Humor Iwasaki
Fernando Iwasaki (Lima, 1961), peruano de nacimiento, japonés de origen y sevillano de facto. Además de escritor, historiador, investigador, docente, filólogo y firma de ABC Sevilla, posee un afilado sentido del humor. La mezcla ha hecho de él un escritor renuente a cualquier pedantería e indispensable para disfrutar de la ironía literaria. Con Iwasaki el lector ríe, bien y sabroso, y luego se queda pensando cómo se va a sacar la espada del costado.
Más de veinte años después de publicar su primera novela, ‘Libro del mal amor’, la editorial El Paseo la reedita con prólogo de Bryce Echenique e ilustraciones de Fernando Vicente. «Novela cuentada», como dice su autor, o acaso cuentos veleros, tragicomedia en paño, su lectura induce a una sensación de juventud y transgresión, como si en lugar de un ataque de risa estuviésemos alunizando en el escaparate de una firma de lujo o interrumpiendo una monserga a carcajadas.
El humor de Iwasaki, justamente por blanco y prístino en su ironía, se mete en esos lugares donde ya no nos deja meternos lo políticamente correcto y el fantasma de la cancelación. Lo hace a través de diez historias. Digamos diez desamores, diez ‘Adelitas’, Dulcineas o Beatrices con las que tragicómico personaje emplea todo tipo de galanterías hiperbólicas, que no le reportan ningún beneficio, excepto el de ser un pesado y anacrónico pretendiente.
En esta maravilla de libro permanece la osadía verbal, los rodeos son para partirse la caja y los asuntos sagrados para reírse buenamente de ellos. Pretender a una novicia es un asunto tan serio que te descose de risa. Se imagina uno a este mozalbete cortejando a una monja como Juan Ramón Jiménez soltando lisonjas a las que lo cuidaron cuando anduvo en cuidados psiquiátricos.
Iwasaki rehúye lo milimétrico y exacto. Al revés, cuanto más variopinto mejor. Eso incluye, por supuesto, su relación con el humor y la risa, que es una forma de no caer en la cursilería de la solemnidad, de no tomarse tan en serio y de no convertirse en un tuno de la cancelación. Desde el álbum blanco de la primera comunión con la hostia guardada hasta la cuesta debajo de cualquier paternalismo, incluyendo el que le impone a los lectores de qué reírse.