Irene Vallejo y la revolución de los héroes invisibles de ‘El inventor de viajes’ a ‘El infinito en un junco’
Durante sus largos paseos por Zaragoza cuando era pequeña, si el abuelo de Irene Vallejo se encontraba una cáscara de plátano en el suelo la recogía, la tiraba a la papelera y le decía: «¿Ves? Alguien podría haberse roto la pierna al caerse con ella. No sucederá porque la hemos recogido, pero nunca lo sabrá porque el bien no se nota». También comprobaba que las tapas de las alcantarillas estuvieran bien ancladas, que los andamios de las obras estuvieran bien sujetos y regaba los árboles de su calle durante los tórridos veranos en la ciudad.
Cuando vuelve allí, Vallejo comprueba con satisfacción que los árboles que él regaba son los más altos de la zona y ella está convencida de que los cuidados de su abuelo están detrás de esa frondosidad. Un poco como ‘El infinito en un junco’. Porque la autora defiende que todo lo que ha escrito es, en el fondo, una proyección de esa lección y, después de cinco años de la publicación de su ensayo, éste ha alcanzado a más de un millón de personas.
La celebración del aniversario coincide con la recuperación de ‘El inventor de viajes’ (Siruela), un relato para todas las edades basado en el clásico grecorromano de Luciano de Samósata ‘Historias verdaderas’. En el origen de ambos, Pedro, su hijo, que nació con una enfermedad grave y los primeros meses de su vida los pasó en la UCI del Hospital Infantil de Zaragoza.
Vallejo escribió los dos en esa dura etapa y, como contraste, buscó que fueran intrépidos y viajeros, en el espacio y en el tiempo: «Como yo me sentía en ese momento muy encadenada al hospital (durante muchos años no me alejé de él más de media hora), por compensación necesitaba que aquel libro cabalgase, se moviese, fuera como una red de historias y de personajes cuyas vidas estaba yo intentando vivir vicariamente. Lo mismo sucede con el ‘El inventor de viajes’, que es todo un cúmulo de aventuras, viajes y humor escrito en un momento muy oscuro de mi vida», ha explicado durante un encuentro con la prensa.
La versión de Samósata fue concebida para darle la bienvenida al mundo a su hijo. «Pensé: ‘¿Qué le puedo regalar?’. Pues lo que creo que se me da mejor hacer: escribirle un cuento», ha rememorado la autora, que también ha recuperado recientemente en la misma colección de Siruela ‘La leyenda de las mareas mansas’. Además de la inspiración, Pedro forma parte de la historia, ya que el ilustrador José Luis Cano incluye al final del cuento una ilustración que refleja su paso por la incubadora entre nubes. «Simula los sueños que contiene este libro. Está lleno de personajes, de viajes, de aventuras, de invenciones y una reflexión sobre las ficciones dedicada a los niños de por qué nos inventamos historias, qué significan. Son mentiras, sí, pero especiales, destinadas a jugar y, sorprendentemente, nos sirven para explorar ciertas verdades», recuerda.
Activista de los cuidados
Los cuidados, de los que ella se confiesa auténtica activista, adquieren aquí una nueva dimensión. Ni su ensayo ni su delicada versión del clásico existirían sin la atención que tanto ella como su hijo recibieron por parte de la sanidad pública. En primer lugar, pudo ponerse con el proyecto con la tranquilidad relativa de que su hijo estaba en buenas manos. Y además le inspiró su enfoque definitivo: «Mis investigaciones en la universidad habían estado dirigidas más bien al canon literario, el mercado de los libros, cómo empezaron a extenderse, qué sabemos de los primeros lectores… Pero la vida entra a borbotones en los libros y, al estar en el hospital, empecé a pensar, al igual que a nosotros nos estaban cuidando, en esas personas que cuidan y hacen posible todo lo demás desde una posición secundaria y, en general, en la penumbra. Entonces el libro dio un giro hacia los salvadores de libros».
En ‘El infinito en un junco’ están Cleopatra y Alejandro Magno, sí, pero también una gran cantidad de historias protagonizadas por esos personajes. Aquellos que «cuidan de los libros, los esconden cuando son perseguidos, cuando los poderosos los censuran, los que los salvan de las hogueras, los que los copiaban en los monasterios, quienes se han aprendido libros de memoria como ‘Fahrenheit’ para luego volver a escribirlos cuando llegan tiempos mejores, quiénes han inventado… Toda esa humanidad en los libros entró porque yo estaba en ese contexto».
Ahora que vive una época más luminosa, no quiere olvidarse de ese espíritu y se muestra decidida a frenar la promoción de ‘El infinito en un junco’ el próximo año para dar forma a un nuevo libro, que ya tiene bastante perfilado, sobre «la relación entre creatividad, salud y humanidades».
A través de su escritura, Vallejo convierte en protagonistas a esos héroes invisibles, recordándonos que la verdadera grandeza de una sociedad no solo reside en sus hazañas gloriosas, sino en esos actos sencillos y desinteresados que, como las historias, tienen el poder de trascender y de inspirar a generaciones.