Dentro de 'El lago de los cisnes' (II): El anhelo de regresar al artista
El caos, bullicio y movimiento de la ciudad de San Francisco se convierte en belleza para algunos forasteros. Y hogar. Como Antonio Castilla, el director artístico asociado del ballet de San Francisco. Aunque en realidad no es forastero. Llegó hace dos años a la ciudad, pero estuvo varios años como bailarín principal en la compañía. Ha pasado más tiempo en Londres, 25 años, pero nunca la sintió su hogar. San Francisco sí. «No sé si es porque mi padre se llama Francisco o porque el primer edificio que se construyó en la ciudad está en Mission Dolores y mi madre se llama así. O porque nació mi hija aquí. No lo sé», indica entre risas mientras se prepara para la clase que tiene que dar durante la gira del ballet en el Teatro Real. No le interesan las entrevistas ni las fotografías. Ni siquiera hablar de él. «A mí dejadme con los bailarines. Así soy feliz», expresa mientras entra al aula para empezar la clase. Los bailarines comienzan a entrar en silencio al aula. Algunos llevan cascos, otros van cabizbajo, cansados de la jornada de ayer: el estreno de ‘El lago de los cisnes’. Antonio Castilla marca el ejercicio y los bailarines lo ejemplifican con la mano antes de que el maestro pianista comience a tocar. Hay gestos de cansancio, de dolor en los músculos. Algunos fuerzan y otros no demasiado.Algunos de los bailarines durante la clase que realizan cada mañana antes de empezar la jornada Tania SieiraLos bailarines hablan un lenguaje que solo entienden ellos. «Cuatro tendus, delante, detrás, lado, lado, lo mismo ‘en dedans’. Uno, dos, tendu, tendu, cabeza, cabeza, chac, chac», expresa Castilla mientras los bailarines asienten convencidos. La agilidad mental de los bailarines es asombrosa. Con cuatro gestos y dos palabras, los bailarines interiorizan el ejercicio y lo ejecutan al unísono. ¿El secreto? Llevan toda una vida así, desde que entraron por primera vez en un aula de ballet. «Al bailarín hay que motivarlo. Todo está un poco hundido, aburrido. Hay que trabajar de un modo distinto con ellos. Los tiempos han cambiado. Hay que buscar al artista dentro de él», susurra mientras corrige inmediatamente a un bailarín y le pide que bascule más la cadera. El ambiente de trabajo deja entrever el buen ambiente. En una de las barras hay una bailarina con una banda y globos de colores a su alrededor. Celebra su cumpleaños en plena gira internacional.La clase es fundamental para los bailarines. Es una lección que aprenden desde el primer día que entran en un aula de danza. A la derecha, Antonio Castilla impartiendo la clase Tania SieiraEn el aula apenas cabe un alma y los bailarines se sitúan estratégicamente para no molestar al resto de compañeros. La barra acaba y los varones desplazan las barras móviles a los laterales. Las bailarinas se calzan las zapatillas de punta y comienza el centro. Los bailarines bailan como es la ciudad de San Francisco. Frescos, vanguardistas, ágiles, con barullo y a un ritmo frenético. El maestro toca al son de Britney Spears el ‘grand allegro’, y dos bailarines cantan entre risas ‘Baby One More Time’ mientras ven a sus compañeros saltar. Y afinan. Vaya que si afinan. Los giros de más son aplaudidos y para terminar, el pianista toca y los bailarines cantan ‘Cumpleaños feliz’ a la joven aprendiz. Los espejos empiezan a empañarse. Buena señal. Después de un buen trabajo, algunos bailarines se van del aula, Sasha de Sola y Aaron Robinson se quedan, y Antonio Castilla se desplaza a su camerino. Conoció a Tamara Rojo en el English National Ballet, cuando llegó como directora, y tras su salto al San Francisco Ballet, decidió seguirla hasta allí. Abre el ordenador y comienza a hacer gestiones. Ahora mismo debe terminar las evaluaciones que hacen cada año a todos los bailarines. Se reúnen con ellos para hablar de su temporada, sus logros, sus avances, sus progresos. No es fácil encontrar a dos personas que tengan una mirada tan clara sobre el futuro de la danza y los pasos a seguir. Escuchar a Antonio Castilla es escuchar a Rojo. « El ballet tiene que evolucionar en todos los términos. Hay que innovar, no solamente hacer obras nuevas, también transformar lo clásico», cuenta mientras abre distintos archivos en el ordenador. Está descalzándose cuando una voz suena en todas las salas del teatro real: «En cinco minutos comienza el ensayo técnico. Todos prevenidos». Noticia Relacionada estandar Si Tamara Rojo: «Hay que poner distancia entre la política y la cultura» Julio Bravo La artista vuelve al Teatro Real, esta vez al frente del San Francisco Ballet, la compañía estadounidense que dirige actualmenteAntonio Castilla se desplaza hasta el escenario, allí le espera Tamara Rojo para supervisar otro ensayo técnico. Cada día realizan uno. No se pueden permitir ni el más mínimo error en la producción. Una producción compleja que cuenta con cuatro actos y muchos cambios de escenografía. «Cuando llegué a la compañía me encontré a bailarines muy buenos, con muy buenas condiciones, pero no están acostumbrados a estar en el eje de las cosas. No están acostumbrados a sentir la competición. En Londres tienes cuatro grandes compañías de danza. En Nueva York también. Aquí no. San Francisco está rodeado de costa. No hay con quién compararse», susurra en el cambio del primer al segundo acto. Antonio Castilla creció en una época dorada para la danza en España, siendo primer bailarín en el Ballet de Zaragoza, el Ballet Clásico Nacional de España y el Ballet de San Francisco.Antonio Castilla, director artístico asociado Tania SieiraLa jornada para él ha terminado, pero no quiere separarse de la compañía. El escenario es un punto de encuentro como lo es la cantina del Teatro Real. Allí comen juntos. «Ofrecemos nutricionistas a los bailarines, algo que hasta hace poco no se hacía. Es necesario tener una mejor relación entre el cuerpo y todo lo que se come. Es un tema que siempre ha estado ahí en la danza». Y de la cantina al camerino de nuevo. Ahora mismo están cerrando contratos con coreógrafos para 2028. En los grandes teatros, la previsión es algo básico y se preparan las temporadas con muchísima antelación. Cuando habla sobre la compañía, la convicción que muestra sobre el proyecto que tienen en mente es apabullante. Castilla vivió el auge de los grandes coreógrafos más modernos, de Balanchine, de Forsythe, de Kylian, Kenneth McMillan, que abrieron una nueva etapa en la danza clásica. «Hay que volver atrás y tenemos que ir hacia adelante. En los ballets de esta gente resonaba el artista, no el bailarín. Hay que volver a la esencia de lo que significaba bailar. Había un movimiento en cuanto al carácter del personaje y de lo que estaba sucediendo. Hay que rescatar eso», reconoce emocionado mientras cierra su ordenador. La técnica ha evolucionado muchísimo, pero se ha dejado atrás la esencia de lo que era bailar como antes. «La energía del bailarín tiene que estar en la tierra. Un artista se presenta con la máxima honestidad. Solo eso llega al público. Se necesita volver a ese carácter. ¿Bailas por eso, no? Yo bailaba por ese motivo al menos». Mientras que el ajetreo se va apoderando de los pasillos del Real con bailarines que van y vienen, algunos entran a tomar la clase, otros calientan por su cuenta. Y Antonio Castilla se dirige a las butacas para ver el espectáculo. Sasha De Sola y Aaron Robinson brillan en el escenario y el público los ovaciona. Antonio Castilla aplaude discretamente. Es posible que por su cabeza pasen varios detalles que se pueden mejorar. Quizá hay algo de responsabilidad, pero también de orgullo, de satisfacción. De trabajo bien hecho. Antonio Castilla trabaja en la sombra, en lo escondido, hace quizá el trabajo más sacrificado, pero al mismo tiempo más importante. Lo aprendió seguramente de su primera maestra, María de Ávila, de quién es discípulo directo. Tras hablar con los bailarines se dirige a la salida, que le espera un viejo amigo del Ballet de Zaragoza. Quizá Madrid no es su ciudad de origen, su casa, su hogar, pero sí el lugar donde reencontrarse sus compañeros en el lugar donde más feliz ha sido. El teatro. Lugar. Casa. Hogar.