Álvaro Prieto y el efecto mariposa

Álvaro Prieto y el efecto mariposa





Póngase en situación. Usted viaja en un autobús de Aucorsa por Córdoba (o cualquier ciudad) y observa medio ausente desde ese silencio que a veces mortifica su interior -porque todo el mundo mira al móvil-. Atisba una parada. El conductor frena y la rutina hace canje de subida y bajada. Cierra de nuevo las puertas y anda unos metros hacia un semáforo que va a ponerse en rojo. En ese instante, donde las ruedas paran, viene a toda prisa un joven con la mano levantada. Sin estridencias en la vestimenta, algo agitado eso sí, y le pide desde fuera al conductor que le abra para no perderlo. Golpea el cristal con insistencia. Es una disyuntiva común, sencilla, e invita a la puja interna: ¿lo dejará o no…? Todo el pasaje sigue a lo suyo. El hombre al volante tiene dos opciones: cumplir las normas y no dejarlo ascender o, por el contrario, contravenir las directrices y permitir que se aúpe ‘in extremis’. Lo que todos desconocemos en la escena es la motivación que alienta la premura de quien quiere subir. Si el portaje se abre y el deseo se cumple, el conductor lo habrá hecho mal, en esencia; pero su intención y el efecto final habrán proporcionado un pequeño bien cuyos beneficios pueden multiplicarse a tenor de cuál sea la verdadera intrahistoria que corría desaforada hacia el bus. Todo lo contrario de haber sido estricto y haber alejado la complicación bajo el rigor de la norma. No sabremos si el minúsculo gesto tendrá graves conclusiones. O viceversa, puede que la fría negativa acabara espantando un riesgo imprevisto.El efecto mariposa aleteo aquella mañana del 12 de octubre de 2023 en el imponente hall de la estación de Santa Justa cuando Álvaro Prieto perdía su tren de vuelta y urgía una vía de retorno. Un pequeño gesto fuera de los protocolos y las normas en un lugar, eso sí, por donde transitan miles de inquietudes al día, pudo tener otras consecuencias. Lo cual no justifica para nada el trágico final de esta historia que sigue con preguntas sin respuesta, que ha dejado rota a una familia, conmocionó de manera instantánea a todo un país aquel fin de semana y mostró en paños menores a ADIF. Especialmente porque un año después del suceso, cualquiera podría volver a colarse por donde lo hizo Álvaro y bajo el azar de unas motivaciones cualquiera como ha puesto de manifiesto este periódico. No parece, pues, haber tenido la suficiente entidad lo acontecido como para que ese canje de subir y bajar, de entrar o salir, siga incrustado en la indiferencia, en el rigor de la norma, en la comodidad del olvido o en la falta de voluntad por entregar más condición humana al simple quehacer diario.La historia de Álvaro Prieto es la historia de un fallo multiorgánico de la condición humana en la que cada pequeña parte cometió un error a la postre irreversible y doloroso. Del secreto de la urgencia al desprecio automatizado como respuesta pasando por la reparación estrambótica y en apenas un palmo de terreno.

Fuente: www.abc.es