«Cervantes no ganó ningún premio, Cervantes era un pringao»
Álvaro Pombo (Santander, 1939) llegó a la RAE en silla de ruedas, trajeado y parapetado bajo el gorro azul que ha convertido en símbolo estos últimos años (la vejez es un frío) y luciendo el mismo sentido del humor de siempre. «He llegado de milagro por la DANA», soltó, casi riendo, y luego empezó a celebrar el galardón: «Es verdad que un premio como este, un premio hermoso, bonito, hace que uno sienta un poco por qué Cervantes no tuvo nunca un premio. A Cervantes le plagiaron la segunda parte del ‘Quijote’, y estuvo en la cárcel en Argel. Era un pringao [a carcajadas]. Un pringao en el sentido que decimos ahora: un pobrecillo. Solo tenía el talento, la gracia y el humor, esa especie de buen humor. Y aquí estoy yo con este premio que lleva el nombre de este extraordinario e inteligente español. Y valiente».
El nuevo Cervantes habló mucho de Cervantes, y avanzó que su discurso versará sobre ‘El licenciado vidriera’, una novela ejemplar donde él lee una fenomenología de la fragilidad y no tanto una variación de la locura, una defensa de la razón de los locos, algo que tampoco encuentra en las aventuras del hidalgo. «Es una complicación decir que Don Quijote estaba loco: Cervantes no lo dice. Dice que era ingenioso. Y los duques de Villahermosa no entienden del todo la ironía del hombre. Le toman el pelo un poco, o mucho, pero no acaban de salirse con la suya los duques».
Señor Pombo, ¿dónde ha puesto usted más ironía, en su obra o en su vida? «Yo creo que están a la par. La ironía es un recurso literario, pero también una forma de no tenértelo creído… La ironía es cervantina, es un sentimiento de persona mayor. Porque cuando eres joven no es que te lo tengas creído, es que te lo puedes creer: tienes la fuerza, la luz solar. El sol también se lo tiene creído», aventuró. Después se encogió de hombros, como haciendo una confesión: «El asunto, en mi caso personal, es que escribir es complicado. Los libros son largos y nunca acabas de estar satisfecho. Por eso la ironía es muy importante: porque entonces lo que sale es un producto reflexivo». Y reflexionando, reflexionando, se acordó de Sócrates («solo sé que no sé nada») y alertó al personal: «La ironía puede ser mortal para el irónico. No tomarte nada en serio es mortal. Hay que tomarse en serio seriamente ciertas cosas». Pero no dijo cuáles.
Se acordó de sus tiempos de estudiante, de la Complutense y de Londres, de los clásicos griegos, de Sartre: «Él es muy importante en mis novelas. La filosofía sartriana es la que más uso». ¿Todavía acude a la filosofía? «Yo soy un buen aficionado a la filosofía, pero soy un narrador, no un pensador. Cuando Paul Valéry en el ‘Cementerio marino’ dice «¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!», lo que hace no es filosofar, sino tomar de la filosofía el color. A mí lo que me interesa es el color de la elocuencia filosófica. Claro, los filósofos tienen todo el derecho del mundo a romperme la cabeza, a machacarme vivo, porque a mí lo que me gusta es la elocuencia antes que el fondo. Y eso está en Platón, en Aristóteles, pero también en Ortega y en Javier Zubiri. La elocuencia filosófica es muy hermosa. Yo soy fiel a la filosofía, sí. Y a la teología, de paso, pero eso hace de mí un hombre de letras, cosa tremendamente mala».
Hubo un riesgo de gravedad cuando alguien le preguntó por su idea de la falta de sustancia, central en su obra y anterior a la levedad del ser de Kundera, pero Pombo regateó como los viejos maestros: «Yo lo uso como metáfora de la persona que no tiene agarre y correa, pero viene de Aristóteles. Y en España la falta de sustancia se usa también para el cocido. Para el cocido de garbanzos: se dice que no tiene sustancia si tiene mal tocino, por ejemplo, si no tiene un buen tocino blanco, el añorado cocido de tu madre». En una pirueta elegantísima, acudió a Ortega para comentar, a petición del personal, la relación entre la historia y la ficción: «Cuando dijo que el ser humano no tenía naturaleza, sino historia, estaba diciendo una cosa muy seria: que todos nosotros somos fruto de una circunstancia histórica. A mí cada vez la historia de España me pesa más. Y me interesa más. Ahora estoy escribiendo una novela histórica sobre las guerras de África y el general Silvestre y Annual. Pero aún está sin coser».
Cuando le preguntaron por el dinero del premio, sonrió y se explayó: «Es un tema importantísimo, por suerte o por desgracia. Y es un tema muy castellano, muy clásicamente castellano, de hidalgos y labriegos, de manirrotos y tacaños. Mi madre me dijo que yo iba a ser un manirroto de viejo, pero no es verdad. No es que sea un manirroto, es que el dinero no llega a nada. El dinero se va y se va. Se va en las tarjetas, se va en el pescao, se va en la plaza. No se va en los vicios. El dinero no cunde, el dinero se ríe de mí, porque nunca he tenido mucho, pero tampoco poco». ¿Y qué va a hacer con él? «Bueno, lo voy a gastar con parsimonia, porque ando muy mal. Y espero, porque esto ya es lo último que voy a ganar un poco sólido». Y se despidió con una poesía: «Los dineros se han de amar / pues sin ellos muchas cosas / legítimas y piadosas / no se pueden alcanzar». «Me la repetía mucho mi madre, mirándome fijamente a los ojos».