Claves de la cumbre del G-20 2024 en Río de Janeiro
El G-20, foro que representa el 85% del PIB mundial y dos tercios de la población global, se reúne este 18 de noviembre y hasta el martes en Río de Janeiro. La cumbre afronta un contexto de crecientes desafíos en el que el poder global se distribuye cada vez más entre potencias intermedias y emergentes.
Entre medias, el presidente estadounidense, Joe Biden, acude a la que será su última gran reunión mundial antes de ceder el testigo a Donald Trump. A su paso, deja un país marcado por divisiones geopolíticas que han sido exacerbadas por la guerra en Ucrania y Oriente Próximo y la rivalidad con China.
«El hecho es que Joe Biden llega a la cumbre como presidente saliente, con menos autoridad, y donde el nuevo mandatario representa todo lo opuesto a lo que él defiende», establece el director del programa Global South en el Quincy Institute en Washington, D.C., Sarang Shidore.
«Biden intentará enviar un mensaje al mundo de que no solo existe la América de Trump, sino que también hay otra, por ejemplo, en temas como el cambio climático, donde muchos estados y ciudades estadounidenses tienen compromisos que seguirán persiguiendo», añade.
Justamente, desde su creación en 1999, el G-20 ha ampliado su agenda más allá de la política macroeconómica, abordando temas urgentes como el medio ambiente o la integración entre el norte y el sur globales. Las recientes cumbres, que han permitido la participación de Estados emergentes a través de organizaciones como la Unión Africana, también se han mostrado favorables para alcanzar consensos.
«Este es un momento muy especial porque se está llevando un intento de redistribución de poder entre potencias intermedias y globales», enuncia la economista y profesora en el Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de São Paulo, María Antonieta del Tedesco. «Vamos a tener cuatro años consecutivos con países emergentes presidiendo el G-20, siendo Indonesia en 2022, India el año pasado, Brasil ahora y Sudáfrica el próximo año. Todo esto les permitirá establecer la agenda o las prioridades que quieren defender o discutir», revela.
Asimismo, de forma cada vez más creciente, un grupo diverso de naciones que ven la política mundial de manera diferente a Estados Unidos están surgiendo y ejercitando su poder diplomático, lo que suma el reto para incluir al sur global en la toma de decisiones.
«El futuro requiere superar las dinámicas geopolíticas del siglo XX y reconocer un nuevo orden global que valore el liderazgo del sur global y los actores sociales que luchan por derechos sociales y ambientales», comenta el director de la Fundación Ford en Brasil, Atila Roque. «El G-20 debe responder a las demandas de las nuevas generaciones y promover un orden inclusivo y sostenible», añade.
La despedida de Biden ante una nueva política mundial
Joe Biden dice adiós a la política exterior a gran escala con el reto de reafirmar el compromiso de su país con sus aliados. Todo ello en un momento en que muchos líderes cuestionan la confiabilidad estadounidense. Así, pese a que buscará transmitir un discurso de estabilidad, la creciente ambición de las potencias emergentes exigen a Washington esgrimir una estrategia de cooperación basada en beneficios concretos.
Pese a esto, «no podrá hacer promesas porque su mandato termina en unos meses, y será más un mensaje simbólico«, admite Shidore. «Pero, claro, el G-20 no se trata solo de Estados Unidos; hay otros países en la sala, por lo que serán esos otros actores los que pueden ser la historia central de esta cumbre».
En las próximas décadas, Estados como India, Brasil y otras naciones de África, América Latina y Asia ganarán mayor peso en la política mundial, impulsando una reconfiguración del orden global. Con economías y poblaciones en crecimiento, no solo desafiarán la influencia de Estados Unidos, sino que también buscarán establecer sus propias prioridades, adoptando posiciones que a menudo contradicen las ambiciones occidentales.
«Puedes pensar que el mundo se está fragmentando y que los intereses nacionales dominan, pero incluso si eso es cierto, el mundo necesita un lugar donde coordinar ciertas cosas. La coordinación es clave, y el G-20 es un foro compacto donde puede haber coordinación sin compromisos vinculantes como los de otras organizaciones, que a menudo enfrentan resistencia de terceros, como el caso de Estados Unidos», añade.
Además, las potencias emergentes no buscan ser vasallos de otros Estados. De hecho, buscan activamente un mundo más fluido y multipolar, en el que creen que tendrán más influencia y libertad de maniobra.
«En los 90, había una sensación de que Estados Unidos lideraba y la mayoría de los países querían seguir su liderazgo, pero ahora la mayoría quiere afirmar sus propios intereses nacionales«, comenta Shidore. «Y dado que el sur global es tan grande y es el lugar del crecimiento demográfico y económico, significa que, con el tiempo, tendrá una mayor oportunidad de crear múltiples nodos de poder», añade.
Estados Unidos y sus aliados pueden aprovechar el G-20 mostrar su disposición a avanzar con estas potencias si deja de lado los grandes marcos ideológicos sobre el orden mundial liberal. «Un aspecto muy importante será la lucha para aliviar la pobreza y la deuda de los países menos desarrollados, incluida la posibilidad de gravar a las grandes empresas o aumentar los impuestos a las riquezas, incluidas las individuales», explica Del Tedesco.
«Por supuesto, una segunda clave es la lucha contra el cambio climático, y la manera de recaudar fondos para transferirlos a países para que cambien sus matrices energéticas hacia medios más sostenibles», sostiene.
Contrarrestar a los BRICS a través del G-20
En la reciente cumbre de los BRICS en Kazán, organizada por Vladimir Putin, las potencias emergentes discutieron un orden multipolar que desafiase la hegemonía occidental. De hecho, varios países en el sur global aún albergan resentimiento contra el poder estadounidense y la hipocresía occidental en cuestiones como el papel de Estados Unidos en Gaza en comparación con el de Ucrania.
Sin embargo, es complejo afirmar que, frente al G-20, los BRICS tienen el potencial necesario para ser un pilar del nuevo orden mundial. «Hoy, los países del sur global están haciendo sus propios cálculos y, desde esa perspectiva, es más difícil para Estados Unidos, China o Rusia garantizar que el resto del mundo se alinee con sus preferencias», argumenta Shidore. «No serán comparables al poder de Washington, pero tomados en conjunto, tienen el efecto de limitar cualquier liderazgo«.
Los problemas globales no pueden abordarse mediante grupos reducidos como los BRICS o el G-7. En cambio, el G-20 se ha mostrado mucho más capaz de representar mejor a todas las regiones y enfocarse en temas comunes como el cambio climático, el comercio y la estabilidad económica.
«Lo más importante es que el G-20 por sí mismo es capaz de establecer una agenda global y generar titulares, lo que es especialmente importante para las potencias intermedias por el espacio que obtienen en el debate público», explica Del Tedesco. «Esto les dota de una posición muy interesante para debatir, incluso si no logran que todas sus propuestas sean aceptadas por todo el grupo e incluidas en el comunicado final», incide.
Aunque países como India o Brasil son parte del BRICS, eso no significa que quieran deshacerse por completo de la idea de un orden basado en reglas, especialmente si sus propios intereses están mejor representados y pueden tener más peso. Y la capacidad de poder opinar como iguales en una cumbre universal anima a potenciar estos espacios de política internacional, incluso entre países como China o Estados Unidos.
«El G-20 es una oportunidad para que ambos [Biden y Xi Jinping] se reúnan, y las oportunidades bilaterales de cumbres de esta clase son bastante ricas. Realmente no veo que la competencia entre Estados Unidos y China perjudique al foro, porque no suele ser un escenario donde esto se desarrolle; si acaso, lo que hay son más posibilidades de diálogo que de conflicto», especifica Shidore.
Si el foro puede asumir reformas profundas y cubrir las necesidades del sur global, podría evitar una división geopolítica que llevaría a un mundo fragmentado en bloques y consolidarse como un «consejo de seguridad económica» mundial. Para ello, «es esencial que los gobiernos de países hegemónicos, instituciones internacionales y grandes corporaciones abandonen el modelo actual centrado en el corto plazo y el G-20 debe liderar con medidas urgentes para garantizar la democracia, los derechos humanos y una mayor cooperación internacional», determina. Roque
No obstante, Del Tedesco es escéptica al respecto: «El problema con el G-20 es que no es una organización formal y sus decisiones no son vinculantes, además de que el comunicado conjunto no refleja claramente las diferencias entre los países. Nunca estamos seguros de que todos los documentos se implementen o que todas las políticas propuestas se lleven a cabo», sentencia.