Barentsburg, un asentamiento ruso en territorio noruego
Un equipo de Documentos TV pudo comprobar el práctico aislamiento de Barentsburg del resto del archipiélago noruego, en el océano Ártico.
Las sanciones por la invasión rusa de Ucrania han llegado hasta aquí. Se han congelado las relaciones entre el asentamiento ruso y Longyearbyen, la capital de facto del archipiélago, en la que viven 2.500 personas, algo más de la mitad noruegas y el resto de más de 50 nacionalidades. Rusia tiene otro asentamiento, la llamada ciudad fantasma de Pyramiden, solo objeto de deseo turístico. El de Grumant cesó toda actividad en 1962.
Rusia en Svalbard
La presencia rusa en al archipiélago noruego data de los años 30 del pasado siglo. La empresa estatal rusa Arktikugol compró esos asentamientos mineros a una compañía neerlandesa. Hoy, todo es de su propiedad, desde la mina hasta el colegio, pasando por el turismo. Es la todopoderosa mano del Kremlin en la zona. Los trabajadores son «trabajadores de la empresa estatal. Toda la infraestructura pertenece a la compañía. La minería del carbón va a continuar. No hay, que yo sepa, ningún plan para pararla», asegura Darya Sljunjaeva, asistente del director de la empresa Trust Arktikugol. Noruega tiene previsto cerrar su última mina en el archipiélago el próximo año.
Darya es una joven licenciada en Relaciones Internacionales que llegó en 2023 a Barentsburg. Explica que el carbón se exporta a países asiáticos y de Oriente Medio, restando importancia a las sanciones y a las dificultades de las relaciones con Longyearbyen. El cónsul general en Barentsburg, Andrei Chemerilo, sin embargo, sí reconoce que «la minería del carbón en el Lejano Norte es un proceso bastante costoso que no siempre resulta rentable. Estos últimos años no han sido fáciles para estos asentamientos, sobre todo los dos últimos años, a causa de las sanciones».
Resulta sorprendente ver que Barentsburg cuenta con un consulado, el más al norte del mundo, cuando aquí solo residen unas 400 personas.
Andrei Chemerilo fue acusado de ser espía ruso en una investigación de los medios públicos nórdicos, aunque él siempre lo ha negado. Históricamente, Barentsburg ha estado poblado sobre todo por mineros rusos y ucranianos de la zona ahora ocupada por Rusia.
Algunos ucranianos han abandonado este lugar. «La mayoría del grupo que se quedó son ciudadanos de las nuevas regiones rusas de la República Popular de Lugansk y la República Popular de Donetsk, que expresaron su deseo de convertirse en ciudadanos de la Federación Rusa», nos responde, siguiendo las consignas del Kremlin. El mismo discurso que la directora del colegio, Tatiana Betcher: «Tenemos niños de diferentes partes de nuestro país, la mayoría son del sur de Rusia, de Lugansk y Donetsk».
Aquí nadie se atreve a disentir de la política de Putin. Quienes lo hacían ya abandonaron hace tiempo el asentamiento, algunos incluso antes de la invasión rusa de Ucrania, cuando el opositor ruso, Alexéi Navalni, fue detenido por el Kremlin.
Regreso al pasado soviético
Nada más pisar Barentsburg, se respiran aires del pasado. Observamos que ondea la bandera rusa y, de forma prominente, la bandera roja con la hoz y el martillo de la antigua Unión Soviética. Esta preeminencia del pasado soviético es en cierta manera la respuesta de Rusia a las sanciones. El 9 de mayo del 2023, ya conmemoraron el Día de la Victoria sobre el nazismo con un desfile de claras connotaciones nacionalistas para así mostrar su presencia en el archipiélago noruego. «Este lugar es único porque es territorio de Noruega y solo hay un pequeño territorio de la Federación Rusa. Pero lo tenemos y aquí estamos», nos comenta, con una sonrisa cargada de ironía, Tatiana Betcher.
Pronto vemos más reminiscencias del pasado soviético. El oso aquí no es blanco, sino rojo y los detalles que decoran el pub responden a lo mismo. El asentamiento está presidido por un busto de Vladímir Lenin, el líder comunista ruso y, muy cerca, se puede leer en un cartel: «Nuestra meta, el comunismo».
Los murales que cubren las paredes de algunos edificios y de la cantina reflejan también contenidos típicos del pasado. Entre los souvenirs destacan las matrioskas en el par de tiendas de recuerdos que abren solo unas horas y casi siempre están vacías ante la falta de turistas por el boicot de las compañías de turismo. Solo dos ofrecen los destinos rusos, Barentsburg y Pyramiden, a los que solo se puede acceder desde Longyearbyen. «La gran mayoría de las empresas locales han dicho que no quieren contribuir a una empresa propiedad del régimen de Putin. Para la mayoría de las empresas de Longyearbyen se trata de una cuestión moral», explica el director ejecutivo de Visit Svalbard, Ronny Brunvoll.
Los rusos tenían puesto el ojo en el turismo ante la producción cada vez menor y más costosa del carbón. «Cuando empezó el turismo, en 2014, no había nada que se pudiera llamar así. Y en cinco años había alrededor de 100 personas trabajando en turismo en diferentes departamentos. Era una empresa increíble que crecía rápidamente, con unos buenos beneficios que se invertían en la reinvención del asentamiento», nos cuenta el ucraniano Ivan Velichenko. Era administrador de la empresa estatal rusa. Abandonó el asentamiento tras la detención de Navalni. Ahora trabaja para una compañía noruega.
La pandemia, primero, y las sanciones por la invasión de Ucrania, después, han roto las esperanzas en el turismo. Pero el Kremlin no tiene ninguna intención de abandonar el archipiélago porque este es ahora más importante que antes para Rusia por la confrontación con Occidente.
El Instituto del Ártico y del Antártico en Barentsburg
En un extremo de Barentsburg se encuentran varios edificios donde trabajan y viven los científicos rusos del Instituto del Ártico y del Antártico. Al igual que los de Longyearbyen, sus estudios y análisis se centran en el cambio climático y en el calentamiento global. No ocultan su preocupación por las sanciones y sus consecuencias para la ciencia. «Es más difícil importar nuevos equipos. Y los equipos hay que sacarlos periódicamente para su revisión y traerlos de vuelta. Las sanciones han provocado que ahora tengamos grandes dificultades con esto. Casi todos los equipos científicos están incluidos en las listas de sanciones», lamenta el director del Instituto, Aleksandr Novikov. El científico nos cuenta que tienen una estación en la que se hacen mediciones de los parámetros meteorológicos básicos que servirán después para elaborar las previsiones meteorológicas.
«Las sanciones lo están arruinando todo»
Las relaciones con los científicos de Longyearbyen están oficialmente congeladas. «La ciencia no debería sufrir sanciones porque necesitamos cooperar a nivel mundial. También estamos limitados en la publicación en algunas revistas. Ahora, normalmente, nuestros científicos publican con chinos o con indios», nos explica, con tristeza, la ingeniera química rusa, Tatiana Eremeiko. Ya se habla de la construcción en el asentamiento de Pyramiden de un centro científico en el que los rusos contarían con la participación de los chinos. Esto no haría, sino, reforzar la presencia del Kremlin en el archipiélago y consolidar la de Pekín.
Los científicos de uno y otro lado son conscientes de la importancia de compartir los datos recogidos sobre el terreno. «Barentsburg está al lado de ciertos glaciares, que son relativamente fáciles de estudiar desde allí y no lo son tanto desde aquí. Y lo mismo pasa aquí», dice el español Nil Rodes, ingeniero jefe del departamento de Geología de UNIS, el centro universitario de Svalbard. «La investigación sobre el medio ambiente y sobre el futuro del planeta exige que cooperemos. Debemos encontrar la manera de hablar a pesar de la guerra», añade Kim Holmén, director internacional del Instituto Polar Noruego.
«Las sanciones lo están arruinando todo. Pero seguimos apoyando los contactos personales. Todo el mundo espera que la guerra termine y que podamos comunicarnos y trabajar juntos por el futuro», concluye el jefe del departamento de Hidrología del Instituto del Ártico y del Antártico en Barentsburg, Igor Vasilievich.