La agricultura ecológica, oportunidad de integración para migrantes

La agricultura ecológica, oportunidad de integración para migrantes







Llegaron a España tras saltar la valla de Melilla, cruzar a nado la frontera en Ceuta o embarcarse en una peligrosa travesía en patera desde Argelia. Ahora, recogen lechugas y dan de comer a vacas y caballos en un pequeño y tranquilo pueblo de Cáceres. 

Es el improbable recorrido que han seguido varias decenas de migrantes irregulares y que les ha llevado a la Escuela de la Tierra, un proyecto de agricultura y ganadería ecológica que, en pleno debate sobre la acogida de extranjeros, y cuando la inmigración ha llegado a situarse como principal problema para los españoles, reivindica un modelo de coexistencia basado en «cuidar a la tierra y cuidar a las personas».

«En el campo cabe muchísima gente», defiende Alberto Cañedo, de la asociación Educatierra e impulsor de esta iniciativa que nació hace algo más de un año y por el que ya han pasado unas 60 personas, la mayoría marroquíes, aunque también senegaleses o argelinos. A lo largo de unos tres meses, aprenden a cultivar la tierra con técnicas de agroecología, a llevar un tractor o a hacer conservas.

Al final de ese proceso obtienen un certificado de profesionalidad con el que pueden solicitar un empleo y regularizar, al fin, su situación en España. Es el sueño de todos ellos tras pasar meses de penurias y, sobre todo, tras soportar la eterna incertidumbre que supone vivir sin papeles. 

Mohamed: «Lo que más me gusta es la agricultura, los animales»

A apenas un kilómetro de Carcaboso, el pueblo de un millar de habitantes que acoge el proyecto, está el corazón del mismo, una nave con unos huertos en los que un grupo de marroquíes aprenden, en una soleada mañana de otoño, a construir un gallinero y un cenador a partir de muebles viejos. 

Mohamed es uno de ellos. De 23 años, gafas y chándal del Real Madrid, explica su peripecia hasta llegar aquí con una sonrisa perenne en la cara, incluso cuando relata la dureza de su entrada a España hace cuatro años. «Vine porque en Marruecos no pagan, trabajaba de camarero de 8 de la mañana a 10 de la noche y pagaban 10 euros por todo el día».

Se decidió, junto a un grupo de amigos, a cruzar la valla de Melilla en uno de los saltos masivos de 2022. Llevaba varias capas de ropa para evitar los cortes en la piel, y unos «ganchos» en las manos y en los pies para poder escalar. 





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Una vez en territorio español, fue internado en un centro de menores, donde pasó un año especialmente duro. «Éramos 50 personas durmiendo en una habitación», cuenta. Había, además, conflictos entre las diferentes nacionalidades. Por fin, tras el paso por una casa de acogida en Jerez, llegó a Carcaboso. Ya ha finalizado su periodo de formación y está aquí temporalmente mientras busca trabajo.

Tras su paso por esta formación, tiene claro lo que quiere seguir haciendo en España. «Lo que más me gusta es el campo, la agricultura, los animales«, señala. Nada de la ciudad: le gustaría, como a prácticamente todos los marroquíes que han participado en el reportaje, seguir viviendo en Cáceres o en otra zona rural como esta. «Más tranquilo», bromea.

Taufik: dejar Marruecos por la sequía

Cerca, Taufik quita los hierbajos en el huerto de la finca, donde crecen tomates, pimientos o lechugas. Todo, claro, sin químicos, por lo que para mantener la tierra húmeda y fértil recurren a técnicas naturales como la de cubrirla con lana de oveja y no pisarla ni ararla

Para él, el trabajo de la tierra no es nada nuevo. De sus 46 años ha pasado 25 dedicado a la agricultura en Marruecos, en unos terrenos de su familia. Hasta que llegó la sequía. «Estuvo siete años sin llover nada», relata. 

Aquello fue lo que le motivó a dejar atrás a su mujer y sus dos hijas y embarcarse en una patera. Una vez en España, fue encontrando trabajos de apenas unos meses y en negro, cultivando la cereza en el Jerte o el tabaco en Navalmoral de la Mata. Este es su primer trabajo reglado, y espera que de muchos otros. «Quiero tener papeles y traer mi familia a España», cuenta.






Dos de los migrantes de la actual promoción de la Escuela de la Tierra Á. CABALLERO

Aquí en Carcaboso lleva una vida tranquila, con muy buena convivencia con el resto de vecinos. «No hay ningún problema de racismo, son buenos vecinos, te ayudan si no tienes comida o trabajo». 

No hay ningún problema de racismo, son buenos vecinos, te ayudan si no tienes comida o trabajo

El proyecto acoge actualmente a seis personas. Algunos de ellos viven en una casa alquilada en el pueblo, y otros en Navalmoral de la Mata, a unos 40 kilómetros. Todos ellos coinciden en resaltar un buen entendimiento con los españoles. El riesgo, según Cañedo, es que los marroquíes solo se relacionen entre ellos, lo que ocurre en localidades cercanas con gran presencia de esta nacionalidad, sobre todo atraídos por el trabajo en la ganadería.

Un antídoto contra la despoblación y la «desvinculación» con la tierra

Extremadura cuenta con la misma población que hace un siglo. No sufre la pérdida de habitantes al mismo nivel que la limítrofe Castilla y León, pero «los pueblos están desvinculados de la tierra», lamenta este ganadero. Cañedo, nacido en Valladolid fruto de la diáspora extremeña, decidió volver a su tierra a los 21 años tras dejar los estudios y dedicarse al campo.

«La gente en España no quiere trabajar en el campo, yo soy el más joven que se dedica a ello en el pueblo», cuenta. «En cambio esta gente que viene de fuera sí que quiere y sabe trabajar, es la oportunidad de que este sector no se vaya al garete», sigue, rodeado de sus vacas, la mayoría de razas autóctonas y en peligro de extinción, como la berrenda en negro.

Esta gente que viene de fuera sí que quiere y sabe trabajar, es la oportunidad de que este sector no se vaya al garete

El proyecto nació a raíz de que acogieran al hijo de unos amigos, que tenía problemas familiares. «A este chaval le salvaron la vida las vacas», asegura. Tras ello, pensaron ampliar la formación a extranjeros, ya que salieron convencidos de que «el campo puede rescatar a las personas».

«Yo tengo un hijo de ocho años, no sé si querrá ser ganadero», por lo que ha buscado, ahora que peina canas, «alguien a quien traspasar estos conocimientos que hemos adquirido». Se refiere a la agroecología, una filosofía por la que no se usan químicos y se recurren a métodos tradicionales frente al modelo imperante en la actualidad, con un gran impacto en el clima y los ecosistemas. Una técnica necesaria, defiende, «porque este planeta es finito».






Alberto Cañedo, impulsor del proyecto Á. CABALLERO

Trabas para regularizar su situación: «Les abocamos a la caridad»

Los migrantes solo pueden acceder a la formación tras permanecer dos años en España, y al acabar la misma se enfrentan a una especie de carrera contrarreloj. Tienen, desde entonces, tres meses para conseguir un precontrato laboral, un proceso además ralentizado por las trabas burocráticas para lograr los papeles. En caso contrario, vuelven a estar en situación irregular.

«Les estamos abocando a la caridad», lamenta Cañedo, que denuncia un sistema que obliga a miles de migrantes a sufrir durante dos años el limbo de la irregularidad antes de acceder a un empleo legal. Lo que ofrecen ellos, en cambio, no es «caridad, sino solidaridad», ya que aquí no solo reciben un alojamiento, sino que también aprenden un oficio.

Para Jalal, de 34 años, no ha sido tanto una nueva formación sino un reaprendizaje. En Marruecos trabaja «con caballos, con ovejas», cuenta. Está enamorado de los animales, y aquí, cómo no, su parte preferida es el trato con las vacas.






Trabajo con las vacas en Carcaboso Á. CABALLERO

Subido a un tractor, les lanza puñados de heno seco para que se alimenten y las vacas se arremolinan alrededor de él. Él llegó a España en patera hace más de dos años, también expulsado por la falta de oportunidades: «Fue muy duro, había olas, mala mar, y éramos 16 personas».

Junto a él en el tractor está Abdelkader, de 24 años, quien recurrió a otra vía para acceder a España. Cruzó nadando la frontera de la playa del Tarajal, en Ceuta, desde su Castillejos natal, y estuvo horas en el mar esperando a un momento seguro para acercarse a la orilla. 

«Mafias» de trabajo en negro en el campo

Carcaboso es el primer paso en su nueva vida, donde empieza un camino que no está libre de obstáculos e incertezas. Algunos de quienes ya han acabado la formación trabajan ahora en explotaciones agrícolas o ganaderas en otras partes de España, a otros les cuesta más encontrar trabajo y permanecen más tiempo en el pueblo aunque ya se haya acabado el curso, como es el caso de Mohamed o Abdelkader, los más jóvenes del grupo. 

El idioma es la principal dificultad, señalan desde la asociación, a lo que se suman los largos plazos de espera para recibir los papeles necesarios que les permitan poder trabajar. Sin un contrato legal, vuelven a verse abocados a trabajar en negro, como ocurre muy cerca de aquí, en las plantaciones de tabaco cerca de Talayuela, uno de los municipios de España con más población marroquí.

«Hay mafias establecidas», lamenta Lorena, también trabajadora de la cooperativa. Connivencias entre empresarios españoles e intermediarios marroquíes para traer a jóvenes del país vecino y hacerles trabajar irregularmente. Todo sería más fácil con una regularización a gran escala, coinciden desde la organización, como la que ahora se negocia en el Congreso y que beneficiaría a medio millón de extranjeros. 

Las autoridades siguen la «estrategia del avestruz, prefieren mirar a otro lado», continúa. Dejar que los migrantes «se busquen la vida» durante dos años hasta que puedan empezar a regularizar su situación en lugar desde un inicio, permitiendo, por ejemplo, que pagaran impuestos y contribuyeran a la Seguridad Social.

«No hay fronteras para los animales, pero sí para las personas»

Alberto Cañedo muestra, orgulloso, el verde paisaje que le rodea desde el alto en el que se sitúan los terrenos de pasto de las vacas. Un «oasis», lo define, tanto para él como para los «fondos de inversión, que están viviendo porque hay agua», poniendo en apuros a quienes tienen sus terrenos alquilados y no en propiedad.

Es un oasis, continúa, a medio camino «entre la dehesa y la pradera, entre África y Europa«. «Me gusta también trabajar con personas migrantes porque hay animales que son comunes de aquí y allí, la abubilla, el abejaruco, el alimoche, animales de ida y vuelta«. Y termina con un alegato: «No hay fronteras para los animales, pero sí para las personas».

Fuente: www.rtve.es