La Feria del Libro de Guadalajara recuerda el exilio español
Me siento a charlar con Sergio Ramírez en un rincón de la Feria del Libro de Guadalajara (México), la FIL, y le recuerdo que en nuestro último encuentro también estábamos rodeados de libros, los que habitan la espectacular biblioteca de su casa de Managua. Esa casa del barrio de los poetas (frente a la de Ernesto Cardenal y al lado de la de Claribel Alegría) que ahora ha confiscado el matrimonio represor Ortega-Murillo. El recuerdo de esa casa me lleva a pedirle a Ramírez que me describa la sensación de exiliado: «El exilio es un estado espiritual al que hay que acostumbrarse. Hay ansiedad por regresar, nunca terminas de deshacer la maleta y la nostalgia se convierte en un elemento literario».
En la FIL te cruzas con el caminar agotado de exiliados como Sergio Ramírez o Gioconda Belli o con el espíritu, en forma de libro, de Luis Cernuda o María Zambrano. «El exiliado – explica Luis García Montero- es alguien que se pregunta qué digo cuando digo lo que soy». Lo explica García Montero tan bien que pareciera que él mismo es un exiliado.
El proyecto español de esta FIL se ha titulado Camino de ida y vuelta. Idea original –y brillante, por cierto- del propio Ramírez que ha querido resaltar el enriquecimiento que supone para un idioma la mezcla y el viaje.
México acogió a 25.000 españoles que huyeron del franquismo
Y con el Camino de ida y vuelta se pretende también homenajear a los 25.000 compatriotas que huyeron de la España franquista y recibieron calurosa acogida por parte del presidente mexicano Lázaro Cárdenas. Por cierto, desde que vivo en México reflexiono mucho sobre la racanería con la que España ha reconocido el papel de Lázaro Cárdenas. Le comparto esta desazón a su hijo, Cuauhtémoc, y me desmiente, seguramente en un brote de generosidad heredado de su padre.
El exilio español en México no es solo la foto que reconocemos, la de genios como Luis Buñuel, León Felipe, María Zambrano, José Bergamín… Hay otra foto, que es la de los miles de republicanos que llegaron vacíos y se ganaron la vida en fábricas o cooperativas. Unos y otros fueron exilio y reconforta saber que su talento y su energía no se perdió, la aprovechó un país, México, que entonces estaba ávido de conocimiento y experiencia ajenas.
Cae la tarde en la FIL y concluyo la charla con Sergio Ramírez. Nos despedimos y le emplazo a volver a vernos en su biblioteca de Managua. Sus ojos cobran brillo y dejan de ser los de un exiliado. «Muy amable, gracias, así será», concluye el autor de Adiós muchachos.