Las noches de sexo y lujuria de John Lennon que Yoko Ono intentó (y no pudo) frenar
Siempre se había supuesto que el famoso ‘Lost Weekend’ (fin de semana perdido) de John Lennon, los dieciocho meses que estuvo de juerga entre 1973 a 1975 en compañía de su asistente May Pang, fueron en realidad idea de Yoko Ono. Y un amigo de la pareja, Elliot Mintz, lo confirma en sus memorias ‘We All Shine On: John, Yoko, and Me’, pero añadiendo detalles lúbricos totalmente desconocidos hasta ahora. Incluso por la propia artista japonesa.
Tal como explica Mintz, una celebridad de la radio y la televisión estadounidense, Yoko Ono «exilió» a su marido a Los Ángeles con Pang, y acabaron teniendo una aventura amorosa con la aquiescencia de Ono, que en realidad quería alejar al ex Beatle de las bacanales de sexo a las que había empezado a aficionarse. «Yoko le dijo a Pang: ‘John y yo no conectamos mucho últimamente. Va a empezar a salir con otras personas. Creo que serás buena para él».
Según Mintz, el plan de Ono empezó a gestarse cuando Lennon tuvo «sexo ruidoso y estridente» con una mujer en la fiesta de un político convertido en inversor de Wall Street, Jerry Rubin, en 1972. Ono estaba en otra habitación pero lo oyó todo en compañía de Mintz, que se vio atrapado en medio del drama de la pareja. «Yoko se sentó en el sofá, en un silencio atónito y mortificado, mientras otros invitados empezaban a levantarse torpemente para marcharse, hasta que se dieron cuenta de que sus abrigos estaban en el dormitorio donde John estaba practicando sexo», cuenta Mintz. «A veces tratar con ellos se convertía en una intrusión para mí. ¿En qué momento lo frenas? Ten en cuenta que nunca me pagaron».
Yoko Ono eligió a Pang como novia de Lennon, pero según Mintz esto no frenó la libido del músico, ya que según asegura, tuvo muchas otras amantes durante el ‘Lost Weekend’. «Una vez me llamó, me despertó y me dijo que fuera a una dirección. Encontré a Lennon en la cama solo y bajo las sábanas mientras una mujer en albornoz esperaba en la habitación contigua. John me miró y me dijo: ‘Deshazte de ella’». Mintz hizo lo que Lennon le pidió, pero le dijo que sería la última vez que le hacía ese tipo de favores. «John se enfadó por eso», dijo Mintz. «Me gritó y me dijo: ‘Voy a pedirte que hagas cualquier cosa que me apetezca pedirte’».
Más tarde, Lennon se disculpó con Mintz: «Siento haberte gritado. Pero no puedes decirme lo que puedo o no puedo decir». Por aquel entonces, Mintz hablaba en secreto con Ono «todas las noches», pero no le contaba nada sobre las aventuras sexuales de Lennon. Ono también llamaba constantemente a Pang, según ella misma reveló. «Llamaba 20 veces al día. A veces era a las 4 de la mañana y las llamadas no eran para nada. Decía: ‘Acabo de dar un paseo’. Yo le decía: ‘¿Y? Pero no había ‘y’». Más tarde, Lennon regresó a Nueva York, volvió a conectar con Ono y se fueron a vivir al edificio Dakota.
«John me dijo: «Yoko me permite volver». Le pregunté de quién había sido la idea. Me respondió: ‘De nadie’. Ése fue el final. Me afectó mucho», contó Pang, que dejó de trabajar para la pareja y consiguió un empleo en Island Records, pero durante los cinco años siguientes tuvo conversaciones telefónicas donde compartió «intimidades sexuales» con Lennon, y según ella, la última vez que él la llamó fue seis meses antes de que Mark David Chapman le disparara mortalmente frente al Dakota en diciembre de 1980.
Obsesión por la delgadez
Otras de las revelaciones más sorprendentes de las memorias de Mintz es que la pareja estaba «obsesionada» con la delgadez. «John llevaba un diario en el que cada día escribía cuál era su peso. Yoko y John tenían un sinfín de preguntas sobre este tema». Lennon incluso llamó una vez a Mintz a las 4 de la mañana y le pidió que encontrara «pastillas para adelgazar». «Pensaban que todo el mundo en Hollywood estaba delgado y esbelto y que había píldoras mágicas para adelgazar», relata Mintz, «e insistieron en que se las consiguiera», aunque finalmente no lo hizo.
Aunque la pareja siempre parecía bastante delgada, Mintz describe sus percheros giratorios de ropa «como una boutique de Manhattan», organizados «según el tamaño de la cintura», dice, «y con una gran escalera envolvente para que pudieran llegar a las cajas más altas. Mantenían sus diversos vaqueros y trajes de pantalón, lo que fuera, en diferentes categorías de tamaño de cintura, desde 28 pulgadas a a 32 o así, dependiendo de cómo percibieran su peso y lo ajustados que les quedaran los pantalones».