Hebrón, zona cero de la ocupación israelí
«Los soldados vemos a los palestinos como terroristas o potenciales terroristas. Por eso, debemos controlarlos», explica Tal Sagi al preguntarle sobre las órdenes que recibía cuando hizo su servicio militar en Hebrón, al sur de Cisjordania. «Durante el tiempo que estuve aquí, ver a palestinos con los ojos vendados y esposados era algo muy normal. No se consideraba un abuso. Siempre teníamos la justificación de la seguridad», reconoce.
En 2012, Sagi era la encargada de organizar visitas guiadas en Hebrón para militares y colonos. Ahora lo hace desde el otro lado, como parte de su trabajo en Breaking the Silence, una organización israelí de veteranos que cuestiona el papel del Ejército en los Territorios Palestinos Ocupados.
Asentamientos en el corazón histórico
Aunque desde 1967 Cisjordania está bajo control militar israelí, lo que ocurre en Hebrón es una excepción. Es la única urbe palestina donde los asentamientos se encuentran en el centro histórico. Para Noam Arnon, portavoz del asentamiento israelí de esta ciudad y uno de los primeros colonos que llegaron tras el inicio de la ocupación, «Hebrón es el lugar natural para vivir si eres judío. Es el sitio de nuestros abuelos y antepasados», afirma, refiriéndose a la Tumba de los Patriarcas o Mezquita de Ibrahim, un templo milenario en el que, según la tradición bíblica, están enterrados Abraham y su familia.
En su opinión, crear un Estado palestino junto a otro israelí significaría «el exilio de los judíos». Un camino, añade, «propio del colonialismo y de gobiernos antisemitas». Para Arnon la única forma de poner fin a este conflicto es reconocer «la soberanía israelí en toda la tierra de Israel» y que los palestinos «muestren lealtad a ley». A cambio obtendrían «derechos humanos principales, pero no podrían votar«, remacha.
La matanza que cambió todo
La presencia de israelíes como Arnon en Hebrón ha hecho que Israel implemente una política de segregación entre palestinos e israelíes. Este sistema surgió tras la masacre de 1994, cuando Baruch Goldstein, un colono nacido en EE.UU., mató a 29 palestinos e hirió a más de cien en la mezquita de Ibrahim. Como resultado de los disturbios que siguieron, el ejército israelí castigó a los palestinos. Impuso un toque de queda y cerró numerosas calles y comercios árabes.
Tres años después, tras los Acuerdos de Oslo, se consumó la partición de la ciudad en dos sectores. El 80% del territorio de Hebrón, llamado H1, es administrado por la Autoridad palestina y está poblado por alrededor de 220.000 palestinos. El 20% restante es la zona H2, situada en la ciudad vieja y bajo jurisdicción israelí. En esta zona viven alrededor de 35.000 palestinos y 850 colonos, custodiados estrechamente por otros 700 militares.
Una ciudad fantasma
«Parece una escena de una película de terror», dice Sagi mientras pasea por una calle desierta. «Eso era el centro de la ciudad, una de las zonas más concurridas. La gente venía del norte de Hebrón para comprar en el mercado, ir a la mezquita o a la oficina. Si tenías un negocio en estos edificios, eras muy rico», explica junto a la puerta soldada de un comercio con un grafiti en hebreo que reza: «venganza».
«Los palestinos que podían permitírselo se marcharon y se fueron a vivir a otros lugares de Hebrón y Cisjordania. Pero hay gente que se quedó porque no tenía ningún otro sitio adónde ir», sostiene Sagi. Según datos de Breaking the Silence, desde que comenzaron los cierres, más de 1.800 negocios han cerrado en el centro y decenas de miles de palestinos han abandonado sus hogares ante la imposibilidad de seguir con su rutina.
Entre todos los balcones con rejas y viviendas abandonadas llama la atención una fachada decorada con macetas y flores. «La casa de Jaber», indica el cartel de la entrada. Es uno de los pocos hogares del centro en el que aún viven palestinos. A su derecha e izquierda hay dos edificios ocupados por colonos, coronados con banderas israelíes. «Por esta zona los palestinos pueden pasar, pero a partir de ese puesto de control, no», afirma Sagi, señalando a un soldado fuertemente armado y rodeado por una valla.
El mapa de la zona H2 es un mosaico de colores y símbolos. Indicadores de las múltiples restricciones, checkpoints y barreras que fragmentan la ciudad. En algunas calles, los palestinos pueden caminar, pero no conducir. En otras, tampoco abrir negocios y, en las más estrictas, las llamadas zonas «estériles», ni siquiera tienen permitido caminar. Estas políticas han sido denunciadas por organizaciones internacionales como Human Rights Watch que las califican de apartheid contra los palestinos.
«Estoy esperando una oportunidad para dispararte»
Uno de los palestinos que encarna la resistencia frente al avance de las colonias israelíes es Issa Amro. Este activista por los derechos humanos vive en el barrio de Tel Rumeida, dentro de la zona H2. «Mi vida y la de la gente de Hebrón siempre ha sido muy dura», recalca Amro, de 44 años. «Nos enfrentábamos a puestos de control, segregación, colonos y soldados, pero el 7 de octubre les ha envalentonado más», cuenta.
Amro ha dedicado su vida adulta a luchar contra la ocupación. Él y su organización, Jóvenes contra los Asentamientos, han sido galardonados con el premio Right Livelihood, apodado el «Nobel Alternativo». Con sus acciones de resistencia civil, ha logrado atraer atención internacional a la causa palestina y ha inspirado a muchos jóvenes de la ciudad para que tomen un camino distinto a las armas.
«Quiero ayudar a mi gente. No tengo elección. O empleo la violencia, o soy un palestino silencioso y acepto ser un esclavo en mi propio país, o resisto pacíficamente«, apunta. Sin embargo, esta defensa de la no violencia no ha impedido que él la sufra. Amro ha sido arrestado, expulsado durante semanas de su vivienda e incluso atacado por soldados delante de las cámaras.
Aunque el antes y el después fue el 7 de octubre de 2023. Ese día denuncia que un grupo de colonos, vestidos con uniforme militar, le secuestraron y retuvieron durante más de diez horas. «Me amordazaron y vendaron los ojos. Me golpearon y patearon. Uno de ellos me agredió sexualmente. Otro puso una pistola sobre mi cabeza, contó hasta diez y empezó a apretar el gatillo. Pensé que no volvería a casa vivo», relata con emoción.
Desde entonces, Amro asegura que vive con miedo. «Recibo amenazas casi a diario. Hace unas semanas, un soldado me dijo: Estoy esperando una oportunidad para dispararte. Aunque no se trata solo de mí. Los militares quieren matar, quieren ser parte de la nueva ideología de Itamar Ben-Gvir según la cual si matas a palestinos eres un gran líder o soldado», concluye.
«Habrá paz cuando se reconozcan los derechos del pueblo judío»
Ben-Gvir es el ministro de Seguridad Nacional de Israel y un colono que vive en el asentamiento de Kiryat Arba, a las afueras de Hebrón. Conocido por sus polémicas visitas a la Explanada de las Mezquitas, el tercer lugar más sagrado del islam, fue condenado ocho veces en los tribunales israelíes por incitar al racismo y apoyar a una organización terrorista.
«Somos un país militarizado con muchos enemigos a nuestro alrededor que quieren hacernos daño», afirma a RTVE.es Yishai Fleisher, asesor de Ben-Gvir durante la campaña electoral de 2022. «Esta es una ciudad de Hamás, así que estamos en nuestro estado natural, que es luchar”, asegura con un fusil colgado al hombro.
Fleisher considera que «sólo los árabes proisraelíes no yihadistas» pueden vivir en Cisjordania, territorio que considera israelí, aunque internacionalmente sea reconocido como palestino. Cree que solo puede haber paz «cuando se someta el yihadismo y se reconozcan los derechos del pueblo judío, pero si esto no sucede mañana, no pasa nada. Estamos dispuestos a luchar durante mil años si es necesario para mantener nuestra justicia», zanja convencido.
«Vivimos en una cárcel»
Desde los ataques de Hamás, Israel ha intensificado la ocupación militar de Cisjordania, y el cerco a Hebrón. Con el pretexto de las autoridades israelíes de luchar contra el terrorismo, muchas familias palestinas han visto paralizadas sus vidas. «Tenemos prohibido salir a la calle entre las diez de la noche y las siete de la mañana, de domingo a jueves. Tampoco viernes y sábados. Si nos ve el ejército nos llevan detenidos«, afirma Areej Al-Jabari, una vecina del barrio de Wadi Al-Hussein.
«Mi familia y yo vivimos en una cárcel. Estamos encerrados en casa sin salir, no hay trabajo y la economía está estancada. Encima ahora los niños tienen que seguir las clases a través de Teams, pero no todas las familias tienen suficientes ordenadores ni pueden pagar la tarifa de Internet», cuenta esta madre de cinco.
Las ventanas de la casa de Areej están cubiertas por un entramado de barrotes como protección contra las piedras que sus vecinos colonos lanzan. «Mira, cómo está el cristal. Lo hemos reparado varias veces. Ayer puse cinta adhesiva, pero, aunque tenemos una red protectora siempre entran piedras», explica.
Al-Jabari es voluntaria en B’Tselem, una oenegé israelí de derechos humanos. Armada con su cámara, captura sin miedo incidentes de agresión y destrucción de la propiedad, asegurándose de que estos actos no pasen desapercibidos. Por ello, asegura, ha sido detenida varias veces.
Denuncias de acoso sexual contra soldados
«Antes del 7 de octubre, el ejército israelí no solía atacar a las mujeres, ahora sí. Además, las acosan sexualmente en los puestos de control», denuncia Al-Jabari, que asegura les dicen palabras inapropiadas y las manosean mientras fingen registrarlas. «Las mujeres no se sienten seguras porque estas salas de registro son espacios cerrados. El que está fuera no puede saber lo que ocurre dentro. Además, solo dejan pasar a las mujeres de una en una», describe.
«A mí en una ocasión me ordenaron quitarme el cinturón, desabrocharme el pantalón e incluso levantarme la ropa. Tuve que salir corriendo de allí», relata.
«No entienden lo opresiva que es nuestra presencia»
«Nos han enseñado a separar Gaza de Cisjordania y de lo que ocurre en Israel. Sin embargo, todo está conectado», subraya Tal Sagi. «Israel tiene una gran responsabilidad en todos estos territorios y los israelíes no somos conscientes de cómo controlamos toda la zona, del poder que tenemos y de que, si quisiéramos, podríamos poner fin a esta situación con facilidad», dice emocionada.
Sagi habla contra la ocupación porque cree «que los israelíes no saben realmente» lo que están haciendo. «Incluso todos estos soldados no entienden lo opresiva que es nuestra presencia aquí». «Ahora mismo, es difícil escuchar cualquier narrativa distinta porque la gente quiere permanecer en su propio sufrimiento, en su propio dolor, pero siento que hay esperanza porque la gente entiende que se trata de algo urgente y de que no podemos seguir así», concluye.