«Escribir es siempre hablar con los muertos»
En uno de los relatos de ‘Biblioteca pública’ (Nórdica), el último libro de Ali Smith que se ha traducido al español, una joven llamada Helen Clyne dice que las bibliotecas son el único lugar al que todavía puedes ir sin pagar para, sencillamente, estar allí: «¿Así que no va de libros?, pregunté. ¿O es que va de algo más que libros? Quizá siempre haya sido algo más, dijo Helen». Ali Smith (Inverness, Escocia, 1964), sí, es una de esas mujeres que ama la literatura porque ama la vida, y no al revés. Es una mujer que busca en las palabras no tanto un destino como una puerta. O una ventana para que entre la luz, aunque el día sea gris por dentro y por fuera. Smith gasta un verbo ágil y flexible, y retuerce las normas para adaptarlas a su capricho. Quizá por eso es una de las autoras más celebradas de las letras inglesas.
—Hay escritores que huyen del presente, usted lo abraza.
—En realidad no tengo elección. Escribas lo que escribas, el tiempo en que vives hablará a través del texto. El presente nos atraviesa de cualquier manera, incluso en forma de relato. Escribir historias es importante porque es una de nuestras mejores formas de dimensionalizar el tiempo, en una fusión de presente y pasado que también hace un gesto hacia el futuro. Todos somos porosos a esto; nuestro tiempo sale de nosotros mismos, directamente a través de nuestra piel. Por eso creo que no existen las novelas históricas ni las novelas futuristas, porque dondequiera que las situemos, hablarán de la época y estarán hechas de la época en la que se han escrito.
—Ha escrito sobre el Brexit, la pandemia, el populismo y otras maravillas de nuestra época, pero sus libros no son dramáticos, sino más bien irónicos, lúdicos. ¿El (buen) humor es una forma de mantenernos cuerdos?
—Esa es la mirada de las historias al presente. Las historias ya lo saben todo. Y siempre son lo suficientemente amables y despiadadas como para hacernos saber dónde estamos y quiénes somos y qué nos presiona para condicionarnos. Además, las historias nos permiten descubrir que nada es nuevo para nuestra especie, que la historia va en ciclos y que esto tal vez podría usarse para leer mejor lo que está sucediendo; siempre ha habido plagas, siempre ha habido y siempre habrá alguien o algo con poder intentando movilizar y utilizar al pueblo apelando a un nosotros en un nivel que es altamente emocional y reactivo.
—Publica un libro sobre bibliotecas en un tiempo de pantallas. ¿Es un acto de resistencia?
—No diría que es un acto de resistencia a las pantallas, porque las bibliotecas son ahora casi el único lugar donde la gente puede acceder comunitariamente tanto a las pantallas como a la información. Y al conocimiento, la imaginación, el entretenimiento… Las bibliotecas son un refugio, un espacio para pensar y estar en comunidad de forma gratuita, cálida y abierta a todo el mundo. No hay nada que beneficie más a la gente que el espacio para pensar. Si mi libro es un acto de resistencia, es una resistencia a la forma en que la cultura bibliotecaria, esto es, una cultura de acceso libre y comunal para todas estas cosas, incluyendo la igualdad y la democracia que las bibliotecas representan, está siendo sistemáticamente erosionada.
—¿Y no cree que hay algo en la lectura de resistencia frente a la aceleración del mundo?
—Leer un libro, una historia, es un acto de apertura del yo a algo más allá del yo, al tiempo que permite a ese yo seguir siendo el yo que es. Es un acto de versatilidad y comunidad en un mundo que cada vez más quiere categorizarnos y reducirnos a datos útiles y vendibles por razones de dinero o poder. Pero en cuanto abres un libro eres más grande. Eres tú mismo y los demás. Es un acto fundamental de hospitalidad, con nosotros mismos y con los demás. Es la base de todo lo comunitario, y me atrevería a decir que es una de las razones por las que la especie humana ha sobrevivido tanto tiempo.
—¿Le preocupa el futuro de la lectura?
—No. Lo hacemos todo el tiempo, y tengo fe en que nuestro deseo de leer las cosas a todos los niveles es otra manifestación de la gloriosa multiplicidad humana.
—¿Y qué hay del futuro de la novela?
—También tengo fe en su gloriosa multiplicidad.
—¿Es la literatura, en esencia, una cuestión de estilo?
—Es una cuestión de fusión. El estilo y la forma son la misma cosa, más la comprensión estructural, la resonancia, la imaginación, la realidad, la conexión, el compromiso, la posibilidad. Todo eso se funde en una forma que nos permite comprender y formar parte de todas estas cosas.
—Si la vida puede transformarse en literatura, ¿puede la literatura transformarse en vida?
—Digamos que leer libros es una de las mejores maneras de aprender a leer absolutamente todo lo que ocurre en la vida.
—«Hoy en día todo es imagen y tengo la sensación de que nos alejamos cada vez más de las voces humanas», escribe en ‘Buena voz’.
—Nos hemos acostumbrado a creer en imágenes. Y las imágenes no son lo mismo que el contacto. Cuando una voz humana, en cualquiera de sus formas, llega a un oído humano: ¡Hola! No estamos solos. Y esa otra persona es un ser humano como yo, real, de carne y hueso, mucho más que una imagen.
—Ha dicho varias veces que su origen familiar, haber crecido en un hogar de clase trabajadora, ha marcado su literatura. ¿Hasta qué punto lo ha hecho?
—Mi origen me ha educado del mismo modo que a todo el mundo. Pero sé que he tenido mucha suerte. Vengo de una gente que creció en una pobreza relativa, vio la guerra y sobrevivió a ella a duras penas, era gente de buen espíritu que remaba contra viento y marea, y estaba decidida a mejorar las cosas después de haber pasado por una época sangrienta. Hicieron todo lo posible para que sus hijos recibieran toda la educación posible y salieran al mundo con el brillo de ese espíritu capaz de luchar contra los elementos.
—¿Recuerda su primera vez en una biblioteca?
—Recuerdo que no me lo podía creer. Una habitación llena de lo que parecían interminables baldas de libros. Hasta donde alcanzaba la vista, ¡libros! Yo ya era una niña lectora cuando fui por primera vez a la biblioteca de nuestro pueblo; pero mi madre, que sentía un gran respeto por los libros pero no tenía tiempo para leer nada, había intentado convencerme de que no me hiciera socia porque tenía cuatro hermanos mayores y estaba cansada de años de pagar multas por libros devueltos con retraso. Fui de todos modos. Ella lo entendía.
—La figura del padre muerto está muy presente en este libro. ¿Es sano hablar con los muertos?
—Creo que escribir es siempre hablar con los muertos, oír a los muertos y conocer nuestra propia mortalidad. Ninguna otra cosa en la vida, aparte de esto, nos permite saber lo que realmente vale la vida.
—Otra de las constantes del libro es el interés por la etimología de las palabras. Algunas revelan significados tan antiguos que parecen nuevos. De alguna manera, esas etimologías abren la puerta a un mundo atávico que nos ayuda a entender el nuestro.
—Las palabras arrastran su propia historia, igual que nosotros. Sus historias siempre nos dicen algo sobre ellas que es expansivo, que permite a la palabra multiplicar sus significados, que permite al propio lenguaje, y por extensión a toda comunicación, expandirse, que nos permite multiplicar todo lo que queremos decir. En el lenguaje y también en la vida.
—He leído que se dedicó a la escritura tras abandonar la academia por un síndrome de fatiga crónica. ¿Cómo fue aquello?
—Fue más bien así: imagina que voy por una carretera, que iba por una carretera y que al final de esa carretera había dos cosas; había un muro muy alto y muy real, y había algo más allá de ese muro, otro lugar, algún sitio al que sabía que tenía que llegar. Si me quedaba en la carretera con el muro al final, lo único que terminaría haciendo sería golpearme contra ese muro una y otra vez. Así que durante un rato (otra vez no tenía elección) me senté y descansé contra la pared, y allí me di tiempo y espacio para recuperarme, para pensar. Ahora imagina una puerta en la pared. Imagina que se abre.
—Por cierto, ¿es usted nostálgica?
—En absoluto. Me encanta cómo se renuevan las cosas. Y hacerlas nuevas.