Trescientos años de la muerte en Toledo del ‘cura volador’, que volvió a tocar el cielo con la pluma de Saramago
La presidenta de la Fundación y traductora del Nobel portugués recuerda cómo el padre Bartolomeu universalizó su obra
TOLEDO, 17 Nov. (De Laura Gómez en EUROPA PRESS) –
El subsuelo de Toledo, además de aposentar la concentración de momias más grande de España, que se encuentra debajo de la iglesia de San Andrés, se precia de ser la eterna morada de reyes y reinas, arzobispos, ilustres poetas o incluso hombres de ciencia, como Bartolomeu Lourenço de Gusmão, cuya vida noveló la magistral pluma de José Saramago en ‘Memorial del Convento’. Este 18 de noviembre se cumplen 300 años de su muerte.
«Falleció en el Hospital de la Misericordia de Toledo y fue enterrado de caridad en San Román. Sus restos permanecieron en el osario de esta parroquia durante muchos, muchos años», relata a Europa Press el periodista y escritor Enrique Sánchez Lubián, quien en algunos de sus artículos desempolvó la proeza de este sacerdote jesuita, considerado el padre de la aeronáutica.
No en vano, en 1709 creó el primer artefacto volador de la historia, 74 años antes de que los hermanos franceses Joseph Michel y Jaques Étienne Montgolfier presentaran un globo dirigible.
Nacido en 1685 en Santos, Brasil, viajó a Portugal para terminar sus estudios en la Universidad de Coimbra, donde destacó por su devoción a la física y las matemáticas. Fue más tarde cuando su fiebre creadora le llevó a solicitar al rey Juan V el privilegio de patente sobre la invención de su «instrumento de andar por el aire».
Durante años, estuvo trabajando en ese proyecto y finalmente, en agosto de 1709, en el palacio de la Casa de Indias de Lisboa, ante el rey Juan V de Portugal y su corte, consiguió que ese aerostato se elevase. Desde aquel día fue conocido como el ‘cura volador’ y su nave fue bautizada como ‘Passarola’.
«Aquel vuelo fue presenciado por el Nuncio de su Santidad –que más tarde se convertiría en el Papa Inocencio XIII–, que consideró que aquello no podía ser natural, sino que debía ser más bien una labor del diablo. A partir de entonces, Bartolomé Lourenço empezó a ser mirado con malos ojos», cuenta Sánchez Lubián.
Perseguido por la Inquisición, que cortó sus alas por osar a desafiar el orden establecido, huyó de Portugal para establecerse en Toledo. Bartolomeu Lourenço de Gusmão llegó enfermo a la ciudad, falleciendo el 18 de noviembre de 1724 en el Hospital de la Misericordia.
EL DESPUNTE DE LA AVIACIÓN RECUPERA SU FIGURA
Durante casi 180 años, la historia de este soñador cayó en el olvido, hasta que en 1900 la Sociedad Arqueológica de Toledo publicó su partida de defunción, recogida en el libro de la parroquia de San Román, donde había recibido sepultura.
«A partir de ese momento se le empezó a reivindicar y a reconocer en Toledo como uno de los pioneros de la aviación, de tal forma que durante las fiestas del Corpus de 1912, la ciudad le rindió un homenaje», recuerda Sánchez Lubián, que recuperó estos hechos en unos de sus artículos publicados en el diario ABC, el 4 de junio de 2012.
En él narra cómo la Corporación Municipal, bajo mazas, se dirigió en procesión cívica hasta la iglesia de San Román, donde se ofició una misa funeral y se colocó una placa –hoy desaparecida– que visibilizaba que allí yacía el cura volador.
Para recordar a esta figura preclara, y dado que por esos años la aviación estaba despuntando, el homenaje a Gusmão también contó con la exhibición aérea de Pierre Lacombe, un piloto francés en boga, cuyo vuelo encandiló a los toledanos.
Catorce años después, participantes del Congreso Aeronáutico Iberoamericano que se celebró en Madrid, algunos de ellos de Brasil como el jesuita, se desplazaron a Toledo para venerar al creador del primer artefacto volador, al que le dedicaron una nueva placa de tributo.
La memoria de este destacado hombre de ciencia volvió a caer en el olvido, hasta que en 1966 el Gobierno de Brasil pidió exhumar sus restos para integrarlos en el monumento que en su memoria se iba a construir en Santos, su ciudad natal.
Aunque los huesos del jesuita no pudieron identificarse con precisión y certeza, al hallarse desde 1724 en un osario común, «se colocaron en una urna, que se precintó y se llevó a Brasil, al igual que la placa que había recordado su memoria en Toledo», concluye Sánchez Lubián.
ACTIVADO POR LA IMAGINACIÓN DE SARAMAGO
La proeza de Bartolomeu Lourenço de Gusmão fue rescatada por la privilegiada imaginación de José Saramago, que lo hizo tocar nuevamente el cielo. En ‘Memorial del Convento’, publicada en 1982, tejiendo realidad y ficción, narró el sueño del jesuita ‘volador’, al tiempo que satirizó la construcción del convento de Mafra, que mandó construir Juan V en agradecimiento a los franciscanos, cuyos rezos de intercesión divina le concedieron herederos.
Así lo explica Pilar del Río, periodista y traductora que preside la Fundación que vela por la obra y el legado de este Premio Nobel de Literatura, que ha atendido a Europa Press desde ‘A casa’, en Tías. Este rincón lanzaroteño, ahora museo, brindó refugio a Saramago después de que, como el ‘cura volador’, tuviese que abandonar Portugal tras el «incendio» que provocó la publicación de ‘El Evangelio según Jesucristo’.
«En ‘Memorial del convento’ quiso escribir sobre el convento de Mafra, que es un despropósito hecho con el dinero de las llamadas colonias, para mayor gloria de la monarquía. Cuando se ve Mafra, no se ve el trabajo de los hombres y las mujeres que estuvieron detrás y que, en muchos casos, murieron por accidente o de inanición».
Para ello, el Nobel luso recuperó al padre Bartolomeu, que «representa la ciencia al servicio del humanismo», y concibió a Baltasar, ‘Sietesoles’, y a Blimunda, ‘Sietelunas’, a la que bendijo con la capacidad sobrenatural de ver el interior de las personas.
Y así, esta «trinidad terrestre», que juntando voluntades, consiguió que la ‘passarola’ se elevase en un tiempo en el que el progreso y el desafío al orden establecido se pagaba con la hoguera, entró a formar parte de la ‘Biblia’ de la literatura universal.
«Esa unión de personas, de culturas y de clases es lo que permite que los seres humanos vuelen. Juntos, pueden hacer muchas cosas maravillosas, como conseguir una sociedad en paz», asegura la presidenta de la Fundación José Saramago.
Esta historia de sueños, de fraternidad, de amor, pero también de intolerancia, sedujo a una legión de lectores, pues fue el primer libro con el que Saramago cruzó la frontera portuguesa.
«Antes había escrito ‘Levantado del suelo’, que había tenido una extraordinaria acogida en Portugal, pero ‘Memorial del convento’, que inmediatamente fue traducido al italiano y poco después al español, abrió las puertas de otras culturas y de otros países para José Saramago», asegura Del Río.
Pero no solo le abrió las puertas al reconocimiento internacional, también tenía la llave de su corazón, pues fue el motivo por el que, sin buscar, como Baltasar a Blimunda, encontró a Pilar del Río, que le acompañó hasta el final de sus días.
Tan fundamental resultó en su vida la historia del ‘cura volador’ que el Nobel luso, tras ser despedido entre claveles rojos, libros y un regimiento de voluntades que acudió a su funeral en Lisboa, fue incinerado con un ejemplar de ‘Memorial del Convento’.