Apostillas a la estadística del IGE sobre el gallego

Apostillas a la estadística del IGE sobre el gallego



Análisis

El mundo al que se asoman los más jóvenes no es su familia o su entorno más próximo: es TikTok o YouTube


La estadística que la semana pasada publicó el IGE sobre el conocimiento y uso de la lengua gallega en la sociedad ha dado para múltiples lecturas. Los datos presentan un retroceso en las generaciones más jóvenes, especialmente en los menores de 30 años, y muy acusadamente en la franja de entre 5 a 14 años. La oposición ya se ha lanzado en tromba a señalar culpables: el decreto de plurilingüismo y la Xunta del PP, que odia el gallego, claro. No obstante, no todo es tan sencillo como se quiere hacer ver.

Lo primero es una cuestión conceptual. El uso de una lengua responde a la libertad individual de las personas, que por conciencia de pertenencia a un territorio o comunidad, por convicciones personales, por tradición familiar o cultural, por conveniencia, porque así lo deciden, eligen una u otra entre las que conocen. Y aquí entra la segunda variable: ¿es realista dibujar que toda una generación que tiene la obligación de cursar la asignatura de gallego desde Primaria hasta la EBAU no conoce la lengua?

No se caracteriza esa materia por ser una ‘maría’ ni porque su profesorado regale notas: más bien al contrario. Se encuentra, muy probablemente, entre los docentes que más interiorizada tienen su asignatura, que imparten casi con vocación apostólica y un compromiso militante. Si el aprendizaje y el conocimiento del gallego fueran desastrosos en la etapa escolar, ¿no lastraría eso las notas del alumnado gallego? ¿Y eso está sucediendo en Galicia? En su día, la consejera madrileña Marta Rivera (natural de Lugo) expandió esta idea y fue rebatida por integrantes de la CiUG de manera contundente.

Por tanto, al menos para quien escribe este análisis, habría que introducir algunas reservas en el porcentaje referido al conocimiento. Y añadirle un matiz demográfico: los nuevos habitantes que gana Galicia año tras año no son fruto de un boom de natalidad entre las familias gallegas, sino por la incorporación de emigrantes de otros puntos de España o, principalmente, el retorno de segundas y terceras generaciones de los que se marcharon a Sudamérica en la posguerra –o incluso antes–. Su conocimiento de la lengua propia de Galicia es, lógicamente, escaso o directamente inexistente. Y si no la conocen, es entendible que no la usen.

La cuestión del uso entre los más jóvenes enciende el debate entre las posiciones más ideologizadas –ahí está el universo nacionalista– y el oficialismo de la Xunta, que defiende sus políticas educativas, de impulso y promoción. La posición intermedia quiere ocuparla un PSdeG que antaño se hizo la foto de la inmersión junto al BNG, y que ahora se quiere vestir de tercera vía, apelando a un «algo hay que hacer», tan genérico como voluntarista.

Hay una realidad que cada vez se extiende más, sobre todo en los entornos urbanos. Padres galegofalantes, procedentes de familias galegofalantes, pero cuyos hijos adoptan el castellano como lengua habitual de uso, incluso para las relaciones domésticas. ¿La culpa también es de la Xunta y del decreto? Por supuesto, dirán los críticos, porque esos jóvenes no disponen de un ecosistema en gallego en el que poder desenvolverse. ¿Y es así?

Sobre la mesa, el Canal Xabarín para la animación y contenidos infantiles y juveniles en gallego, que tanto reclama el BNG y que el PP en su día votó favorablemente. Introduzcamos otra apostilla. La llamada ‘generación Xabarín’ se amamantó en los pechos de una TVG que era hegemónica en la Comunidad, sobre todo porque en el mando a distancia solo había tres o cuatro canales más. Los programas infantiles eran escasos salvo el añorado porco bravú –que sigue en emisión, eh–, y la oferta del canal autonómico era amplia, con series que esa generación recuerda.

Hoy, ese Canal Xabarín competiría no solo con la media docena de los de la TDT que ya están pensados para niños y jóvenes, sino con las plataformas que saben de su penetración entre las más cortas edades. ¡Es que hay que traducir a gallego para garantizar el derecho a consumirlos en ese idioma! Esa es la proclama de la Mesa, siempre al servicio de su amo de tres letras. Y que corra con esos gastos la Xunta, claro, como hacen otras Comunidades con lengua propia. Es el eufemismo para hablar de Cataluña, traduzco.

En esta Comunidad, que el independentismo ha gobernado ininterrumpidamente entre 2010 y 2024, con una política lingüística de inmersión en la educación y la vida pública, los datos no son sustancialmente mejores entre los jóvenes. Y la tendencia tampoco es positiva. Ahí está la última estadística del INE sobre conocimiento y uso de las lenguas, publicada en octubre de 2023, con resultados muy similares en porcentaje a los de Galicia.

En realidad, el mundo al que se asoman los jóvenes no es su familia, ni tampoco su entorno más próximo de amigos o compañeros. Ni su calle, su barrio o su ciudad. Está en su teléfono móvil, y se llama TikTok, YouTube o Instagram, y eso no hay dinero que lo traduzca al gallego, porque sus usuarios en castellano se cuentan por millones. Tampoco la música que consumen masivamente, así saquen tres discos al año Guadi Galego o las Tanxugueiras. No es ni mejor ni peor, ni tampoco un motivo de jolgorio o escarnio. Es la dictadura que impone la globalización, y la solución no pasa por una fatwa que expulse al castellano de Galicia impulsada desde los poderes públicos. Además de inconstitucional sería estéril.

Es por tanto ingenuo pensar que dinamitando el consenso lingüístico en la educación –recordemos que el PP lleva cuatro mayorías absolutas consecutivas desde que se aprobó el decreto–, creando un canal específico para niños en gallego, introduciendo el filtro lingüístico para la captación de profesionales públicos –¿se imaginan que se rechaza la llegada de médicos de Primaria porque ‘sólo’ hablan castellano?– y hurtándole espacios a la lengua común se vaya a revertir una tendencia similar a la de otros territorios.

No quiere esto abocar a una postura de resignación ante la pérdida de hablantes del gallego, porque como lengua española –es decir, de España– que es representa la riqueza de la diversidad cultural de nuestro país. Las lenguas son un patrimonio que no se debe perder, porque nos explican como sociedad, nos identifican como comunidades y sirven para describir los usos y costumbres de un pueblo.

De ahí que sea interesante ver en qué se materializa el Pacto pola Lengua lanzado ya la pasada semana por el conselleiro José López Campos. Un pacto, por definición, requiere de que haya otros con voluntad para alcanzar un punto de acuerdo con aquel que lo propone. El precio que el sector mayoritario de la oposición va a poner se presupone alto, a la vista de las primeras proclamas: derogar el decreto de plurilingüismo. ¿Es un paso que está dispuesto a dar el PP? ¿Tiene medidas las consecuencias sociales… y políticas? ¿Es consciente de que eso es munición de alto calibre para un Vox frenado hasta la fecha con éxito en los distintos procesos electorales?

Plantea López Campos un acercamiento al gallego desde el afecto y el aprecio a la lengua propia, a sentirla como parte de la identidad individual, encardinada dentro de la colectividad. Y puede que sea una propuesta aceptable –a falta de ver en qué se materializa–, porque incide en la libertad de cada uno de desarrollarse en la vida como mejor entienda. Aunque está por ver que la consigna libertaria convenza a los hipotecados por sus dogmas.


Fuente: www.abc.es