'25 figuras de lamento y restitución', de Manu Arregui en Espacio Mínimo: No es lo que ves
Una superficie mínimamente plegada, acaso un papel con una acotación perimetral, puede funcionar para entrenar ‘la visión posthumana’. Enigmática delimitación que recuerda el mapa vacío de Lewis Carroll, el narrador que atravesó el espejo con su peculiar lógica demente. Tal vez, esa superficie de potencialidades esté generada desde una reducción fenomenológica en una radicalización minimalizadora de la misma tradición del ‘Minimal’. Manu Arregui (Santander, 1970) ha compuesto una seductora coreografía en la que los cuerpos desnudan sus cualidades en una fricción extraña con piezas geométricas que remiten evidentemente al ‘Untitled (L-Beams)’ que Robert Morris realizó en 1965. Noticias Relacionadas estandar Si La victoria en tres asaltos de Matt Mullican Francisco Carpio estandar Si ‘Fueled, Oasis, Fueled’, de Mónica Mays en la galería Pedro Cera: ¿Sueño o pesadilla? Nerea UbietoEn su exposición en 2017 en esta misma galería de Espacio Mínimo, Arregui presentó, junto a un vídeo con cuerpos desnudos que se mueven o casi danzan mientras son sometidos al «análisis posicional», unos gráficos establecidos en el libro ‘Homosexual Matrix’ por el psicoterapeuta C. A. Tripp que dan cuenta de los distintos grados de ‘flexibilidad’, y, en cierto sentido, curvatura, de los movimientos diversos del cuerpo homosexual. En las sutiles y hasta divertidas piezas de ’25 figuras de Lamento y Restitución’, Arregui hace que unos performers irrumpan en el espacio de la abstracción, desplazándose más allá de la «negación de lo antropomórfico» en Morris. Conviene recordar que ese artista no fue meramente un dogmático de la ‘datidad ideal’, sino que su obra es extraordinariamente ambigua, incluyendo desde la performatividad y la danza a la presentación de su cuerpo desnudo en un objeto semejante a un esquemático ataúd en vertical, pasando de fotos vestido con aspecto sadomasoquista a la realización de observatorios astronómicos. El imaginario laberíntico de ese escultor que defendió la ‘antiforma’ funcionó como una complejísima máquina nómada de guerra contra el modernismo greenbergiano. Lo que le interesa a Manu Arregui no es participar en la academización nostálgica del Minimalismo sino, al contrario, su deseo es deconstruir una pretendida pureza formal. Tal y como advirtiera Hal Foster, la geometría reduccionista del ‘Minimal’ funciona como la religión del escultor de carga o, mejor, es una materialización del fetichismo de la mercancía. En plena forma. Algunas de las ‘25 figuras de lamento y restitución’, del santanderino en su galería de Madrid M. ArreguiNo podemos repetir como un mantra la frase de Stella de «lo que ves es lo que ves» salvo si nuestra intención es hacer comulgar con ruedas de molino o ‘pedestalizar’ perogrulladas. Aunque Arregui titula una de sus obras ‘Paralepípedos que no ocultan nada’, en realidad sus ‘pasos danzarines’ son desvelamientos en los que casi llega al exceso barroco y lacaniano en los que lo disjunto se entrelaza en configuraciones ornamentales.Las composiciones fotográficas de Arregui pueden ser entendidas como ‘naturalezas muertas’ de la masculinidad. En el vídeo ‘Ángulos rectos’ (2021) da rienda suelta, en unas ‘performances’ en las que es determinante lo esquemático, a un tono sarcástico contra la ‘pomposidad heteropatriarcal’ que también está sedimentada en las perfectas angulaciones minimalistas. Así, la ‘escultura’ del Smartphone que cierra el recorrido de esta exposición amplía el sentido hasta las aplicaciones de citas en una parodia del panóptico post-foucaultiano, en ese ‘quadrillage’ que es un elemento más de la zoombificación contemporánea.Manu Arregui ’25 figuras de lamento y restitución’. Galería Espacio Mínimo. Madrid. C/ Doctor Fourquet, 17. Hasta el 18 de enero. Cuatro estrellasEl desierto de lo real de la Matrix baudrillardiana es también el aire congelado de un mundo hiper-emocional y habitualmente capitaneado por el frikismo. Estamos, como apunta una de las ‘figuras’ de Arregui, entre el patetismo y el frenesí, replegándonos a la mónada ‘leibniziana’, sin puertas ni ventanas, excitados con el catálogo vertiginoso de perfiles para satisfacer nuestro deseo que, lamento decirlo, ya no tiene alteridad.