Bachar al Asad, sin salvación rusa
«Israel es nuestro aliado natural», afirmó esta semana en Leópolis (Ucrania) un interlocutor con experiencia en los servicios de seguridad. Le pedí que lo argumentara y esta fue su respuesta: «Porque compartimos enemigos: Rusia, China e Irán». La caída de Damasco del régimen de Bachar al Asad en Siria ha demostrado que dos de esos tres gobiernos, Rusia e Irán, son más débiles de lo que han sido la última década. Sin Rusia e Irán, Asad no habría aguantado en el poder.
La aviación rusa en 2015 fue clave
Moscú ha sido un aliado político y diplomático de Siria durante décadas. En la ONU ha usado su derecho a veto para bloquear condenas al régimen de los Asad en Siria y le ha proporcionado financiación y armamento. El 30 de septiembre de 2015, durante la guerra que empezó en Siria en 2011, dio un paso más y apoyó a Damasco bombardeando a las milicias que luchaban contra el Gobierno. El presidente sirio se lo había pedido a su homólogo ruso, Vladímir Putin.
En Rusia, Putin defendió la intervención militar con un argumento que recuerda el suyo propio en Chechenia o el de George W. Bush cuando invadió Irak: «Combatir preventivamente el terrorismo fuera para no tener que combatirlo más adelante en casa». Vladímir Putin se erigió de nuevo, como en Chechenia 15 años antes, en barrera al terrorismo islámico, y así lo consideraron en Occidente sectores críticos con Washington y proclives a las tesis de Moscú.
Putin estaba luchando por los valores de la cristiandad al frenar al islamismo. Sobre el terreno varias fuentes informaban de que la aviación rusa no se se limitaba a bombardear posiciones del Daesh, el autoproclamado Estado Islámico, sino cualquier fuerza de oposición al Gobierno de Al Asad. En Siria Rusia tiene una base naval en Tartús y una aérea en Hmeimim. Su futuro sin Al Asad es incierto.
Antes y después de Ucrania
«La intervención rusa en Siria se debe a muchas cosas y una es hacer retroceder el orden liberal internacional liderado por los Estados Unidos. Putin no podía permitir que los Estados Unidos derrocaran otro régimen autoritario porque, según su lógica, en el futuro eso podría llevar a hacer lo mismo con él. Putin tiene la convicción de que los EE.UU. están detrás, política y materialmente, en las revueltas en el espacio post-soviético, en Oriente Próximo y en Rusia. El relato de la prensa oficialista rusa de las primaveras árabes fue que estaban orquestadas por Washington, que se trataba de una injerencia extranjera».
Esta descripción corresponde a un artículo que publicó la analista Anna Borshchevskaya en el Washington Institute el 23 de enero de 2022, justo un mes antes de que Putin lanzara la invasión total de Ucrania. El consenso hoy es que con el esfuerzo militar que está haciendo Rusia en la guerra de Ucrania desde hace casi tres años ha debilitado su capacidad de intervención e Siria.
Al conocer la caída de Bachar al Asad, un senador ruso, Konstantin Kosachev, ha declarado que la prioridad de Moscú ahora es la seguridad de los ciudadanos rusos en Siria y que «los sirios seguirán teniendo nuestro apoyo, pero en caso de una guerra civil los sirios tendrán que asumirla por sí mismos».
La lectura desde Washington: «Un bofetón para Rusia»
Los acontecimientos en Siria suponen todo un golpe para Moscú según uno de sus primeros análisis Radio Liberty, la ya legendaria emisora del Gobierno estadounidense para difundir su visión del mundo.
La caída del aliado Bachar Al Asad y la probable pérdida de las bases rusas en Siria, especialmente la naval, la única que tiene Rusia en aguas cálidas del Mediterráneo, argumentan los analistas citados por la emisora, «es un bofetón en la cara de Vladímir Putin y su pretensión de volver a hacer de Rusia una potencia en el mundo».