cuando tener un hijo del ISIS las invisibiliza
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En 2014, el Dáesh se hizo con el control del norte de Irak donde habitan los yazidíes. Asesinaron a los hombres y secuestraron a mujeres y niñas que, se convirtieron en esclavas sexuales de los combatientes. Tras continuas violaciones, estas mujeres dieron a luz a los denominados “bastardos del Dáesh”. En la semana del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, Documentos TV emite Irak, los niños proscritos.
Cuando estas madres fueron liberadas de su cautiverio, sus familias rechazaron a sus niños por considerarlos hijos del enemigo y las obligaron a elegir entre sus parientes o sus hijos. El documental cuenta la desgarradora historia de una de estas mujeres y de sus hijos “malditos”.
Una comunidad traumatizada
Ana, cuyo nombre es ficticio, fue una de las miles de yazidíes que, el 3 de agosto de 2014, fueron secuestradas por los yihadistas del Dáesh. Las llevaron a la fuerza a Siria, donde los terroristas habían instalado su cuartel general y allí, después de obligarlas a convertirse al islam, las violaron a diario para poblar su califato. “Las violaciones se convirtieron en una rutina, como si fuera algo normal”, relata Ana recordando su cautiverio. Fruto de esas agresiones sexuales, nació su hija Marya.
Pero logró escapar y regresar a su comunidad yazidí. Lo que se encontró allí, nunca lo hubiera imaginado ni en la peor de sus pesadillas.
“No puedes venir a casa con tu hija porque su padre es un yihadista del ISIS, ha matado a muchos de los nuestros“
En coche de vuelta a su comunidad, con su hija en brazos, recuerda lo que su tío le dijo. “No puedes venir a casa con tu hija porque su padre es un yihadista del ISIS, ha matado a muchos de los nuestros”. “Es solo una niña y no es responsable de esos crímenes”, le respondió. Los yazidíes se niegan a admitir a los hijos del enemigo. Criarlos y quererlos es algo inconcebible para la sociedad y los clérigos yazidíes. Y como cualquier sociedad patriarcal, la opinión y la voz de las mujeres no es tomada en consideración.
Los yazidíes son una comunidad agredida y asustada. Víctimas a lo largo de su historia de más de setenta intentos de genocidio, esta pacífica minoría kurda está traumatizada. Para sobrevivir se han impuesto normas muy estrictas. Entre ellas, las del rechazo de estos niños. “Sus padres son repulsivos y no queremos que sus hijos vivan con nosotros”, advierte una mujer de esta comunidad, olvidándose completamente del dolor de sus madres yazidíes.
“Sus padres son repulsivos y no queremos que sus hijos vivan con nosotros“
Ana rememora el traumático momento en el que su familia la obligó a entregar a su hija a un orfanato. “Nunca imaginé que pudieran hacerme algo así” y “si lo hubiera sabido, nunca la habría dejado, nunca hubiera vuelto, aunque hubiera tenido que morir allí”, añade, refiriéndose a su cautiverio.
Ana, como tantas otras, sufrió una doble violencia, primero por los terroristas y después, la impuesta por las leyes yazidíes que rechazan a sus hijos y las obligan a abandonarlos, si quieren quedarse en su comunidad.
“Bastardos del Dáesh”
El mundo conocía las perversiones a las que los yihadistas sometían a las esclavas yazidíes. Sin embargo, Pascale Bourgaux, la directora de este documental, fue más allá y se hizo una pregunta: “¿Dónde estaban todos estos niños de los que no había ni rastro?”.
“¿Dónde estaban todos estos niños de los que no había ni rastro?“
Le llevó ocho años descubrir el secreto escondido en las montañas kurdas de estas mujeres supervivientes convertidas en madres contra su voluntad. Hay muchas madres que lloran en silencio a sus hijos que se vieron obligadas a abandonar. Cuando conoció a Ana, ella estaba dispuesta a correr cualquier tipo de riesgos para volver a ver a su hija.
Para entonces, esta madre, mintiendo a su familia, ya había conseguido sacar a su hija de cuatro años del orfanato y llevarla a casa de los abuelos, los padres del yihadista. Era su única opción.
Dos años después, junto al equipo del documental, Ana hizo un viaje de diez horas, cruzó trece controles militares y, mintiendo de nuevo a su familia, se dirigió a Siria para ver a Marya que, por entonces, había cumplido seis años. “Haré lo que sea para recuperar a mi hija”, cuenta Ana, desgarrada por el dolor que le causa despedirse de su hija dos días después.
“Espero que, lejos de la comunidad yazidí, mi familia acepte por fin a mi hija“
Su única esperanza es mudarse con su familia al extranjero. “Espero que, lejos de la comunidad yazidí, mi familia acepte por fin a mi hija”, dice Ana. Se estima que más de mil madres yazidíes no han regresado con sus familias por el miedo a perder a sus hijos, invisibles a todas luces. Las autoridades, tanto kurdas como iraquíes las dan por desaparecidas porque eligieron a sus “hijos malditos” antes que a la comunidad.