El despertar del «sueño asiático» en Corea del Sur
Los k-dramas, el k-pop y el k-todo causan furor en Occidente. Forman parte de la ola cultural surcoreana o Hallyu. Y esos productos se envuelven también con los retos socioculturales que afronta su país de origen.
«En Corea existe una brecha significativa entre las generaciones mayores y las más jóvenes, donde los primeros perciben que todas las formas posibles de poder están concentradas en manos de la generación de los años 50 y 60», indica la investigadora del Departamento de Sociología en la Universidad de Seúl, Hyeran Jeong.
Esto no siempre fue así. Tras la guerra de Corea que devastó y dividió la península, el sur pasó de ser una de las naciones más pobres de Asia a convertirse en una potencia económica. Y ese crecimiento se debió, en gran medida, a la apuesta por desarrollar su capital humano, pero también a un fuerte sacrificio, respeto por la jerarquía y la búsqueda de la eficiencia a toda costa.
Justamente, el «sueño asiático» representaba esa posibilidad de prosperar tan solo con el esfuerzo; de no tener dinero a poseer un coche y apartamento incluso en la misma Seúl.
Ante el imparable fenómeno que ha supuesto la cultura surcoreana, resulta preciso preguntarse hasta qué punto ha cambiado la perspectiva de la juventud del país, y si quizá ese «sueño asiático» de prosperidad ha comenzado a resquebrajarse.
El fracaso de la meritocracia
Por lo general, se sostiene que Corea del Sur mide el éxito de su sociedad con base en la meritocracia. Aunque hace años que este sistema ha quedado en entredicho. Tras la crisis de los años 90, y el incremento de la desigualdad económica, el país asiático ha adquirido una división social entre la arrogancia percibida de unos pocos «ganadores» selectos y el sentimiento de humillación que acompaña a los «perdedores».
«A diferencia del pasado, los coreanos, principalmente los jóvenes, ya no creen en la equidad de oportunidades y la movilidad social ascendente, lo que los lleva a cuestionar si el sistema de meritocracia realmente funciona», comenta el profesor del departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Chungnam, Sun-Jae Hwang.
Un sector donde se evidencia esta ruptura de «esfuerzo igual a recompensa» es el laboral. Desde mediados de la década de 2010, los trabajadores contingentes representan una cuarta parte de todos los empleados en Corea del Sur (23,9% en 2021), un grupo que suele estar integrado principalmente por jóvenes.
«Corea del Sur es muy pequeño, y hay ciertas empresas como Samsung o LG en las que todos los de mi edad quieren trabajar», revela Raegeom Lee, estudiante de posgrado de 32 años. «Allí ganan más dinero, y sin dinero no se puede sobrevivir, porque el coste de vida es inimaginable», alega.
Raegeom salió de su país natal rumbo a Estados Unidos sin el permiso de sus padres para desafiar sus perspectivas de futuro, centradas en alcanzar logros financieros y laborales. «Ellos esperaban que consiguiera un buen trabajo y ganase bien, pero no era mi sueño», explica.
“La insatisfacción de los jóvenes con las generaciones anteriores se basa en la percepción de que, si bien estas últimas se beneficiaron del período de modernización, no han logrado devolverle nada a la sociedad“
En Corea del Sur existe una dicotomía entre lo que un joven espera y lo que finalmente encuentra. Rara vez tienen capacidad para acceder a empleos estables, lo que contrasta con ciudadanos cada vez más mayores que continúan soportando la fuerza laboral del país.
Según el organismo estatal de estadísticas de Corea del Sur, en el primer trimestre del 2024, al menos un 50% de personas de más de 60 años (6,3 millones), estaban empleadas, rango equivalente al de los ciudadanos con edades entre los 15-29 años. Un porcentaje que comparte con la mayoría de naciones más envejecidas del mundo, y que la sitúa solo dos puntos por debajo de España (puesto 14) en la clasificación.
«La insatisfacción de los jóvenes coreanos con las generaciones anteriores se basa en la percepción de que, si bien estas últimas se beneficiaron del período de modernización, no han logrado devolverle nada a la sociedad y, en cambio, han contribuido a construir un sistema más desigual», argumenta Hyeran Jeong.
La aspiración de alcanzar el «éxito» para la mayoría de surcoreanos pasa por formar parte de las Chaebols (grandes empresas). No lograrlo afecta a la perspectiva que tienen de sí mismos. «Se ven como fracasados«, revela Raegeom. «Pese a ello, no desean obtener otro trabajo; se limitan a esperar y estudiar y, cuando ya tienen treinta y tantos y no lo han logrado, ya no saben qué hacer», añade.
Al mismo tiempo, y a medida que la economía de Corea del Sur ha ido creciendo, aquellos coreanos que aumentaron su patrimonio lo han empleado para aprovechar las nuevas oportunidades y así consolidar sus privilegios de clase. Esto ha acrecentado la brecha de la desigualdad.
Sin embargo, «en la era posmodernización, se ha vuelto mucho más difícil ver un crecimiento económico como antes y los jóvenes, si bien reconocen las desigualdades, cuentan con pocas alternativas para cambiarlo, excepto adaptarse individualmente a la situación», establece Sun-Jae Hwang.
Pese al descontento, «los coreanos todavía están dispuestos a aceptar la desigualdad de resultados, como el ingreso y la riqueza, siempre que se garantice suficiente igualdad de oportunidades», insiste el experto. En esencia, sostienen que la solución es un sistema «basado en la capacidad ‘pura’ de cada uno, descontada de sus antecedentes familiares».
‘Tower of God’, el reflejo de un sistema roto
En Japón existen los mangas, mientras que en Corea del Sur están los manhwa. Uno de ellos es Tower of God, ambientado en un mundo de épica fantástica y cuya trama rima con algunos de los problemas que afronta el actual sistema surcoreano.
La historia gira en torno a Bam, un joven que pierde a su única amiga, Rachel, cuando esta entra en la Torre, un lugar que promete conceder cualquier deseo a quienes logren ascender hasta la cima.
La Torre está dividida en múltiples pisos y cada uno representa un reto que debe superarse para avanzar. Sus habitantes viven bajo un sistema rígido que los clasifica en función de sus habilidades y recursos, lo que genera profundas divisiones sociales.
Dicho sistema se rige supuestamente por una meritocracia, en la que cualquiera que tenga la habilidad y la determinación puede subir de nivel. Sin embargo, los que tienen éxito a menudo lo logran gracias a privilegios de nacimiento, conexiones o manipulación. Asimismo, los personajes de estratos inferiores presentan rasgos de competitividad extrema e individualismo, y padecen presión social por alcanzar el éxito a cualquier coste.
Consumismo y estratificación, de la mano
Además de la desigualdad económica, el estatus en el país asiático se mide basándonos en el gasto. De hecho, el concepto coreano de jungsancheung (clase media) se define en términos consumistas.
«En Corea es muy importante mostrar lo que tienes, ya sea algo de mi propiedad o incluso lo que hago con mi vida», indica Raegeom. «Yo en su momento quería vivir con muchas cosas, no solamente por la felicidad que me pudieran dar, sino por el hecho de mostrar mi éxito al resto«, alega.
Los surcoreanos no solo basan su riqueza en cuánto cobran, sino en qué invierten esas ganancias. Y cualquier cosa que hagan las clases altas para diferenciarse de las bajas influye en los patrones de consumo del resto.
“Mostrar la riqueza ha disminuido entre las generaciones más jóvenes, que ahora se centra en la difusión del individualismo y el bienestar personal“
«Son muy sensibles con los aparatos electrónicos: cada dos años tienen que cambiarlos sí o sí para aparentar», establece Surim Lee, quien a sus 28 años trabaja en márquetin en una empresa alemana ubicada en Seúl. «También con la cuestión del estilo y el maquillaje; lo hace todo el mundo, desde los hombres hasta las abuelas», reseña.
Al preguntar sobre si la tendencia de ostentosidad es mayor en las generaciones jóvenes surcoreanas, Sun-Jae Hwang relativiza la cuestión: «Mostrar la propia riqueza ha disminuido entre las generaciones más jóvenes, que ahora se centran en la difusión del individualismo y el bienestar personal y en lo que está dentro de uno más que en lo que está fuera».
Pese a ello, Raegeom contrapone esta explicación con su experiencia: «En general se puede ser amigo de alguien según tu nivel económico; yo podía salir con ciertas personas porque contaba con suficiente dinero, pero algunas sentían que pertenecía a ‘otro grupo‘», sentencia.
Actualmente, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) señala a Corea del Sur como uno de sus miembros con mayor desigualdad de ingresos, donde los más ricos ganan de cuatro a cinco veces más que los más pobres.
La importancia de los ingresos es tal que llega a definir las relaciones sentimentales y planes de futuro: «En Corea, si tengo novio y quiero casarme con él, lo primero que me va a preguntar es cuánto dinero tengo, por lo que las propuestas de casamiento muchas veces son más económicas que amorosas«, explica Surim.
The 8 Show, la división social en todo su esplendor
Si bien el estreno de la serie surcoreana The 8 Show se interpretó como un «Juego del Calamar edulcorado», su contenido ha expandido, e incluso realzado, cada una de las premisas de la obra original de Hwang Dong-hyuk.
Su argumento parece simple: ocho concursantes, cada uno con su particular idiosincrasia, escogen al azar un piso en el que habitar durante un período de tiempo determinado. Este tiempo solo se extenderá si los jugadores son capaces de entretener a una audiencia ficticia. Como recompensa, por cada minuto transcurrido obtendrán una cantidad de dinero proporcional al piso que ocupan. A mayor altura, mayor será el premio acumulado.
En medio de una clara división entre las plantas superiores e inferiores, las traiciones, los intereses individuales y los problemas socioeconómicos que caracterizan a Corea del Sur relucen en sus personajes. Entre ellos, la inexistente meritocracia, la extrema división social según el nivel socioeconómico y la obsesión por lo material.
La desigualdad de género, omnipresente pero silenciada
La sociedad surcoreana es una donde la brecha de género es de las más grandes entre los países con mayores economías. Desde la promulgación de la Ley de Igualdad en el Empleo en 1987, y su enmienda en 1989, se proporcionó una base legal para eliminar la discriminación sobre la base del sexo en uno de los sectores con mayor diferencia entre hombres y mujeres: el laboral.
«Actualmente, los hombres también pueden tener permiso por paternidad y, además, cada vez es más común que haya ‘amos de casa'», ataja Raegeom. «Antes, las mujeres ni siquiera podían estudiar en el extranjero como lo hago yo; ahora, casi la mitad de universitarios surcoreanos son mujeres [primer puesto de la OCDE en número de mujeres con un título universitario]».
Pero estas legislaciones a veces solo sirven como una marca de certificación y para mejorar la imagen pública corporativa. Surim lo resume en una frase: «Aún hay empresas que prefieren a los chicos por cuestiones tan simples como pensar que son ‘más expresivos’ que las chicas«.
«En el entorno laboral, las mujeres jóvenes en particular pueden convertirse en blanco de acoso o ser sutilmente excluidas de los ascensos», revela Hyeran Jeong. «Las estrategias que diseñan para adaptarse a estos entornos hostiles no están planeadas para obtener ventajas, como un ascenso, sino en sobrevivir, véase mantener relaciones amistosas con un jefe violento respondiendo con docilidad», comenta.
“Si eres mujer y trabajas para una compañía pequeña, nada te asegura que puedas crecer en ella“
Asimismo, «aunque existe un sistema de licencia por maternidad, las mujeres pueden dudar en utilizarlo porque, al hacerlo, se las marca esencialmente como empleadas que no son leales a la empresa, lo que hace que no se las tenga en cuenta para los ascensos», incide Hyeran Jeong.
«Es en las grandes empresas donde se aplican leyes más igualitarias, de ahí que los jóvenes aspiren a entrar en ellas», anota Raegeom Lee. «Si eres mujer y trabajas para una compañía pequeña, nada te asegura que puedas crecer en ella, o que incluso continúes tras estar de baja por embarazo», reitera.
Para muchos, Corea solo es conocida a través de sus productos de entretenimiento. Justamente, el dilema de su sociedad resuena también en su vibrante industria cultural, reflejando las tensiones entre las generaciones presentes y pasadas. El país no solo exporta entretenimiento, también una profunda reflexión sobre sus propias desigualdades. Y el Hallyu ha abierto esa puerta para hacernos llegar sus experiencias con voz propia.
Lisa, rompiendo estereotipos
La integrante del grupo de k-pop Blackpink, menos conocida por su nombre real, Lalisa Manobal, ha hecho de su carrera en solitario todo un ejemplo de la ruptura con los estereotipos visuales y de género que ha aquejado a la industria musical surcoreana en los últimos años.
Como k-pop idol que es, resulta fácil dejarse llevar por el espectáculo de sus videoclips y olvidar el objetivo de sus sencillos. Ya hablemos de su tema Rockstar, o de su colaboración con Rosalía, New Woman, Lisa ha dejado en evidencia la visión que se tiene sobre la mujer asiática desde Occidente (frágil y objeto de exhibición).
Mediante elementos como mostrar su piel bronceada en la carátula de su sencillo Rockstar, contraria a los ideales de belleza que imponen las compañías de idols surcoreanos, o el contenido transgresor en la letra de New Woman, Lisa ha lanzado un poderoso mensaje. Uno que ha logrado robar la atención de un público, el femenino, que encuentra en la rapera un icono alternativo a la visión clásica de feminidad.