Huelga de alquileres de Barcelona en 1931, «un éxito que costó sangre»
La movilización por la vivienda, que estos días ha sacado a la calle a miles de personas en varias ciudades españolas, ha puesto sobre la mesa una llamativa medida de presión: una huelga de alquileres para bajar drásticamente su coste.
Esta propuesta no surge de la nada. En España hay un precedente masivo y poco conocido, que estos días cobra una renovada relevancia: la huelga de alquileres de 1931 en Barcelona. Unas 100.000 familias llegaron a dejar de pagar a sus caseros en el momento álgido de la movilización, que se extendió entre julio y diciembre de aquel año.
«La huelga fue un éxito, pero costó sangre», explica a RTVE.es Manel Aisa, autor del único libro que se ha publicado en español sobre este hecho histórico que había caído prácticamente en el olvido, La huelga de alquileres y el Comité de Defensa Económica (El Lokal, 2014).
Un alto paro tras el ‘crack del 29’ y casas «muy precarias, sin agua, sin luz»
Para entender cómo se llegó a esta movilización hay que sumergirse en la turbulenta Barcelona del periodo de entreguerras. A la ciudad llegaron miles de personas de toda España para las obras de la Exposición Universal de 1929, pero «de repente llegó el ‘crack del 29’ que lo paralizó todo, se cortó el grifo, y sobre todo en la construcción la gente se quedó sin trabajo de la noche al día», cuenta Aisa.
Estos inmigrantes «vivían en casas muy precarias, muchas sin agua, sin luz, sin lavabo, o en barracas», y en una época en la que «no había prestaciones sociales», más que las que podía dar la Iglesia o las beneficencias obreras. La crisis coincidió en el tiempo con la llegada de la República en 1931, que permitió la legalización de sindicatos y organizaciones obreras que antes operaban en la clandestinidad.
Una de estas, el sindicato de la construcción de la Confederación Nacional del Trabajo (la CNT, por entonces el más multitudinario), alarmado por la ola de desahucios que en la primavera de 1931 recorría la Ciudad Condal, llevó a cabo un estudio barrio a barrio para calcular cuánto pagaban las familias por el alquiler y cuánto tendrían que bajar estos para que pudieran subsistir.
El resultado de aquel baremo, elaborado por el recién creado Comité de Defensa Económica, fue una reclamación generalizada para que las rentas bajaran un 40%, un número similar al de una bajada del 50% que reclaman ahora organizaciones como el Sindicato de Inquilinas e Inquilinos.
La situación ahora «está mucho peor»
En 1927, los trabajadores no cualificados dedicaban cerca de un 30% de su salario al alquiler, un porcentaje que subía al 38% en el caso de las mujeres obreras en 1933, según un estudio del experto en historia urbana José Luis Oyón, que recalcaba que eran «proporciones altísimas de sus ingresos salariales».
Casi 100 después, cuatro de cada 10 hogares que viven en alquiler destinan más del 40% de su renta bruta disponible al gasto en vivienda, según un informe del Banco de España de esta semana, mientras que en ciudades como Madrid cada persona destina el 62% de su sueldo bruto al alquiler, alertaba otro estudio de Infojobs y Fotocasa en mayo. Los expertos recomiendan que este gasto no supere el 30% de los ingresos mensuales.
La situación ahora «está mucho peor que en aquel momento, lo de ahora es un despropósito, es una sangría para todo el país, no solamente para los jóvenes«, denuncia Aisa, que además de autor de este es un veterano militante en varios colectivos libertarios de Barcelona.
La huelga se extiende por la periferia de Barcelona
Con su informe sobre los alquileres, el recién creado Comité de Defensa Económica de la CNT acudió ante las autoridades republicanas que acababan de estrenar su mandato, esperando una postura más amistosa hacia sus demandas que la de anteriores gobernadores monárquicos.
Sin embargo, las políticas sobre vivienda apenas cambiaron. «Lo que les decían los políticos de turno es que no tuvieran prisa, pero claro, los obreros tenían que comer cada día». Sin respuesta por parte de las autoridades ni de los propietarios, agrupados en la Cámara de Propiedad Urbana de Barcelona, estos militantes anarquistas llamaron a la huelga.
Esta cristalizó en un multitudinario mitin en julio del 1931, donde se acordó que los obreros en paro dejaran de pagar el alquiler y aquellos con trabajo solo lo hicieran con una rebaja del 40%. Hasta que esta no fuera efectiva, también se sumarían a la huelga.
A esta movilización estaba invitado a unirse todo el mundo, fueran o no miembros del sindicato, y se extendió como la pólvora en la periferia de la ciudad, en barrios como el Clot, Sants o Poble Nou y otros municipios como Santa Coloma de Gramanet o Badalona.
Más de 200 detenidos y una cruenta huelga general
Las autoridades reaccionaron deteniendo a algunos de los principales líderes del sindicato y del Comité de Defensa Económica, lo que extendió la protesta. En agosto de aquel año se inició una huelga de hambre entre decenas de presos de la Modelo de Barcelona, muchos de ellos anarcosindicalistas, y a principios de septiembre se convocó una huelga solidaria de 48 horas en la ciudad.
“Fue una batalla campal, con más de 200 detenidos y seis o siete muertos“
«Fue una batalla campal, con más de 200 detenidos y seis o siete muertos, porque en aquel momento las huelgas se solucionaban matando», recuerda Aisa. A esto se refería cuando hablaba de que «costó sangre». Aquellos meses se vivieron tiroteos por toda la ciudad, y uno de los «puntos calientes» era la calle Mercaders, donde se encontraba la sede del Sindicato de Construcción de la CNT.
Este sindicato fue clausurado y se perseguían las asociaciones de obreros, por lo que «la comunicación entre huelguistas se mantenía a nivel de barrio».
Apoyo entre los vecinos contra los desahucios
«Cuando había algo, nos avisábamos el uno al otro, todos los chiquillos acudíamos allí», recordaba una de las participantes en la huelga, Concha Pérez, de las Corts, según recoge Nick Rider en su libro Anarquisme i lluita popular, la vaga de lloguers de 1931.
«La resistencia se basaba en un fuerte sentido de solidaridad comunitaria», continúa este autor. «La Comisión de Defensa Económica recomendaba a los vecinos que gritaran y señalaran a los obreros que ayudaban en los desahucios». Y cita un episodio ocurrido en agosto, cuando «una multitud casi linchó a los hombres que habían obedecido las órdenes de un juez de sacar los muebles de una casa de l’Hospitalet».
Aisa recuerda, por cierto, que «casi siempre han sido las mujeres las que han protagonizado estas movilizaciones», dado que eran ellas las que eran las en general gestionaban la economía familiar. En muchos de los mítines que desembocaron en la huelga eran ellas mayoría, recogía la prensa de la época.
«El movimiento de los inquilinos tenía una base social y popular muy importante y prácticamente se había extendido a toda la CNT y amigos del sindicato, ateneos, etc., con lo cual resultaba imposible cortarlo de raíz, como proponían los propietarios al gobernador civil», añade el autor de esta obra.
Éxito de la huelga: se negocian a la baja los alquileres
A raíz de la huelga general se empezaron a «negociar a la baja los alquileres en toda Barcelona», señala Aisa. Aunque el punto álgido de la protesta culminó en diciembre de 1931, hubo más huelgas y movilizaciones a lo largo del convulso periodo de la II República en Barcelona, lo que llevó a que los alquileres bajaran un 40% o 50% «y tuvieran una proporcionalidad normal y acorde con su tiempo», según se lee en el libro.
En los cuatro meses que duró el grueso de la huelga, las familias que la siguieron «se habían ahorrado 12 millones de pesetas», calculaba uno de los líderes de la huelga, Santiago Bilbao, hacia el final de la misma.
Parecía tanto un éxito para los inquilinos, como para los propietarios, que celebraban también que «todo el Comité de Defensa Económica estaba en la cárcel», aunque para Aisa esto último no fue más que una victoria «pírrica».
La regulación pública de alquiler llegó a su punto máximo en 1936, con la guerra ya en marcha. La Generalitat bajó los arrendamientos urbanos entre un 25% y un 50%, disolvió las Cámaras de la Propiedad Urbana, «acusadas de trabajar solo para el beneficio de los propietarios», y en 1937 «se municipaliza la vivienda no destinada a uso propio, con indemnizaciones para sus propietarios», relata la investigadora Alícia Gil en un estudio publicado por la Universidad de Barcelona en 2020. Todas estas medidas, eso sí, tendrían una vida muy corta, al frenarse en seco con la victoria franquista de 1939.
De la Unión de Defensa de Inquilinos a la PAH y el Sindicato de Inquilinas
Para Aisa, se pueden establecer paralelismos entre la situación —y la movilización— de entonces y la actual. Recuerda que antes de la huelga de alquileres, en 1919, nacía la Unión de Defensa de Inquilinos, contra «los abusos de propietarios procaces y desaprensivos» y los desahucios. «Es extraordinario entender que este manifiesto no es del año 2019», cita en el libro. Fue la primera vez que se hablaba de que la vivienda «era una necesidad y un derecho».
«Hoy en día la vivienda es una herramienta de especulación, no una para que vivan las personas», recalca. La Unión de Defensa de Inquilinos, el Comité de Defensa Económica tienen ahora como herederos la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, que también se organiza para parar desahucios, o el Sindicato de Inquilinas, una de las organizaciones más activas en las movilizaciones por la vivienda en las últimas semanas.
«Es importante organizarse e incidir en la política de arriba reivindica». ¿Es posible que se dé una nueva huelga de alquileres, como reclaman estas organizaciones? «Si hay una sociedad organizada, sí; si no, la represión será bestial. Todo es plantar cara a la vida y ya veremos las consecuencias», remata.