Ibrahim, una infancia rota y herida por la guerra de Gaza
En una pequeña sala del hospital de Médicos Sin Fronteras en Amán, Ahmed, un niño de tan solo 7 años, lee un cuento de una niña que teme ir al médico. «A mí no me importa», asegura. Sus ojos, marcados por una cicatriz, cuentan una historia mucho más cruda que la de cualquier niño de su edad.
Hace seis meses, Ahmed caminaba por Jan Yunis, ciudad al sur de Gaza donde vivía con su padre cuando una explosión lo alcanzó de lleno. La metralla de un misil lo hirió en el ojo y el brazo. «Iba a coger una paloma para mi padre cuando ocurrió el ataque», recuerda Ahmed mientras se toca las cicatrices. «No sentía el brazo, no veía con el ojo«. Su madre añade, con voz entrecortada, que llegó a casa cubierto de sangre, con una herida en la pierna.
Las palabras de Ahmed se entrelazan con las risas de niño que aún sobreviven entre tanto dolor. Cuenta que lo primero que hará al volver a Gaza será ir a por agua para su casa, como lo hacía antes de que le hirieran. Sus amigos, Hassam y Mohamed, siguen allí, igual que sus hermanos. Aunque los médicos trabajan en la rehabilitación de su brazo y pierna, no creen que vuelva a recuperar completamente la visión.
Le preguntamos si sabe por qué bombardearon tan cerca de él. Ahmed responde con un gesto inocente: tapa la boca de su madre cuando ella empieza a hablar sobre Hamás. Finalmente, nos explica que el misil iba dirigido a un seguidor del grupo, pero terminó impactando en él. Desde hace un año, no ha podido ir a la escuela. Cuando crezca, quiere ser policía. «Quiero atrapar a todos los ladrones», dice con entusiasmo. Su madre, en cambio, tiene un deseo más simple: «Que Dios pare esta guerra, porque ha pasado un año y nadie ha hecho nada».
Muchos jóvenes han sido evacuados a Jordania
En el mismo hospital se encuentra Ibrahim, un joven herido por la guerra en Gaza. Su historia no es muy distinta. Fue evacuado a Egipto y finalmente llevado a Jordania para recibir tratamiento. La herida causada por una explosión que le cortó tres nervios está cicatrizada, pero las secuelas permanecen.
«No escuchas las bombas, solo ves todo negro y no sientes nada«, dice Ibrahim, recordando el momento de la explosión. Solo al llegar al hospital comenzó a sentir el dolor. Su madre, sentada junto a él, cuenta con voz calmada, pero dolida, que en Gaza no pudieron operarlo inmediatamente y lo dejaron sangrando durante 24 horas. Ahora, en Amán, se sienten afortunados de estar en un lugar seguro, lejos de los bombardeos. Sus hermanos, que siguen en Gaza, les piden que no regresen.
La doctora Marahfeh, fisioterapeuta encargada de la rehabilitación de Ibrahim, habla de la importancia de cuidar no solo las heridas físicas, sino también las emocionales. «Necesitan hablar. Al principio de lo que sea, con alguien que los escuche. Intento darles apoyo y esperanza empezando por lo físico», nos explica.
La vida de Eiad, otro joven de 17 años paciente del hospital, cambió dramáticamente cuando un francotirador le disparó mientras iba con unos compañeros a buscar comida. Lleva tres meses en rehabilitación y todavía no puede estar de pie. «Debería estar en la secundaria, pensando en mi futuro», dice, «pero la guerra lo ha impedido». Envía un mensaje al soldado que lo disparó: «Que se arrepienta de los crímenes que están cometiendo, sobre todo con los niños».
La madre de Eiad, al igual que muchas otras, no quiere volver a Gaza. «No queda vida allí», dice con resignación, al mismo tiempo que lamenta que la guerra haya robado a sus hijos la posibilidad de un futuro.