La Sinfónica de Galicia, entre lo urgente y lo importante
Análisis
Se precisa una profunda reformulación del proyecto de la OSG, tras más de treinta años desde su creación
Las noticias extramusicales que vienen acompañando a la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG) desde hace meses son ciertamente preocupantes. La gota que colmó el vaso la puso hace unas semanas el director titular, Roberto González-Monjas, al alertar de que no había dinero en la caja para concluir la temporada. Pero con anterioridad se habían sucedido protestas de los músicos por las penosas condiciones en las que tienen que desarrollar su trabajo en el Palacio de la Ópera, su sede. En paralelo se han ido sucediendo recortes en la actividad educativa de la OSG, y todo ello ha generado un sustrato de preocupación entre buena parte de sus aficionados. Por este motivo, este pasado miércoles se me invitó a participar en una mesa redonda en el Circo de Artesanos de La Coruña, donde expuse algunas ideas para alimentar el necesario debate. Considero oportuno traerlas aquí y detallarlas.
La necesidad más inmediata de la OSG es poner en orden sus cuentas, y la solución no depende sino de las administraciones públicas que sustentan su financiación. Devolviéndole el equilibrio presupuestario al Consorcio para la Promoción de la Música -el ente instrumental creado entre Xunta y Concello para la gestión de la orquesta- se estarán dando pasos para normalizar la situación, a la que deberá acompañar la garantía de que el Palacio se adecua mínimamente a lo que merecen los músicos. Escuchando el miércoles al concejal de Cultura, Gonzalo Castro, los poderes públicos parecen haber interiorizado lo crítico del momento y habrían comprometido incrementar sus aportaciones este año y el siguiente.
Esto es lo urgente, y no admite discusión. Nadie lo puso en duda en la mesa redonda. Y ni siquiera tendría sentido poner el retrovisor para buscar culpables de por qué se ha llegado hasta este punto de precariedad, porque esa disputa sobre el pasado solo puede derivar en obstáculos para acordar el futuro. Y esto sí que es lo realmente importante. Porque después de algo más de treinta años desde su creación, el proyecto de la OSG da evidentes síntomas de agotamiento.
En mi opinión, se precisa una profunda reformulación del proyecto, que debe responder a dos preguntas fundamentales: ¿Qué se quiere que represente la OSG para La Coruña y su área metropolitana? ¿Y qué papel en la vida cultural y social de la ciudad debe tener la orquesta? Estas dos variables son las que considero que deben construir la base del futuro de la OSG, y a partir de la que se derivan el resto de elementos: la programación, los proyectos educativos, el espacio en el que se desarrolle, los patrocinios privados y, por supuesto, la financiación pública.
Me detengo en esto último. Si los distintos poderes públicos acuerdan un modelo de orquesta y lo rubrican, es porque asumen el compromiso de cumplir con las obligaciones de financiación que ello comporta. La OSG no puede estar sujeta a parches económicos año tras año. No es de recibo ni permite diseñar un horizonte estratégico a medio y largo plazo. La refundación exige implicación, y no solo de Xunta y Concello, sino seguramente también de Diputación y Estado.
Uno de los asuntos más controvertidos es el debate del auditorio. A día de hoy la OSG paga un millón de euros al año por una serie de usos tasados del Palacio de la Opera para su actividad. Salirse un milímetro de ahí supone volver a pasar por caja de la empresa que tiene la concesión del inmueble. Ese peaje también lo abonan, por ejemplo, los Amigos de la Ópera, para sus funciones. ¿Tiene sentido seguir dilapidando dinero público en un inmueble de acústica mejorable, instalaciones obsoletas, tecnología anticuada y amenazado por altas concentraciones de radón?
De ahí que plantease -y lo mantengo- la oportunidad de hablar claramente de un nuevo auditorio que esquive estas penalidades y dignifique la sede en que se instale la OSG. Y que una vez acordado emplazamiento, proyecto y financiación de ese auditorio, se abandone el Palacio y, de manera temporal y transitoria, se reubique a la orquesta en el Teatro Colón. Sí, es más pequeño y obligará a reconfigurar la temporada, pero generará un ahorro de dinero e incomodidades que, a mi juicio, compensará las evidentes molestias. Esto no es nada peregrino, porque Xunta y Concello llevan años admitiéndose en privado esta necesidad, aunque falte concretarla. Alcanzado el acuerdo, el coste del auditorio es una cuestión secundaria, por mucho que inflame a alguno.
¿Y todo se resume en más dinero y un nuevo auditorio? Desde luego que no. Por eso puse sobre la mesa un caso que conocí recientemente, el de Parma, una ciudad más pequeña que La Coruña pero con una actividad lírica y sinfónica envidiable. Solo desde una miopía un tanto obscena se puede interpretar el uso de este ejemplo como un derroche de petulancia. La Coruña no se puede comparar con Madrid o Barcelona. Ni siquiera con Valencia o Sevilla. Ni por tamaño, ni por masa social, ni por presupuesto. Pero el conformismo de ser mejor que Santiago o Vigo solo refleja un localismo provinciano, nostálgico y autocomplaciente.
En Parma, su Teatro Regio -que no dispone de orquesta- no es solo un organizador de óperas, sino que sus gestores lo conciben como una institución cultural que atiende no solo a los aficionados a la lírica, sino que se asoma con ambición al conjunto de la sociedad, no solo para buscar nuevos públicos, sino para enriquecer su sensibilidad cultural. Allí el patrocinio privado alcanza el 50% en el conjunto de las actividades del Teatro, pero supera el 60% en el Festival Verdi. ¿Debe exigirse La Coruña ese peso de los espónsors privados? No, pero sí puede preguntarse por qué hoy la OSG solo tiene a Inditex y Gadis en su nómina de patrocinadores. Hubo otros y se fueron. ¿Un poco de autocrítica o volvemos a la autocomplacencia? ¿O es más fácil exigirle siempre a lo público que abra el grifo?
Concebir la OSG como algo más que el sobresaliente conjunto de 82 músicos que protagoniza sus 24 funciones de abono cada temporada no es una divagación, es la clave de bóveda del proyecto a futuro. Porque de ahí debe salir el hilo conductor de la programación educativa y de divulgación social, que no tiene que ir necesariamente ligada a la actividad de la orquesta. Recordemos el añorado programa Resuena, por ejemplo. Hay estupendos mimbres, porque ahí están las orquestas infantiles o la magnífica Joven, damnificada por los recortes. No se parte de cero, pero hay que ir un poco más allá, interactuando con la ciudadanía que nunca ha ido a un concierto y que seguramente nunca lo haga, pero que valora lo que representa la orquesta. En eso consiste una institución cultural.
No es un debate de nombres ni de personas, sino de ideas. Circunscribirlo al dinero lo empobrece porque al final acaba siendo binario: o lo hay, o no lo hay. ¿Y después qué hacemos con él? Cabe exigir un poco de altura intelectual y de humildad para una confrontación sana y productiva por todas las partes. Lo contrario, el monólogo, solo conduce al onanismo.