento con intercambios de treinta peloteos que dejaron exhaustos a uno y a otro. «Solo pensaba en tomar un poco de aire y tratar de recuperarme para el siguiente punto. Estaba jugando con uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, un jugador que mentalmente era muy fuerte. Iba a por todo o nada. Todos los que vieron el partido saben que nos dejamos hasta la última gota de energía que teníamos en nuestros cuerpos; hicimos historia esa noche y desafortunadamente no pudo haber dos ganadores», recodaría después el serbio.
7
US Open 2018, cuartos contra Dominic Thiem
Y Nadal perdió el primer set 6-0. Una sorpresa porque se pueden contar con un par de manos este tipo de resultados en la carrera del balear. Pero Dominic Thiem lo logró en esos cuartos de final del US Open en el que el austriaco confirmó una vez más que era uno de los grandes que podrían desbancar al tridente formado por el español, Djokovic y Federer.
Dejó al balear con solo siete puntos ganados en esa primera media hora de juego. Se rehízo, claro, el de Manacor, que para eso es Nadal, aunque el austriaco persistió con un tenis impoluto y perfecto hasta que se decidió todo en un tie break en el que la cabeza del español pudo ese poquito más para alcanzar las semifinales contra Juan Martín del Potro. «Dominic es un compañero ejemplar dentro del circuito y me sabe mal por él. Cuando llegas a esta situación en el quinto set, con 5-5 en el tie break, es una moneda al aire», exponía Nadal. «El tenis a veces es cruel, este partido no merecía un perdedor, pero tiene que haber uno. Y si saltamos el primer set, ha estado igualado de principio a fin, pero él ha hecho un punto más que yo», aceptaba Thiem que catalogó este encuentro así: «Fue uno de los tres mejores partidos que he jugado. Lo recordaré siempre. Me encanta ver los momentos destacados e incluso todo el partido cuando trato de revivir ese sentimiento de alguna manera».
Uno de los tres mejores partidos de la carrera del austriaco que, tras cuatro horas y 49 minutos, acabó con Nadal en la siguiente ronda; el abrazo, no obstante, era sentido en la red. Y todavía esa pista retumba con los ecos de ese nivelazo de tenis que desplegaron los dos.
8
Australia 2009, un Federer destrozado
«Esto me está matando», confesaba Roger Federer, imposible cortar sus lágrimas cuando recibió el trofeo de finalista en la Rod Laver. «Esto» era un Rafael Nadal que ya se había convertido en su archienemigo, el único capaz de cortar las alas de superioridad que había esplegado desde hacía tanto tiempo. Aquella final suponía otra vez hincar la rodilla ante el balear, y ya habían sido unas cuantas desde su primer encuentro en Miami en 2004, derrota del suizo.
Aquel 1 de febrero de 2009, Federer aspiraba a igualar los 14 Grand Slams de Pete Sampras. Pero enfrente tuvo a un Nadal estratosférico con su primer título en pista dura que lo maniató ahogándolo en su propio revés con esa zurda alta, incómoda, destructiva; el castigo que siempre tuvo en el balear. Llegaba con cierta ventaja psicológica, pues en la final anterior que protagonizaron, Wimbledon 2008, también se la llevó. Así que el martirio continuó en las antípodas unos meses más tarde.
«Lo siento. Sé que superarás a Sampras», se disculpó el español, consciente del daño infligido. Un daño que se tradujo en mucha presión en cada punto, atorado el suizo con su servicio, y tensión por todo lo que quería alcanzar y todo lo que pensó que podría perder o no volver a tener otra oportunidad porque el martirio español se hacía cada vez más grande, una pesadilla sin fin después de tanto tiempo volando solo y sin oposición.
9
Miami 2004, aquí empezó todo
Fue una tarjeta de visita que iba a marcar una época. El inicio de una rivalidad y de una amistad fuera de la pista que todavía no había ahí, en ese 28 de marzo de 2004. Federer, 22 años y ya número 1 del mundo, conocía en primera persona a Nadal, 18 años, 34 del mundo y músculos hiperdesarrollados.
Un tenista arrollado que ya conocía el suizo, le habían llegado noticias, había visto algún partido y entrenamiento, pero no lo había sufrido hasta ese día. Comprobó que el balear tenía mil recursos y muchos de ellos que lo iban a incapacitar de ahí en adelante. «Su golpe tiene mucho efecto y hace que la pelota bote muy alto, ese es el problema que he tenido hoy. Traté de evitarlo, pero no supe. Siento que el partido ha jugado con sus condiciones. Ha conectado puntos impresionantes», describía después el de Basilea. «No le he dejado desarrollar su juego. Si juega como sabe, te gana 6-1 y 6-1. Y desde el principio sabía que tenía que liderar los puntos y no dejarle hacer su juego», analizaba el balear después de ese encuentro iniciático en el que ganó 6-3 y 6-3 en 70 minutos.
La relación fuera de la pista, llena de respeto, comenzó también ahí, con los halagos de uno y de otro. «Me siento muy feliz porque he jugado uno de los mejores partidos de mi vida. Obviamente, él no ha jugado su mejor tenis. Esa es la razón por la que le he podido vencer. Si él hubiera alcanzado su máximo nivel, yo no hubiera tenido ninguna opción», regalaba el español. «He escuchado muchas cosas sobre él y he visto algunos de sus partidos. Creo que lo que ha ocurrido hoy no es una gran sorpresa para nadie. Creo que está disfrutando de su tenis y eso es lo que debe hacer», devolvía el suizo. Y así, durante más de dos décadas, en cuarenta capítulos más (24-16 en el cara a cara final).
Bajo techo, en otoño, con frío y humedad. Las peores condiciones de Nadal, la mayor paliza a su rival, un Djokovic que se las veía de rosa porque parecía un escenario diseñado para él. Habían disputado tantos capítulos, habían sido tantas las finales arrebatadas el uno al otro, habían partidos de casi cinco horas como la semifinal de Madrid 2009, y de más de cinco como la final de Australia 2012. Pero buscaba Djokovic darle un mordisco a Nadal en París, claro. El mayor de los retos. Y el reto de aquel 11 de octubre acabó comiéndole a él (6-0, 6-2 y 7-5 en dos horas y 41 minutos).
Quizá pintó Nadal sol donde había oscuridad, quizá calor donde hubo humedad, quizá otro rival que no fuera el que ya estaba en condiciones de arrebatarle todos los récords. Lo que sí hubo seguro es una concentración absoluta en que este iba a seguir siendo su casa, una Chatrier otoñal que se encargó de defender con un nivel altísimo al que nunca llegó el serbio.
Atacó Nadal por todas las bandas, acribilló con la derecha y sentenció con el revés, abriendo la pista en la que Djokovic quedó minimizado en un primer set de 45 minutos abrumador. 6-0 inapelable por su calidad en el servicio y sus infinitas cualidades para pasar de la defensa al ataque sin que el serbio se enterara. Nervioso y sin respuestas, solo podía ir de lado a lado de la pista a la espera de que su rival fallara. No lo hizo.
Tampoco le dejó volar en el segundo parcial, tan firme el balear en todas las facetas que hasta pudo llevarse el primer juego a saque del rival. El orgullo serbio lo impidió, un primer punto a su favor en el marcador cuando ya se acercaba a la hora de partido. Fue un pequeño inicio del que quería ser, pero se quedó a medias porque Nadal era, simplemente, con toda la dificultad que eso lleva contra el serbio, superior. Una rotura en la siguiente opción de saque lo dejó abatido en la silla y con una montaña, como ya de por sí es el balear, el doble de grande que subir.
Parecía irreal esa diferencia de clases y de niveles. Se mantuvo al inicio del tercer set, otra rotura a favor del español que ampliaba todavía más el abismo entre ambos. Pero Djokovic siguió ahí, boqueando y buscando el aire, hasta el español le concedió un respiro. Perdió su saque y el serbio intentó entrar con todo. Fue solo un susto que el balear apagó de inmediato, que se conocen de maravilla y al número 1 no hay que darle el menor espacio. Arreglado el resquicio, Nadal volvió a su nivel: al que impedía a Djokovic hacer otra cosa que aceptar la realidad. «Eres un gran campéon y hoy has demostrado que eres el rey de la tierra, hoy lo he sufrido en mis propias carnes. Ha sido un partido muy duro para mí, me has superado y no he jugado tan bien como me gustaría», se rindió el serbio. Nadal conquistaba de forma absoluta su decimotercer Roland Garros, en la victoria número 100, y empataba con Roger Federer con su Grand Slam número 20. Poco más se podía pedir.