Donald Trump, el trumpismo y el periodismo
Tenía este artículo listo para entregar cuando una amiga me pasó un capítulo de esta semana de Fresh Air, programa de NPR, la radio pública de los Estados Unidos. Muy oportuno y a la vez algo frustrante, porque si quien me lee entiende inglés, ya no hace falta que siga leyendo, escuche a dos tótems del periodismo como son Marty Baron, ex director del Washington Post y The Globe, y David Remnick, director del New Yorker.
El primero se las vio muy directamente con el candidato y presidente Donald Trump entre 2015 y 2020, el segundo tiene la experiencia de haber sido testigo de cómo se las gastaba la Unión Soviética y cómo se las gasta Vladímir Putin con la prensa y la libertad de información, Su conversación me sirve para completar el artículo que ya tenía escrito.
Que hablen de mí aunque sea bien
Es una frase que resume algo que expresaron tanto el escritor Oscar Wilde como el pintor Salvador Dalí. En el caso de Wilde fue «sólo hay algo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti»; en el de Dalí, un genio de la autopromoción, fue «que hablen bien o mal, lo importante es que hablen de ti». Sin, que se sepa, el talento artístico de los citados Donald Trump es un alumno aventajado de esa lógica, el ejemplo más global y fácil de observar de nuestra era. Él a su vez tiene muchos discípulos, y discípulas, allá y aquí. Esta fue la primera lección que aprendimos del candidato Trump en 2016: que hablen de mí.
En los meses previos a la elección presidencial de 2016, si una se ponía a ver las distintas cadenas de televisión en Estados Unidos, una figura era omnipresente: Donald Trump. En la mayoría de ocasiones, salvo en Fox News, la cadena conservadora del grupo Murdoch, él no salía bien parado porque se criticaba su maximalismo antiinmigración, la xenofobia de sus declaraciones, sus bancarrotas como empresario y la inexactitud de afirmaciones suyas, cuando no directamente mentiras. Si una se abstraía del contenido de las informaciones, lo que quedaba era la ubicuidad del candidato Trump mientras que la otra candidata, Hillary Clinton, estaba desaparecida. No es que Clinton no tuviese actividad de campaña, pero los medios, sobre todo las televisiones, se dejaban arrastrar por las estridencias de Donald Trump. Sin pagar ni un dólar Trump, siguiendo la máxima de que lo importante es que hablen de ti, obtuvo una publicidad desorbitante.
Los medios, todos, cayeron en la trampa de hacerse eco de cada declaración de Donald Trump. Fuera para secundarlo o para criticarlo, pero se hicieron eco, lo convirtieron en protagonista, y se dieron cuenta del error a posteriori. Cuando el ciclo de noticias es ininterrumpido, las 24 horas del día, y hay muchas horas que rellenar y combatir el tedio es una tentación fácil reaccionar como lo hicieron. Pero cuando la información se convierte en info-entretenimiento, una estrella del reality show es el rey. O el presidente en este caso.
Antes de presentarse a las elecciones de 2016, Donald Trump conducía un programa en el que se erigía en el empresario de éxito que premiaba o expulsaba del programa a jóvenes emprendedores en función de sus proyectos. El programa se llamaba The Apprentice, de ahí el título de la película recientemente estrenada, y la frase célebre era la de la expulsión de un concursante: «You are fired!», estás despedido. Donald Trump se jactaba de haber sido líder de audiencia con ese programa y lo aplicó a la política.
Trump lo vio: los medios de información han perdido credibilidad
¿Quién habría creído antes de la irrupción de Donald Trump en política que citar al New York Times o al Washington Post restaría crédito? Y sin embargo, cuanto más solvente el medio, mayor el énfasis del millonario en descalificarlo como fake news, noticias falsas. Y le funcionó. Porque para entonces ya había un sector de la población que había perdido la confianza en los medios de comunicación, que no creía lo que le contaban. La campaña electoral aceleró y agravó el proceso. Según cuenta Marty Baron, al peguntarle a Trump por qué atacaba constantemente a la prensa el hoy presidente electo contestó: «Porque así cuando me critiquen no les creerán».
Según el instituto demoscópico Gallup, en octubre de 2016 se alcanzó un mínimo histórico en la credibilidad de los medios, sólo un 32% de los encuestados se fiaba de lo que contaban. La desconfianza era mucho mayor entre los simpatizantes republicanos, conservadores, apenas un 14%. Ocho años después esa confianza es hoy aún menor, un 31%, según Gallup, y sigue siendo un juicio polarizado. Muy polarizado. La desconfianza entre los republicanos este otoño de 2024 es del 12%, mientras que la mayoría de simpatizantes demócratas (54%) sí confían en los medios de comunicación.
Más madera, es la guerra. Contra la prensa
Donald Trump ha sabido usar en su favor esa pérdida de confianza en los medios de información y la ha azuzado. En sus actos de campaña, en aquella de 2015-2016 y en esta última, señalaba a la prensa presente para que los asistentes demostraran su disgusto, en algunos casos, de forma violenta. Cuando una información no le ha gustado ha señalado al periodista y con ello alentado el acoso. Se ha querellado contra medios y los ha amenazado.
El expresidente planteó la que será su segunda presidencia como una revancha, él y su entorno lo han dicho explícitamente en diferentes ocasiones. Una revancha contra quienes lo han perseguido, según él, por motivos políticos y que están, sobre todo, en el sistema judicial y en los medios de comunicación. También entre el empresariado cuyas ganancias dependen de contratos con la administración pública o de regulaciones federales. En el caso de empresarios propietarios de medios de comunicación, el caso reciente de Jeff Bezos (Amazon, Blue Origin) que vetó -esa es la suposición- un editorial del Post de apoyo a Kamala Harris, la amenaza para la libertad de información es doble. En el programa mencionado de NPR Baron y Remnick cuentan cómo los principales medios de EE.UU. están contratando equipos de abogados para defenderse de pleitos que prevén con el segundo gobierno Trump. Un desgaste añadido en dinero, tiempo y energías.
En la campaña electoral Trump ha llegado a decir que no le importaría que dispararan contra los periodistas que cubrían su acto. Como presidente (2017-2021) hizo declaraciones propias de regímenes autoritarios, que la prensa es la «enemiga del pueblo» y que él estaba «en guerra con los medios». Que a los gobernantes les moleste la prensa es algo casi necesario en democracia, que la califiquen como enemigo del pueblo atenta contra uno de los pilares de la democracia y lo asocia a dictadores como Lenin, Stalin o Mao.
¿Para qué sirve el periodismo? ¿Sigue siendo relevante?
La segunda victoria de Donald Trump, y en esta ocasión total, también en votos directos, ha sembrado el desaliento entre los progresistas, por supuesto, y también entre los periodistas que no militan más que en los datos contrastados. Desaliento y frustración. Si, a pesar -es el lamento- de dejar en evidencia el récord de mentiras de Donald Trump, de informar sobre cómo alentó el asalto a la democracia el 6 de enero de 2021, si a pesar de que un tribunal lo ha declarado culpable de 34 delitos, si a pesar de todo eso, la mayoría de los ciudadanos que han ido a votar lo han elegido para el cargo más alto del país ¿para que sirve todo ese esfuerzo por publicar datos, contrastar, verificar? ¿Dónde queda la función social del periodismo?
Y la cuestión de fondo y que más duele. ¿seguimos siendo relevantes cuando cada vez hay menos público que se informe a través de los medios de comunicación tradicionales, y cada vez más a través de las redes sociales dominadas por algoritmos programados para excitarse, difundir, más cuanto más estridente es el contenido? ¿Cómo combatir una maquinaria de desinformación tan poderosa como ha demostrado ser la red X (antiguo twitter) desde que es propiedad de Elon Musk, el hombre más rico del mundo, tal vez también el más ambicioso, y cheerleader de Donald Trump?
Según el reputado centro de análisis Pew Research Center, los simpatizantes republicanos (el partido de Trump) y los jóvenes se fían del contenido en redes sociales casi tanto como de los medios de información nacionales. Otro hallazgo de este otoño: 1/5 de los estadounidenses se informan por influencers en las redes sociales, en el caso de los menores de 30 años el porcentaje supera al tercio de la población, un 37%.
No sé si para darse ánimos, pero Baron y Remnick hacen la reflexión de que tan irrelevantes no deben de ser los medios de información, si tanto obsesionan a Donald Trump.
Dato ya no mata relato
Un pilar del periodismo es que con datos, con hechos contrastados, se invalidan discursos, narrativas, como se dice ahora, asentados en falsedades. Dato mata relato. Pero, a la vista de los hechos precisamente, ya se ha llegado a la conclusión de que vivimos un momento en que esa máxima ya no es tal. Vivimos un momento álgido de algo que ha existido siempre porque es humano, la confirmación de sesgo, es decir, aceptar sólo aquella información o desinformación que concuerda con nuestras creencias previas. Si un dato no coincide con lo que pensamos, descartamos el dato, no cambiamos de pensamiento. Lo que se busca no son argumentos sobre hechos contrastados, sino que refuercen nuestras posiciones. La polarización política no hace más que alimentar esa debilidad humana.
Siendo presidente Trump contaba Marty Baron, como director del Washington Post, la frustración que generaba andar verificando las afirmaciones del presidente y desmontando sus mentiras. Una frustración doble, por una parte mentir es mucho más fácil y rápido que desmentir, porque para desmentir hay que invertir tiempo en indagar y obtener los datos que dirán si la afirmación es verdad o mentira; por otra parte, y esto es un efecto perverso, se dieron cuenta de que si desmentían todas las falsedades del presidente él conseguía darle la vuelta a su favor, que tanto lo acusaran de decir mentiras era la prueba de que la prensa, en este caso el Post, estaba contra él. El Washington Post contabilizó 30.573 afirmaciones falsas o engañosas por parte de Donald Trump en cuatro años de presidencia. Dato.
La suma de los cambios de actitudes del público, más la crisis económica de los medios, más las amenazas explícitas del próximo presidente, más la falta de contrapesos institucionales que tendrá en su segunda presidencia, hace que muchos periodistas y ciudadanos den los Estados Unidos teman por el futuro inmediato de la libertad de información.